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Me había prometido regresar al mar para decirme que, aun en mitad de una pandemia, lo maravilloso sigue intacto.
El diciembre que camina hacia nosotros será muy distinto a los anteriores, pero traerá su propio aire de optimismo y esperanza.
El café llegó injustamente tarde a la lista selecta de nuestros símbolos nacionales.
En un video de 1960, una Celia Cruz de cintura estrecha y vestido con crinolina le canta a Pinar del Río, una provincia del occidente cubano donde sobresalen los colores de Viñales, un valle bellísimo más parecido a una ilusión que a un paisaje de la realidad.
Leonora soñaba con la sublimación y Gabo con ver la vida desde la muerte. Mi elección es más sencilla: ver la vida desde la vida.
Algunas de estas palabras nacieron al calor de marzo y de un aislamiento que no me cuesta afrontar, otras ya existían, pero solo en un muro de Facebook.
Crecí en un barrio, fui feliz en las pozas en las que también se bañaba el sol y cerca de las cuales aterrizaban las libélulas de alas de vidrio a las que los güilas llamábamos gallegos.
Fui a los llanos de Osa solo armado con las palabras de un libro y el deseo de conocer.
Escribo para hablar de Óscar Rugama, un chiquito de 9 años que acaba de conocer el mar.
Como sabe todo el mundo, la flor de lis representa el árbol de la vida y en los mapas antiguos señalaba el norte.
Fue fácil imaginarla libre entre selvas submarinas de sargazo y rayos de luz.
Catalina tendrá una tumba y tendrá paz, una paz que aleja también de la muerte a quienes le sobrevivieron y desde la vida la nombran.
En una esquina del Bronx hay una casa blanca, pequeña, de puertas y ventanas verdes que parece trasplantada desde otro siglo. Parece y es así. Es la casa en la que vivió Edgar Allan Poe.
Para don Walter Ferguson, el calipsero mayor de Costa Rica.
En la historia de Santa Rosa cuenta la gente que la habitó, héroes cotidianos como quienes allí se jugaron la vida en marzo de 1856 y en enero de 1955.