Dormir es un acto íntimo. No nos gusta que nos vean durmiendo. Posiblemente el atavismo sea que puesto que al dormir estamos desvalidos, incapaces de repeler un ataque, es importante dormir sin que potenciales enemigos se den cuenta de que dormimos.
En un verano muy cálido en una ciudad universitaria, la biblioteca es el lugar ideal por su aire acondicionado. Pasar horas, tramitar la lonchera, y luego hacer una siesta sobre la mesa, le agrega productividad a la tarde.
El cerebro se irriga mientras dormimos, y necesita un buen sueño para eliminar las toxinas producto de su función. Y que además los nuevos conocimientos se acomodan mientras dormimos.
En algunos aeropuertos hay sillas de masaje en las cuales el masaje es un pretexto para hacer una siesta. Es común ver a jóvenes, tumbados en las orillas de las salas de espera, haciendo siesta.
En las empresas y en las salas de clase, dormir sigue siendo tabú. Podría ser contraproducente. Si alguien está en una situación de alerta disminuida, es productivo que duerma media hora y luego siga adelante con sus ocupaciones. Eso es preferible a esa atención de turbio en turbio que ponen algunos estudiantes, o al estar en el escritorio solamente de cuerpo presente.
Lo que se llama power nap es un apalancamiento de la atención que consiste en invertir veinte o treinta minutos en una siesta, para salir de ella con bríos para afrontar otras cuatro horas de trabajo. En las universidades que tienen campus con zonas verdes, estas sirven como espacios de siesta. ¿Por qué no se dispone de salas cómodas, silenciosas y ventiladas donde los estudiantes puedan dormir?
Ha de quedar claro que la siesta no compensa una noche de fiesta; ni la falta de sueño crónica; ni el estar en pobre forma física; sino que sirve para atender los picos de cansancio del día, la marea alcalina después de comer y el estrés.
La hipnagogia, esos momentos de alta creatividad que tenemos cuando nos estamos despertando, es tan valiosa, que en vez de tener una al día, convendría tener dos.