La crisis sacó a la luz las brechas educativas y tecnológicas. Según la encuesta continua de empleo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en el tercer trimestre del 2020, el desempleo ascendió al 21,9 %, un aumento del 80 % con respecto al 2019. Los más afectados son los jóvenes, las mujeres y los grupos con bajo nivel de educación.
La tragedia de la falta de empleo está ligada a fallas estructurales existentes en nuestro sistema educativo mucho antes de la pandemia.
La demanda de trabajo bien remunerado se concentra en ingenierías, administración, contabilidad, operadores de centros de servicios bilingües y trilingües, control de calidad, finanzas, mecánica de precisión, electromecánica y técnicos muy calificados.
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Con base en esta nueva demanda el sistema educativo debe replantearse en todos los niveles, incluidos el técnico.
Este año el presupuesto del Ministerio de Educación Pública (MEP) alcanzará los ¢2,5 billones (7 % del PIB) para atender a 1,2 millones de estudiantes en 1.440 centros educativos. Son 66.000 educadores y 16.000 administrativos.
La cifra contempla principalmente un aumento en habilidades, capacitación y evaluación de educadores, conectividad, atención a discapacitados, capacitación en inglés, equipamiento, becas, transporte, prevención y reducción de la violencia en los centros de enseñanza, alimentación y aumento en el número de colegios técnicos. Lo preocupante es que, a pesar de contar con tantos recursos, no mejoran los resultados en las pruebas PISA ni la promoción.
No nos engañemos haciendo curvas de 6 a 8 puntos en las pruebas de bachillerato para minimizar las diferencias en los colegios nocturnos, diurnos y las zonas más alejadas. Tampoco se trata de cambiar los métodos de medición, lo fundamental es identificar las debilidades del sistema educativo y buscar cómo corregirlas.
Es inaceptable que el 25 % de los centros educativos sean vulnerables a los traficantes de drogas, lo que significa violencia y exclusión. Tampoco lo es que aumente la cobertura secundaria y no mejore la calidad.
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Cada vez que se evalúan destrezas, surgen serias deficiencias en comprensión de lectura. Los estudiantes con dificultades para leer tendrán serios problemas para estudiar ciencias, estudios sociales, literatura, matemáticas y otras disciplinas.
La enseñanza del inglés, básica para crecer profesionalmente, debe impartirse desde preescolar, pero no hay profesores calificados.
Se requieren docentes que dominen, como mínimo, el nivel B1, con base en el marco del Mercado Común Europeo de Referencia (MCER). Hay que establecer filtros muy rigurosos para que los profesionales en educación colmen las exigencias del siglo XXI.
Los educadores sufren graves carencias en materias clave y falta un sistema riguroso de capacitación, selección, evaluación y motivación. El 90 % de las escuelas no imparten el currículo completo y no será hasta el 2034 cuando se alcance la universalización del currículo en este nivel. El país desaprovecha las oportunidades del cambio demográfico.
Nuevas exigencias. La pandemia obliga a la utilización intensiva de las tecnologías de la información y la comunicación en todos los ámbitos.
El nuevo reto exige conectividad y equipamiento para todos los centros educativos y especialmente para los hogares más vulnerables.
La educación básica está urgida de cambios estructurales para ser competitiva. La realidad es muy diferente a la de hace apenas cinco años. Los continuos descubrimientos tecnológicos, el acceso a la información, las nuevas formas de generar conocimiento y los avances de la neurociencia sobre cómo se aprende exigen un nuevo tipo de educadores, con otros conocimientos y competencias.
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Vivimos en un mundo donde los cambios son exponenciales y los jóvenes precisan capacidades y conocimientos nuevos, así como cultivar la creatividad, el espíritu empresarial y el trabajo en equipo.
El aprendizaje, como proceso social, se nutre de la cooperación de todos y existen distintas habilidades que aprender. La educación en forma pasiva debe dar espacio para que los alumnos sean protagonistas y estén dispuestos a ser evaluados continuamente.
Al MEP le corresponde revisar con celeridad los contenidos de los programas para integrar y relacionar los conocimientos con la realidad. Debe activar el aprendizaje y fomentar el cuestionamiento y la investigación para transformar el sistema.
Aprendizaje activo. Los centros educativos apuestan por un aprendizaje activo, en el cual los alumnos asumen su responsabilidad y resuelven.
Los sistemas que fomentan la memorización como eje central, sin exigir investigación, trabajo y esfuerzo individual, van al fracaso.
Hoy la educación debe ser flexible, con un enfoque activo para que los alumnos desarrollen la creatividad y aprendan basados en cuestionamientos, análisis de información y práctica.
La transformación del sistema educativo exige la utilización de herramientas modernas y formación de educadores.
Los profesores deben aprender a organizarse, investigar, trabajar en equipo e innovar. No se vale seguir trabajando con programas rígidos, enviados desde la sede central del MEP.
Cada centro educativo y sus profesores deben organizar el currículo para obtener resultados dentro de un marco general de calidad establecido por el MEP.
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Ya no es válida una estructura vertical. Los centros de enseñanza deben tener un consejo consultivo de alto nivel profesional, en el cual vecinos y padres asuman las responsabilidades de los costos, la infraestructura, la evaluación de la calidad, la organización y la responsabilidad de los resultados.
Un consejo con compromiso social, ya que, de la calidad y productividad de su centro de educación, dependerá el futuro de sus hijos y de la comunidad donde viven.
El autor es ingeniero.