Pocos días después de haber sido despedido de la Selección Masculina de Fútbol, Luis Fernando Suárez dio unas declaraciones a un medio de comunicación colombiano. Una de ellas me asombró y con dos coincidí.
Puesto que mi intención no es desacreditar al exentrenador, sino reflexionar a partir de sus palabras, señalaré que el comentario que produjo un lío en mi cabeza fue su afirmación acerca de que la culpa de su despido la tuvo Jorge Luis Pinto, porque en el Campeonato Mundial del 2014 “llegó a puntos muy altos”.
Después de unos minutos, la perplejidad dio paso a una cómplice condescendencia, pues advertí que finalmente se nos obsequió un maravilloso pretexto para la falta de compromiso y otorgar una voz a las gratuitas justificaciones que suelen concederse en la vida: la culpa es de quien persevera y alcanza sus metas.
La fastidiosa porción de hombres y mujeres empeñados en la excelencia agrían la confortable flojera y descuido y endurece como el cuero el cojín de la conformidad en el que, sentados en rebuscados argumentos, el resto de la gente se hunde.
La concreción de sus propósitos, lejos de escocer la apatía y estimular a hacer y terminar lo que se comienza, agobia cuando se ven las dificultades que enfrentaron ellos y que, por ejemplo, condujo a la nadadora paralímpica costarricense Camila Haase Quirós a ganar tres medallas de oro en los Juegos Centroamericanos, a participar con gran suceso en competencias en Río de Janeiro y Tokio, y que dijo, en agosto del 2021, con una encantadora naturalidad, que a veces se le olvida que no tiene medio brazo.
Estas personas convierten las limitaciones en desafío y no culpan a nadie. Se encumbran por sobre las circunstancias. En vez de imputar a otros un vuelo pegado a la tierra, deberíamos mirar dentro de nosotros; entonces, sabríamos que también poseemos unas alas que, perezosamente plegadas, esperan el movimiento de nuestra voluntad para remontar.
En sus declaraciones al medio colombiano, Suárez, en una expedición desde la culpa de Pinto hasta nuestro país, hizo un comentario tan acertado como desafortunado fue el primero. “Costa Rica se quedó quieta pensando que con lo que tenía ya estaba”.
Quieta, maravillada y conforme. No solamente en el fútbol, sino también en la gran cancha nacional en donde al alborozo de crear instituciones a las que se les confían metas concretas (por ejemplo, los Ebáis) le sigue el tiempo de la pasividad y la indiferencia.
Es en estos interminables limbos temporales cuando la piel del país se cubre de úlceras que, infectadas durante años, supuran crisis como las inhumanas filas que, como tristes figuras espectrales, se agolpan desde la noche anterior en la acera para obtener una ficha en los centros básicos de atención.
El más elocuente modelo de letargo gubernamental fue la donación del gobierno de Taiwán del Puente de la Amistad, sobre el río Tempisque, en el año 2003.
Después de agradecer y celebrar la construcción de la obra, las autoridades se entumecieron y hasta noviembre del 2022, es decir, diecinueve años después de incesante y despiadado uso vehicular, ¡comenzaron los estudios para repararlo!
Quedarse quieto con lo que el país tiene o logró es sofocar el impulso básico que estimula a un individuo razonable o a una sociedad a tomar acciones, esto es, la posibilidad de mejorar el estado en que se halla.
Cuando irremediablemente las crisis nos resucitan de golpe del estado de quietud y modorra, el retorno de la vitalidad se asemeja más a una convulsión de espasmos y recriminaciones que a una verdadera estrategia de solución.
Todos se culpan y todos se absuelven en una pirotecnia de fuegos cruzados sin apenas advertir que fue la inacción y el asueto que concedimos a las decisiones lo que, como una hiedra, hendió tiempo atrás los muros de la nación.
Después de sentar a la paralizante quietud a nuestro lado, Luis Fernando Suárez finalizó con un llamado a la acción: “Algo están haciendo los demás que, en determinado momento, Costa Rica tiene que hacer”.
Efectivamente, hagamos algo para que Panamá deje de aporrearnos en fútbol y con impostergable urgencia rectifiquemos el sinuoso rumbo por el que deambula el país. De lo contrario, continuaremos construyendo rutas y trochas de lastre para todos los problemas sin poner los pies en un camino que nos conduzca a través de un pavimento sólido y con dirección.
El autor es educador pensionado.