Desde hace varios años sabemos que para convertirnos en consumidores conscientes y responsables tenemos que reducir, reciclar y reutilizar. Esta consigna, conocida como “las tres erres”, recorre el planeta e incluso permea el guion de los programas infantiles, con el fin de educar en el consumo responsable a temprana edad.
Para las personas que tienen hijos pequeños como yo, las tres erres nos recuerdan a Rocky, personaje de la serie animada La patrulla canina, o Paw Patrol en inglés. Rocky es un perrito mestizo, entusiasta del reciclaje y con grandes habilidades para reparar casi todo, cuyo lema es “Antes de tirarlo, reciclarlo”.
Los expertos en sostenibilidad sugieren que las tres erres se deben inculcar en la primera infancia, ya que es en esa etapa de la vida cuando comienzan a formarse nuestros hábitos y valores, y cuando desarrollamos habilidades blandas fundamentales para la sostenibilidad, como el pensamiento crítico.
El filósofo para niños y pedagogo estadounidense Matthew Lipman definió el pensamiento crítico como autocorrectivo, sensible al contexto, razonado y aplicado. Esta habilidad nos ayuda a tomar conciencia de nuestros hábitos y a conocer mejor de qué manera estos se vinculan con nuestros valores.
También, nos permite realizar ajustes prácticos cuando estos hábitos entran en conflicto con nosotros mismos o con nuestro contexto.
El patrón de compra o consumo es uno de estos hábitos. El pensamiento crítico nos ayuda a contestar preguntas como: ¿Necesito realmente el bien o servicio que deseo? ¿Para qué lo necesito? ¿En qué cantidad? ¿A quién se lo compro? ¿Cómo ha sido fabricado?
Como veremos más adelante, estas preguntas son necesarias para calcular y reducir nuestra huella ecológica.
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Huella ecológica
El consumo responsable, como ética personal, se basa en dos máximas: consumir menos y de manera solidaria. Ambas parten de la idea de que, a través de pequeños gestos, los seres humanos tenemos el poder de transformar la sociedad.
Esa transformación social tiene lugar cuando, al consumir bienes y servicios, dejamos de pensar únicamente en la satisfacción de nuestros deseos egoístas y valoramos con detenimiento el impacto social, económico y ambiental de nuestras elecciones.
De esta manera somos capaces de controlar, voluntariamente y de forma consciente, los impulsos de nuestro homo economicus interno.
En ausencia de pequeños gestos, como ahorrar agua y electricidad, hacer una lista de la compra con productos de proximidad o utilizar con más frecuencia el transporte público en lugar del auto, es muy difícil reducir la huella ecológica individual que depende, en última instancia, del estilo de vida que llevamos.
La organización internacional Global Footprint Network define la huella ecológica como un indicador de sostenibilidad, que se calcula al restar los recursos consumidos por cada individuo a los recursos generados por el planeta a lo largo de un año.
Si consumimos más recursos y producimos más residuos de los que el planeta puede asimilar, se genera un déficit ecológico o de biocapacidad.
Para determinar cuál es nuestra contribución individual al déficit o al excedente de biocapacidad, Global Footprint Network nos lanza la siguiente pregunta: ¿Cuántos planetas usaríamos si todo el mundo viviera como usted?
En cuanto a mí, si todos vivieran como yo, necesitaríamos cuatro para sostener el estilo de vida. Las emisiones de dióxido de carbono son las grandes protagonistas de mi huella ecológica. Usted puede calcular la suya en www.footprintcalculator.org.
Trazabilidad
Aunque tengamos la intención de hacerlo, seguir la trazabilidad de nuestras opciones de compra no siempre es sencillo. Según las circunstancias, incluso necesitaríamos un detector de greenwashing, o lavado ecológico, debido a que no todas las marcas que adquirimos nos cuentan la verdad acerca de lo que venden.
La revista española en línea Ethic lo resume muy bien. Para trazar nuestro consumo “necesitaríamos contar con datos contrastados acerca del origen, materias primas, procesos de fabricación, condiciones laborales, política fiscal y propiedad, y otras consideraciones sobre la génesis de productos y servicios”.
Esta información no siempre está disponible de forma inmediata en internet. Entonces, ¿dónde está la verdad?
Aunque a estas alturas parece kamikaze que los países no cuenten con legislación en materia de trazabilidad, lo cierto es que únicamente con leyes no se promueve ni la producción sostenible ni el consumo responsable.
La trazabilidad es la capacidad de reconstruir el historial de un producto o servicio, mediante una identificación previamente registrada. Obliga a las empresas a contar con datos verificables sobre cada uno de los eslabones de la cadena de suministro, pero no solo por razones legales, sino también por un asunto de supervivencia en el mercado.
El uso de herramientas tecnológicas y procesos operativos avanzados es imprescindible, ya que, a vista de pájaro, es imposible determinar con precisión si la extracción de la materia prima de la que está hecho el producto, el acopio, la transformación, la distribución y la venta se han realizado con criterios de sostenibilidad medioambiental y respeto por los derechos humanos, entre otros.
En ausencia de una trazabilidad adecuada, nuestras opciones de compra no tienen cara ni nombre.
Por eso, la transparencia de la cadena de suministro de un bien, lejos de ser un hándicap que ventila los procesos internos de una compañía o una solicitud absurda y carísima por parte de los clientes, es en realidad una fuente de valor diferencial e identidad corporativa.
Las empresas que ignoren esta verdad tarde o temprano dejarán de ser relevantes para los consumidores responsables.
Para interiorizar el mensaje de Rocky, de Paw Patrol, debemos trabajar mejor nuestra propia concienciación, dedicar tiempo, leer, investigar y, sobre todo, comprometernos con el cambio. Esta es la fuente de nuestro poder individual.
La autora cuenta con 15 años de experiencia internacional en las Naciones Unidas y la Unión Europea. Oriunda de la zona de los Santos, trabaja como consultora internacional en sostenibilidad aplicada a la industria agroalimentaria. Lectora asidua y fiel seguidora del músico canadiense Neil Young. Siga a Manuela en Facebook y Linkedln.