Alguna vez, deambulando por una capital latinoamericana, empecé a toparme en ciertas esquinas con rótulos que me llamaron mucho la atención. Decían “Este lugar no es un mingitorio”. Esta es una palabra viejísima y que, por cierto, no conocía en esa época. Traducido al tico significa orinal. Recuerdo que el olor apestoso fue mi diccionario: no había duda de que en esos lugares la gente resolvía sus necesidades enfrente de todo el mundo. Y no fueron ni uno ni dos rotulillos, es que el centro entero era un mingitorio a cielo abierto.
Pensé que toda esa situación era una barbaridad. ¡Qué mal deben andar, me dije, para que tengan que poner esas advertencias y, encima, que nadie les haga caso! Para mí fue un contraste porque no recordaba ese problema en las ciudades ticas. Aquí, la gente se cuidaba y, si la cosa se ponía color de hormiga, pedían un baño en una soda.
Con el correr de los años, esas palabras me las he tenido que tragar más y más. Cada vez más veo gente —preciso, veo hombres— resolviendo sus necesidades en plena calle. Si van en un auto por una calle transitada, paran, se bajan y orinan en plena acera mientras el tránsito fluye y otros peatones caminan por ahí. Y si el chavalo va a pata, da la media vuelta y ¡vénganos tu reino! No es un asunto de las personas indigentes. Ellos también. Hablo de maes que van hacia o desde el trabajo y, pimpampum, asunto solucionado. Una nueva normalidad, para usar una expresión de moda.
Estas situaciones me chocan, por supuesto. ¿Por qué tornar lugares públicos en letrinas? De niño me enseñaron acerca del pudor y la consideración al prójimo. Con todo, esta columna no reflexiona sobre el tema desde una perspectiva moral, sino sociológica: ¿Qué nos puede estar diciendo esta situación sobre nuestra convivencia social?
A mí me sugiere varias cosas. Primero, que la noción misma de formar parte de una comunidad se ha evaporado. Las personas piensan en clave puramente personal y el resto les tiene sin cuidado. Los varones, en particular. Segundo, que las ciudades se ven como territorios de nadie y no como espacios públicos de todos, y en las tierras de nadie, cualquier cosa se vale. Y, tercero, me dice que hay tremenda falta de infraestructuras públicas sanitarias y que las autoridades locales no creen que tener ciudades limpias y sanas sea relevante. En fin, nuestra autoestima colectiva anda por el suelo.
vargascullell@icloud.com
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.