Las autoridades que elegiremos en el 2022 recibirán un país en crisis económica y social y deberán tomar las mejores decisiones para superarlas, razón suficiente para que las agrupaciones políticas seleccionen bien a las personas que se postularán.
Antes de votar debemos analizar exhaustivamente tanto cualidades personales como propuestas a fin de hacer una mejor elección, que el voto sea racional, informado.
En el debate político es frecuente el recurso de la desacreditación del adversario para obtener réditos electorales, práctica que inculca en la ciudadanía la idea de que quienes participan en política, hombres y mujeres, son incompetentes y sinvergüenzas y que los políticos son iguales.
A esa percepción, claro está, contribuyen también la ineptitud y los actos deshonestos de ciertas personas dedicadas a la política, pero la generalización es improcedente y burda, pues no es justo que por la impericia y las acciones corruptas de un grupo se culpe a toda la clase política.
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Indisposición perjudicial. La suspicacia ciudadana en sus dirigencias alimenta el escepticismo con respecto a la validez del sistema de representación y la legitimidad de las instituciones democráticas, a la vez, crea un recelo en la sociedad que la hace sensible al discurso de la antipolítica y a los cantos de sirena del populismo de todo signo ideológico.
En las pasadas elecciones, en un clima de desencanto y frustración, estuvo cerca de llegar a la presidencia una figura populista, autoritaria y mesiánica, pero desinflada, por fortuna, antes de la primera ronda.
Posteriormente, el matrimonio igualitario polarizó la elección entre las dos opciones que representaban más radicalmente las posiciones a favor y en contra, trastocando por completo el panorama electoral; en el balotaje se sumaron a la discusión aspectos de carácter religioso, de gran sensibilidad para un sector de la ciudadanía.
Las dos elecciones anteriores, pero principalmente la última, pusieron de relieve el desconcierto, la aprehensión, la susceptibilidad y la volatilidad del electorado, el cual define su voto más con base en aspectos emocionales que racionales.
- En lugar de buscar la emancipación de la herencia confesional legada por los diputados constituyentes y de prevenir la intromisión religiosa en asuntos políticos, se dan inconvenientes pasos en la dirección contraria.
Las ideas y propuestas planteadas por los candidatos y las candidatas sobre los problemas del país no tienen tanta importancia en la determinación de la preferencia electoral, por tanto puede afirmarse que Costa Rica no está vacunada contra el populismo.
División de poderes. La injerencia e influencia de la religión es otro factor que contribuye a alterar el comportamiento electoral.
Apelando a la fe, cabezas de las iglesias cristianas solicitan el voto a los feligreses para favorecer sus aspiraciones a una curul y en los dos últimos procesos electorales los partidos políticos identificados como cristianos lograron elegir a una considerable cantidad de gente a la Asamblea Legislativa, con el consecuente aumento de la influencia religiosa en la promulgación de las leyes.
Esta tendencia es contraria al principio de independencia y autonomía que debe regir las relaciones entre lo político —lo civil— y lo espiritual —la religión—.
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En lugar de buscar la emancipación de la herencia confesional legada por los diputados constituyentes y de prevenir la intromisión religiosa en asuntos políticos, se dan inconvenientes pasos en la dirección contraria.
Los Estados y las organizaciones religiosas tienen como objetivo a los seres humanos, a quienes deben servir, por lo que el ordenamiento de cada una de estas dos entidades debe mantenerse separado: los primeros ofrecen bienestar a la totalidad de la ciudadanía y, las segundas, ofrecen a hombres y mujeres una propuesta de salvación trascendente.
La próxima será una elección crucial y tenemos la responsabilidad de elegir a los mejores hombres y mujeres que en el Poder Ejecutivo y el Legislativo trabajen por el progreso del país y el bienestar colectivo.
Es indispensable no dejarse llevar por los discursos populistas o por consideraciones de carácter emotivo, ni por valoraciones religiosas, sino cristalizar el anhelo de un voto más racional, de un voto informado.
Creo conveniente que el Tribunal Supremo de Elecciones persista en su campaña con ese loable objetivo.
El autor es exembajador ante el Vaticano.