El tema de hoy es el tamal tico, pero no se trata de anunciar su prohibición, aunque, dados los precios que alcanzan sus ingredientes, puede que el Ministerio de Salud ya lo haya declarado tóxico. Tampoco es la aceptación de que para las próximas elecciones ya hay tamal amarrado, aunque, según las encuestas recientes, muchas hojas y muchos “buríos” seguirán sueltos mientras los partidos de oposición sigan jugando de casita cuando ya deberían haber sacado el bachillerato. Solo se busca desentrañar el misterio escondido detrás del desamor entre el escritor colombiano Álvaro Mutis, recientemente fallecido, y la cocina costarricense.
Lamentando la desaparición del gran poeta y novelista, le decía a un amigo colombiano que Mutis, por boca del narrador de su novela El último viaje del Steamer Tramp, dictó una implacable y argumentada condena gastronómica contra nuestro tamal después de que en Puntarenas le sirvieron una muestra de ese delicado manjar. Y como soy firme creyente en la propiedad de aquella afirmación del checo Milan Kundera, según la cual “el novelista no tiene que rendirle cuentas a nadie, excepto a Miguel de Cervantes”, no consideré que la invectiva contra uno de nuestros supuestos platos típicos fuera una ofensa al honor nacional de Costa Rica.
Sin embargo, sentí cierta extrañeza cuando, tiempo después de la lectura de aquel libro, encontré en el menú de un restaurante de Bogotá la oferta de un tamal colombiano, me atreví a probarlo y me pareció que era bastante cercano al que nos sirven en Puriscal o en Tucurrique. Ante este comentario, mi amigo me hizo ver, con reservada cortesía, que Álvaro Mutis era originario del Departamento de Tolima, reconocido mundialmente por ser la región en la que se confeccionan los mejores tamales de Colombia, y me contó además que el recordado escritor dispuso en el testamento que sus cenizas fueran esparcidas en cierta localidad tolimense.
Provisto de esa nueva información, me resultó tarea simple elaborar una hipótesis sobre el origen psicológico de la descalificación a la que el insigne novelista sometió al tamal criollo, y ahora propongo, sin desautorizar con ello otras explicaciones posibles, que Álvaro Mutis, al llegar a la edad adulta, se sentía tan hastiado de ingurgitar tamales de Tolima, que en él comenzó a germinar el deseo de pasar al desquite; pero, no atreviéndose a correr el riesgo de malquistarse con sus coterráneos, urdió el plan de aprovechar la visita de su personaje a Costa Rica para, desde aquí, vengarse de antiguas indigestiones diciéndole a Juan el chuchequero para que entendiera Pedro el tolimense.