Para nadie es un secreto que el estilo de desarrollo de las últimas décadas en nuestro país requiere abundante inversión extranjera, directa o financiera. Basta con recordar los múltiples escritos, oficiales y no oficiales, que reiteran la importancia que tiene la atracción de esa inversión y de lo que esto significa como logro extraordinario. Estamos en la meseta alta de inversión extranjera directa y de endeudamiento en divisas.
También conviene recordar la insistencia de la política pública en centrarse en la promoción de las exportaciones y la atracción de esta inversión, sin exigencia ni logros de encadenamientos productivos o fiscales, y escasa generación de empleo y valor agregado nacional.
A esto se adicionan dos políticas: la de endeudamiento externo, que se despliega con ímpetu, y la del incremento de tasas de interés, también persistente. A tal punto convergen estos esfuerzos de atracción que no tenemos derecho a sorprendernos de que la afluencia de capitales llegue a ser una amenaza inminente.
Acá hay, pues, un tema de fondo, no solo generado por ataques de terceros (especuladores), sino relacionado con responsabilidades propias de la política económica.
A este punto, con un puñado de indicadores en mano, no debemos darnos por satisfechos y congratularnos por el buen desempeño económico. Es necesario abordar algunos extremos y relaciones no tan evidentes, pero que plantean ciertos riesgos y limitaciones que la atracción de inversión extranjera puede generar, en ciertos contextos, máxime si su atracción llega a ser persistente, insaciable e indiscriminada.
Un propósito así, que independice la atracción sin límites de las necesidades del desarrollo y no mida sus impactos, puede llegar a ser una especie de adicción, y esta derivar finalmente en una enfermedad económica, cuyos síntomas ya se palpan.
La enfermedad holandesa
Los estudios de esta enfermedad económica, llamada holandesa, se refieren a una fecha no tan lejana, los años sesenta, que quedó asociada originalmente al descubrimiento de recursos energéticos en ese país.
La exportación de gas natural originó un flujo de recursos (divisas) hacia Holanda y una apreciación de su moneda. Esta situación ventajosa de generación de ingresos tuvo consecuencias no tan favorables: la revaluación de su moneda y la consiguiente pérdida de competitividad de los otros sectores llegó al extremo de desindustrializar al país, pues resultaba más barato importar que comprar lo producido en su territorio.
La enfermedad holandesa se refiere en la actualidad a las consecuencias dañinas ocasionadas por un aumento significativo en los ingresos de un país, ya sea por la producción de algún bien de extracción (minería, petróleo, etc.), o por la producción de algún bien o grupo de bienes, o por la inversión externa.
Lo central de la enfermedad es que el alto crecimiento de los ingresos en una parte de la economía perjudica a otros sectores económicos (en nuestro país, de producción local o exportadores, entre otros) debido a la pérdida de la competitividad al apreciarse la moneda propia. La apreciación de la moneda tiende a perjudicar a los exportadores (incluidos la agricultura y los servicios) que tienen cuantiosos pagos en moneda local.
Algo potencialmente positivo como es el flujo de divisas puede suponer un riesgo a mediano plazo, al hacer depender el sistema económico de un país de algún tipo de inversiones o de recursos, de su cantidad y precio internacional.
¿Dónde está el riesgo? En una pérdida de dichos recursos naturales, o bien en una caída de su precio en los mercados internacionales, o de repente todo el flujo monetario se detiene y el país se encuentra sin un tejido productivo sólido y diversificado al que recurrir para el crecimiento futuro. Beneficios a corto plazo, riesgo a mediano plazo. Pero también hay problemas inmediatos: los desequilibrios comerciales internacionales (déficit comercial) al estimularse la importación extraordinariamente; también presiones inflacionarias, al apreciarse la moneda local.
Holanda y otros aprendieron sobre esta experiencia y formularon políticas de ahorro e inversión en tiempos de abundancia de divisas; en años recientes, sobresale Noruega. Otros, simplemente, no aprendieron.
Pero hay más
El equilibrio macroeconómico se centró en la estabilidad de precios y el equilibrio fiscal, reduciendo la amplitud que tenía anteriormente, cuando combinaba equilibrio interno y externo. Con anterioridad a los años ochenta, la estabilidad macroeconómica significaba énfasis en la actividad económica real y apuntaba al crecimiento económico estable y al pleno empleo, junto con la baja inflación y la sostenibilidad de las cuentas externas.
Desde una perspectiva del control de la inflación en Costa Rica, se logró neutralizar la inflación externa con un ajuste que contrajo el gasto público primario y también el crecimiento local. Pero el equilibrio no, desde la perspectiva del desequilibrio externo y, menos aún, desde la perspectiva del empleo, ya que, por ejemplo, la tasa de desempleo abierto y el subempleo están en los más altos niveles históricos, desde hace tres décadas.
Esto lo que significa es que para estar satisfecho con el desempeño económico actual es necesario cerrar bastante los ojos. Solo así, a ojos cerrados, se puede no advertir los riesgos y problemas de esta situación.
miguel.gutierrez.saxe@gmail.com
El autor es economista.
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Para estar satisfecho con el desempeño económico actual, es necesario cerrar bastante los ojos. (Shutterstock)