Moscú. Rusia inauguró ayer los Juegos Olímpicos de Invierno en la ciudad de Sochi con una ceremonia clasicista en la que cautivó al mundo del deporte con pinceladas de arte, ballet, música clásica y una breve lección de historia.
“Declaro inaugurados los XXII Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi”, proclamó Vladímir Putin, el presidente ruso, en la ceremonia de apertura celebrada en el estadio Fisht, a orillas del mar Negro.
Además de los 40.000 espectadores y los miles de deportistas que desfilaron por el estadio, otras 3.000 millones de personas pudieron seguir el espectáculo desde sus propias casas a través de la televisión.
Putin estuvo acompañado por mandatarios de medio centenar de países, como China, Ucrania o Italia, pero se echó en falta a los dirigentes de las potencias occidentales, como el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, o los líderes de Francia y el Reino Unido.
Aunque nadie declaró oficialmente el boicot a los Juegos de Putin como ocurriera en Moscú 1980, la gala estuvo precedida de agrias críticas por la discriminación de las minorías sexuales en Rusia.
De hecho, la gran intriga de los Juegos no parece estar en los deportistas que se colgarán las 98 medallas en juego, sino quién osará desafiar durante las próximas dos semanas la ley rusa contra la propaganda homosexual.
Mientras Londres rindió tributo en 2012 al pop y al rock, Sochi apostó por hacer un homenaje a las bellas artes, desde el Teatro Bolshói a Chaikovski, desde las vanguardias al realismo socialista.
Los Juegos Olímpicos más caros de la historia, ya que han costado más de 50.000 millones de dólares, arrancaron ayer con el alfabeto cirílico y un pequeño problema técnico con uno de los aros olímpicos.
Luba, una niña vestida de blanco, fue el hilo conductor de la ceremonia y dio una lección de geografía al recorrer arrastrada por una cometa “el país más grande del mundo”, desde el Océano Pacífico al Mar Báltico, desde Siberia a Europa, a través de más 10.000 km.
El único borrón de la noche lo puso la detención en la plaza Roja de Moscú de diez activistas que intentaron desplegar una pancarta con un arcoíris, que amenaza con convertirse no solo en el símbolo de las minorías sexuales, sino también de los Juegos de Sochi.