Este trabajo es un tipo de continuación. Hace dos semanas retratamos cómo vive Alajuelita, uno de los cantones que han estado en alerta naranja por más de cuatro semanas. Al ser un poblado con banderilla naranja, significa que existe mayor riesgo de adquirir el virus. Ahora, visitamos Dota, uno de los únicos dos cantones del país que el coronavirus, que tiene presencia en Costa Rica desde hace más de cuatro meses, no ha podido penetrar.
El aire se siente diferente. Como que purifica por dentro. Quizá porque Dota está ubicado entre valles en La Zona de los Santos y el frío se percibe reparador; la zona es fresca y ventosa, pues se encuentra a 1500 metros sobre el nivel del mar. Pero además de percibirse físicamente agradable, visitar Dota, en estos momentos, se siente seguro.
Este sitio no siente el riesgo que su vecino Desamparados (cantón con quien colinda al norte), que lleva rato en alerta naranja. En Dota, en cambio, las personas se mueven con paz, pero no se confían y en las calles es usual ver caras protegidas por mascarillas.
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Valeria acaba de convertirse en mamá. Hace menos de una semana que nació su bebé Caleb. Justo un día después de salir del hospital, esta joven madre fue a hacer mandados con su suegra, sin ningún temor. Ella camina segura.
Valeria vive en Santa María, el distrito principal de Dota. Ella acostó a su recién nacido en el coche y salió con tranquilidad, una que recuperó al dejar el hospital.
Esta mamá, a quien le protegemos su identidad por ser menor de edad, dio a luz a su pequeño en Cartago, lugar en el que, como en la mayoría de comunidades del país, sí se registran casos de coronavirus.
La muchacha, de 17 años, permaneció en el centro médico por tres días, tiempo que sintió eterno, pues supo que durante su estancia y la de su bebé ahí se detectaron tres casos positivos de coronavirus, algo extraño para ella, quien vive en uno de los únicos dos cantones (además de Dota, en San José; Río Cuarto, en Alajuela, no reporta contagios) que hasta ahora no presentan casos de coronavirus.
En uno de los compartimentos del cochecito, Valeria colocó una mascarilla que dice que usa para ingresar a lugares más conglomerados. Mientras esperaba a la abuela de su bebé, se sentó en una banca de cemento alejada de la corta fila que se había formado en el cajero automático del banco local.
A las 2 p. m., el sol rayaba y no hacía el frío tradicional de la zona. Valeria podía usar una blusa de tirantes, mientras que a su bebé lo tenía entre abrazos de gruesas cobijas celestes y cubierto con la capa del coche. Cerca de donde lleva dos cajitas de jugo de frutas, también se asoma una botella de alcohol para limpiarse las manos constantemente.
“Se siente mucha tranquilidad y paz. Igual hay que cuidarse porque uno nunca sabe, pero es muy tranquilo vivir en un lugar sin coronavirus. La mascarilla ahorita me la quité porque usarla tanto me ahoga. La uso más que todo en lugares con mucha gente.
“Acabo de salir del hospital con mi bebé y fue impresionante porque llevaron tres casos de coronavirus y nos metieron como en un tipo de vestidor para desinfectar todo el lugar y protegernos a nosotros. Da mucho miedo porque a cada nada hay muchos casos. Yo me siento bien. Estoy tranquila de volver a mi casa, aunque aquí no hay casos, igual dejo que a mi bebé solamente se le acerquen las personas que viven en la casa”, contó la muchacha.
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Dota es un pueblo tranquilo, educado y también prudente en el que habitan cerca de 8.000 personas. En sus calles y aceras el tránsito mermó cuando empezaba la tarde del viernes 10 de julio.
Cercanas a la Plaza de Deportes, caminaban con celeridad María Esther González (52) y María Alejandra Montero (31), madre e hija.
Ambas usaban mascarilla de tela, porque aunque el virus no esté en su comunidad, hay que sumarse a la cultura de la prevención. En sus manos, la mamá llevaba una bolsa de papel con medicamentos de la Caja Costarricense de Seguro Social. Salieron solamente para ir a la farmacia.
“Yo me preocupo mucho porque padezco de la presión y otros problemillas. Yo salgo solo lo básico. A recoger medicinas y a comprar algo para la casa”, contó María Esther, quien nació en Limón pero vive hace 38 años en Dota.
Maria Esther es ama de casa y su hija, actualmente la apoya con los quehaceres, pues “por la enfermedad no hay trabajo”.
“Antes trabajaba en reciclaje de la municipalidad y se cerró ese trabajo”, musita María Alejandra, pues la mascarilla bloquea el volumen de su voz.
Ellas no se confían. Justo el viernes de esta entrevista el Ministerio de Salud había anunciado que sus vecinos de León Cortés se sumaban a los cantones con presencia de coronavirus.
“Tranquilidad siempre hubo, pero con esas noticias de hoy no: San Pablo (León Cortés), Santa María y San Marcos de Tarrazú están cerca y ellos (San Marcos) ya tienen cuatro casos. Ya todos tienen casos. Usamos mascarilla para tomar medidas. Desinfectamos la casa y también compramos gel”, agrega la mamá, quien resalta que entre vecinos se saludan de largo. La comunidad está comprometida, pero, como siempre, ”hay de todo”.
“Veo mucha gente que anda como si la enfermedad no existiera. Yo prefiero estar entre la casa hasta que termine todo esto”, agregó María Esther, quien agradece que su esposo, quien es el único que tiene que salir a laborar, no debe usar transporte público, pues trabaja a pocos metros de su casa.
Por la vereda por la que con apuro se fueron María Alejandra y María Esther, un espacio por el que por lapsos no pasa nadie; viene acelerada Alejandra, de 27 años, y quien prefiere no dar su nombre completo ni que se le tomen fotos a su rostro.
Cuenta que se ha enterado de lo que pasa con el coronavirus con información que encuentra en las noticias y la que brinda la municipalidad de su cantón. Colgando de su muñeca, Alejandra llevaba un tapabocas de tela. De inmediato explica que no se la había puesto porque se agita caminando, pero que al ingresar al banco se la pondrá: primero para tomar sus previsiones y también por la solicitud nacional de entrar con protección a los centros bancarios.
“Uno siempre sale con sus precauciones, pero realmente vivir aquí permite salir más confiado. Que no haya virus aquí es una gran ventaja. Mi mamá no es tan adulta mayor, pero es hipertensa y asmática y saber que no tenemos el virus me da paz, principalmente por ella”, cuenta Alejandra.
Al igual que María Alejandra, esta joven también perdió su trabajo a consecuencia de la crisis económica que ha traído el virus a Costa Rica… y al mundo. El coronavirus no está en Dota, pero el cantón igual se ha visto afectado.
“Por la situación perdí mi trabajo. Estuve en una academia y luego en un mini súper. Ahora esto me obligó a quedarme en la casa. Espero que todo se arregle pronto, por ahora, hay que seguir cuidándonos”, añadió Alejandra.
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Dota también es un pueblo obediente.
El cobrador y salonero de la sodita Las Chelitas, un lugar en el que ofrecen comida costarricense y casados con huevo frito, al costado oeste del parque central de Santa María; corrió con premura a bajar a la mitad la cortina metálica del pequeño local para avisar a los comensales que por el momento no podía atender. Afuera nadie aguardaba, pero él obedecía las medidas nacionales de mantener un aforo del 50% en lugares de venta de comida.
Cerca tampoco había policías, pero su compromiso no depende de que alguna autoridad esté cerca.
“Es que luego se hace mucho desorden”, dijo justificando que bajaría la cortina mientras de la soda salían dos clientes y ya estaba instalada una familia, o burbuja, de cuatro.
En una librería en el centro de Santa María, el propietario Germán Méndez, de 66 años, atiende a los compradores de “su de todo”, lugar en el que aparte de comerciar artículos escolares, también venden desechables, ropa de segunda mano y ahora, por supuesto, caretas y mascarillas antifluídos.
El señor lleva una careta plástica de las que tiene a la venta. Además de protegerse, promociona el producto. Él se toma su café a unos dos metros de dónde están, más cerca, tres amigos de comunidades aledañas. Próximo a las tasas de café, se encuentran botellas de alcohol y desinfectante, con las que Germán desinfecta constantemente las superficies.
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Se mantiene la comunión, pero sobre todo, la salubridad.
“Para mí ha sido bueno porque no hay virus, pero hay que tomar en cuenta que aquí habita muy poca gente. Dicen que son como 10.000, pero en realidad somos como cinco mil y resto. Entonces eso es favorable. Aquí uno se conoce. Es más fácil trabajar así. Aquí tenemos cuidados, hay que estar preparados. A ellos (sus amigos) les dije que tienen que comprarme mascarilla porque algunos la dejaron en la casa”, detalló Germán.
Al otro extremo de la tienda, los amigos defienden que ellos están como en burbuja. Confían en la seguridad de su vínculo de amigos.
Tulio Ulloa, de 58 años, es uno de los señores que departen en una tarde clara. Él se dedica a la agricultura, sector que dice se ha complicado.
“Yo me cuido con esa cuestión de las medidas. Uno va siempre para adelante”, cuenta Tulio, quien lleva su mascarilla en la bolsa de su camisa y dice que padece de epilepsia, mas no de hipertensión ni de diabetes.
José Antonio González, de 48 años, y otro de los presentes, tiene una panadería en San Marcos, cantón de Tarrazú, poblado en el que al 12 de julio se reportan cuatro casos de coronavirus.
“Aquí (en Dota) gozamos del privilegio de que en esta zona tenemos la bendición de que la gente se cuida con su debida mascarilla y su lavado de manos. Nos relacionamos verdaderamente con personas que sabemos que se cuidan. Es muy importante. Si me cuido, cuido a los demás”, detalló José Antonio, quien vive con su esposa y seis hijos. Él llegó al local a comprar bolsas.
Dice que su negocio no se ha visto afectado, pues él tiene una distribución general a nivel de zona en San Marcos, Acosta, Santa María y el Empalme.
“Nosotros no salimos a otros lugares. Al menos la gente se cuida conscientemente. Generalmente en los comercios a los que llegamos tienen lavatorio afuera y no nos dejan ingresar si no usamos mascarilla”, agregó.
Egidio Vargas se unió a la tarde de café en la librería. Llegó por insumos y se quedó compartiendo con sus conocidos. Él tiene 63 años y trabaja repartiendo golosinas, labor que se ha visto muy golpeada tras el cierre de centros educativos.
La situación económica le preocupa, mas vivir en una “zona segura” le da cierto alivio.
“Se siente bien estar en una zona libre de la enfermedad. Se siente uno muy protegido de ese asunto. Uno ve que en las zonas infestadas hay que cuidarse el doble, pero igual aquí hay que tener cuidado porque viene mucha gente, muchos agentes. También aquí vive mucha gente de Estados Unidos, ha habido muchos casos que los devuelven”, cuenta Egidio con fe de que todo mejore.
Al final de la tarde, Dota se siente tranquila. La concurrencia es mínima y en la calle es evidente que las personas que están juntas conforman una familia. La zona, conocida por su atracción turística y su éxito cafetero, ahora también es noticia, junto a Río Cuarto por no tener ni un caso de coronavirus, destacando en todo el país.
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