Cuando se le reconoció como el mejor futbolista del siglo XX, un periodista preguntó al rey del fútbol: “¿Quién es Pelé y quién es Edson Arantes do Nascimento?”. El astro contestó: “Son dos personas y una sola. Para los niños y para los que aman el fútbol, Pelé es un dios, una leyenda, un ejemplo para todo el mundo. Pero Pelé tiene a Edson. Y Edson es una persona con todos los defectos y virtudes. Esa es la diferencia”.
Edson no fue ajeno a la polémica y, en alguna oportunidad, hasta el escándalo, pero a Pelé siempre lo distinguió la caballerosidad y el apego a los más altos valores del deporte. Roberto Matosas, mundialista uruguayo en México 70, jugó contra Pelé en la antesala de la final y sintetizó el sentimiento generalizado al afirmar: “Tengo un gran recuerdo de él, porque siempre fue un caballero y, además, un jugador único. Este hombre fue único y completo”.
Nadie dirá eso nunca de Diego Armando Maradona, con quien se suele comparar a la estrella brasileña. Mucho menos lo dirán del guardameta argentino Emiliano Dibu Martínez, cuyas brillantes paradas no serán más recordadas que el gesto vulgar de llevarse a los genitales el trofeo al mejor portero del Campeonato Mundial celebrado en Catar.
Martínez olvidó, o nunca supo, la importancia de ser “un ejemplo para todo el mundo”, en especial para los niños. Tampoco Maradona cuando atribuyó una vulgar trampa a la mano de Dios. El fútbol, cada vez más poblado de divos, grandes y pequeños, viene perdiendo todo valor formativo. Martínez y Maradona son estupendos ejemplos de la mejor forma de atajar o patear un balón, pero carecen de toda utilidad como modelos de conducta.
Para eso es preciso recordar a Pelé, Johan Cruyff, Franz Beckenbauer o nuestro Keylor Navas, superior como portero y paradigma de caballerosidad. Es imposible imaginar a uno de esos gigantes, y a muchos como ellos, haciendo el ridículo de Martínez con su prótesis improvisada, presumiendo del chanchullo como Maradona o insultando gratuitamente a un jugador del equipo rival.
En otros tiempos, al contrario se le mostraba respeto en la cancha y se le ensalzaba después del juego. Con elegancia, los grandes deportistas impartían lecciones invaluables para sus seguidores, especialmente los más jóvenes. Si al fútbol, y al deporte en general, se le vacía de su valor formativo, la pérdida es irreparable. La expresión mens sana in corpore sano, tomada de Juvenal, ha servido durante siglos para resaltar el vínculo entre la actividad física y el bienestar espiritual. El deporte es un vehículo para cultivar el respeto, la disciplina, la perseverancia, la honradez y otros valores de capital importancia. Representar y transmitir esos valores es responsabilidad de quienes alcanzan el estrellato.
En reconocimiento a su señorío, Pelé fue distinguido como ciudadano del mundo y embajador para la ecología y el medio ambiente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU); caballero de honor del Imperio británico, embajador del deporte en el Foro Económico Mundial, embajador de educación, ciencia y cultura de la Unesco y ministro extraordinario de Deportes de Brasil. El Comité Olímpico Internacional lo reconoció como el mejor deportista del siglo XX.
Beckenbauer, compañero del astro en el Cosmos de Nueva York, afirmó como homenaje póstumo que O Rei, nacido en la población de Três Corações, tenía también “tres corazones: uno para el fútbol, uno para su familia y otro para toda la gente. Jugaba con las estrellas y, sin embargo, siempre mantuvo los pies en el suelo”. Por eso, tiene el respeto y admiración del mundo entero y vale como extraordinario ejemplo.