¿Existe relación entre sismos y erupciones? Una reciente investigación científica demostró que la actividad en varios de nuestros volcanes, así como algunos de Guatemala, El Salvador y Nicaragua se incrementó a partir de tres terremotos que ocurrieron en la costa Pacífica del istmo entre agosto y noviembre del 2012.
El primer terremoto que analizaron los investigadores ocurrió el 27 de agosto del 2012, en El Salvador, el cual tuvo una magnitud de 7,3. Una semana después, el 5 de setiembre, sobrevino el de Sámara en Nicoya, de magnitud 7,6 y, por último, el 11 de noviembre en Guatemala, hubo otro de magnitud 7,4. El principal hallazgo de esta investigación, desarrollada en la Universidad de Bari, Italia, evidencia que un terremoto, por más grande que sea, no es capaz de desequilibrar a un volcán con baja actividad, pero sí puede ayudar a que entren en erupción aquellos que tenían alta actividad antes del movimiento telúrico.
El incremento en las erupciones después de esos tres terremotos, acaecidos en cuestión de diez semanas, permitió establecer esa conexión que coloca al movimiento telúrico como el chispazo que le faltaba a ciertos volcanes activos para abrir conductos internos y entrar en erupción en cuestión de días, meses o años. El tiempo va a depender de factores como la cercanía del volcán con el epicentro, la fuerza de las ondas recibidas (tensión dinámica) y cambios en el entorno o fuerzas de tensión.
La energía suministrada por el choque sísmico puede constituir el empuje necesario para desencadenar una erupción. Los procesos que ocurren dentro del volcán, así como el tipo de magma, contenido de gas, viscosidad y fuerza de la roca caliente, entre otros, sumados a las características de los terremotos, como magnitud, ubicación, energía irradiada, frecuencia y duración, pueden explicar cómo los terremotos contribuyen a las erupciones volcánicas, dice el estudio desarrollado durante dos años y medio.
Desde el 2018 esta investigación, liderada por el científico costarricense Gino González, con la participación de otros investigadores de Japón, Italia, España, Hungría y Guatemala, permitió reconsiderar la relación entre volcanes y terremotos, que en algunas escuelas de Geología se enseña como asuntos aparte y sin relación. “Los volcanes y los terremotos están más unidos de lo que pensamos. Ante el inusual hecho de que hubo tres terremotos en diferentes partes de la zona de subducción, y de características muy diferentes entre sí, surgió la idea de descifrar su efecto en los volcanes”, afirmó González.
Los volcanes San Cristóbal (Nicaragua) y Fuego (Guatemala) tuvieron grandes erupciones solo unos días después del terremoto del 5 de setiembre en Nicoya. En los dos eventos muchas personas tuvieron que evacuar sus hogares. Ambas erupciones generaron corrientes piroclásticas que quemaron la vegetación y mataron ganado e incluso a cientos de personas.
En otros volcanes que ya estaban en erupción, por ejemplo, el Santa María (Guatemala), el número de erupciones y explosividad aumentó después de estos tres terremotos, de igual manera, el estudio detectó variaciones en el Telica y Momotombo en Nicaragua; Pacaya, en Guatemala; San Miguel, en El Salvador; así como Poás, Rincón de la Vieja y Turrialba, en Costa Rica.
Los investigadores se preguntaban porqué si Centromérica tiene 74 volcanes activos, solo diez hicieron erupción. “Llegamos a la conclusión final de que por más fuerte que sea un terremoto, aunque ocurra a la par de un volcán, si este no está listo, no va a hacer erupción. Sabemos que Centroamérica es muy propensa a estos eventos, por lo que al conocer el estado de los volcanes activos, se puede reaccionar mejor ante lo que vendrá luego de un terremoto”, manifestó González.
Terremotos inducen erupciones
Análisis de 19 volcanes a partir de terremotos del 2012
FUENTE: Revista Scientific Reports || INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.
Datos para prevenir
González añadió que si esta investigación se hubiese conocido antes, tal vez muchas de las muertes ocasionadas en el 2018 por el volcán de Fuego en Guatemala se hubieran evitado. A partir del 3 de junio de ese año las erupciones de ese volcán dejaron más de 400 fallecidos y miles de personas evacuadas. De los muertos, muchos fueron alcanzados por los ardientes flujos piroclásticos. “Ahí se presenta el cambio más impresionante pues presentó 50 erupciones fuertes en solo tres años (2015-2018) en contraposición con las 21 erupciones ocurridas en los 13 años que van de 1999 al 2012″, dice el análisis.
Después de los terremotos del 2012, la temperatura de los lagos ácidos cratéricos aumentó en los volcanes Rincón de la Vieja y Poás, así como en las fumarolas del Turrialba. Este último, despertó el 5 de enero del 2010 de un letargo de 148 años. Luego tuvo un aumento en la actividad, la cual alcanzó su culmen con las fuertes erupciones del 2015 y 2016.
El Rincón de la Vieja, situado 25 kilómetros al norte de Liberia, cuyo acceso al cráter se cerró a particulares desde el 22 de setiembre del 2011, ha seguido con ciclos recurrentes de erupciones freáticas entre débiles y moderadas, pues ese volcán tiene potencial para generar muy fuertes erupciones.
En el Poás las condiciones son similares. Desde el 2010 comenzó con desgasificación, pero fue en el 2017 cuando tuvo las erupciones más fuertes, las cuales lanzaron a kilómetros los fragmentos del gran domo que tenía en el cráter. En ese volcán de Alajuela, el número y la magnitud de las explosiones freáticas aumentó después del terremoto de Cinchona del 8 de enero del 2009. El hecho de que tres de nuestros volcanes entraron en erupción años más tarde del evento sísmico, indica cómo la intrusión magmática puede ocurrir durante un período prolongado de tiempo.
Otros volcanes que aumentaron sus niveles de agitación a partir del 2012 son el Telica y Momotombo en Nicaragua, así como el San Miguel en El Salvador. La resonancia sísmica puede llegar a los fluidos volcánicos como magma, gas, vapor y agua, generando cambios, dice el estudio de doctorado que recientemente publicó la revista Scientific Reports.
Los volcanes de Fuego en Guatemala y San Cristóbal en Nicaragua (activo desde setiembre del 2012), podrían haber entrado en actividad y que el magma saliera por la apertura de grietas, debido a una especie de chapoteo en el sistema hidrotermal y magmático. Ese movimiento de fluidos depende de la viscosidad del magma, lo cual varía de un volcán a otro. Por la naturaleza del magma de los volcanes de Fuego y San Cristóbal (basáltico-andesítico), la sobrepresión necesaria para desencadenar una erupción en ellos es menor que para otros.
La presión generada por un sismo en lo profundo de una cámara de magma también podría hacer que el material se eleve, lo que provocaría una sobrepresión y sobrecalentamiento de la cámara. Otro factor interno que podría estar relacionado con la propagación de grietas es el aumento de temperatura, lo cual reduce la fricción a lo largo de las fracturas.
“Antes de los tres terremotos citados, 13 volcanes se encontraban en estado de agitación (Santa María, Pacaya, Fuego, San Miguel, San Cristóbal, Telica, Momotombo, Masaya, Concepción, Rincón de la Vieja, Arenal, Poás y Turrialba). De estos, estaban en erupción el Santa María, Fuego, Pacaya, San Cristóbal, Telica, Masaya, Concepción y Arenal”, dice la publicación.
La investigación revela que cinco volcanes que no mostraban signos previos de disturbios tuvieron aumento en la sismicidad o enjambres cercanos después del terremoto de Sámara, Se trata del Apoyeque en Nicaragua, así como el Miravalles, Tenorio, Platanar e Irazú. De estos cinco volcanes, aparte del Irazú, los otros cuatro están lejos del período de recurrencia para una posible nueva erupción.
Algunas ponencias sugieren que los terremotos gigantes pueden crear hundimientos, lo cual induce al movimiento horizontal del magma y de los sistemas hidrotermales. Como ejemplo citan el terremoto de magnitud 9 ocurrido en Tohoku, Japón, en el 2011, pues horas después un volcán en Indonesia entró en erupción.
Según Dmitri Rouwet, coautor de la investigación e investigador del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología de Italia, si sabemos que ocurrirán grandes terremotos en la región y conocemos el estado de los volcanes, podríamos tener idea de cuáles entrarán en erupción en un mediano plazo, lo que permite trabajar a nivel local y regional y con ello evitar pérdidas de vidas humanas y económicas. Por eso, una de las recomendaciones es el monitoreo permanente de los volcanes activos.