La inflación internacional ya venía subiendo cuando estalló la guerra contra Ucrania. Con esta, al aumento de la demanda, producto de la recuperación económica pospandemia y los problemas de logística, ahora se le sumó la caída en la oferta de algunas materias primas y problemas de logística aún más graves.
El fenómeno inflacionario no solo es peor ahora, sino que se ha vuelto más visible. De ahí que algunos bancos centrales, incluidos la Fed y el de Costa Rica, hayan empezado a subir sus tasas de interés.
Su objetivo es reducir la demanda general, y, así, quitarle presión al alza de precios. Dependiendo de qué tanto y qué tan rápido suban las tasas, existe el riesgo de causar una caída muy brusca del crecimiento económico, sobre todo, tomando en cuenta que el alza de precios de las materias primas tiene, por sí mismo, un efecto recesivo.
Por eso, los políticos, tanto gobernantes como aspirantes a gobernar, han reaccionado con propuestas para tratar de paliar los impactos negativos de la inflación en la población.
El gobierno de Carlos Alvarado propuso dar créditos fiscales a algunos transportistas y ayudas para la siembra de granos. Figueres habla de rebajar el impuesto sobre los combustibles y usar los fondos de pensiones para que las personas reduzcan sus deudas.
A excepción de las ayudas para la siembra de granos —bajo el supuesto de que con ese empujón se torna rentable la producción—, las demás son medidas paliativas. Aminoran brevemente el dolor hoy y lo trasladan para más adelante. Pero como el país tiene poco espacio para endeudarse, la opción de que sean nuestros hijos o nietos quienes paguen podría salir muy cara.
Además, como no son medidas generalizadas, sino dirigidas a grupos específicos (transportistas y deudores con trabajo formal), nadie asegura que el beneficio le llegará al consumidor final, especialmente al de más bajos recursos, que es el más afectado por inflaciones elevadas.
Entonces, ¿qué queda? La verdad es que hay poco margen a corto plazo. Como buena parte del golpe viene por los shocks de oferta (disrupción logística y menos productos disponibles), lo lógico es aumentar la producción en general, no necesariamente de los productos específicos que importamos.
Caemos en lo mismo de siempre: se requieren cambios estructurales para reconvertir a Costa Rica en un país más competitivo.
El autor es economista.