Qué envidiable me resulta la imagen de un escritor hablando desde el redondel, encandilado por la luz de los reflectores, antes de la entrada triunfal de los payasos.
Martín Caparrós tuvo el privilegio de entrar en el oficio de periodista como aprendiz, con una nota primeriza sobre un pie congelado.
La desfachatez de la mentira oficial se ampara en el miedo de los corifeos a contradecir al caudillo.
Los grandes pies de caminante de leguas de mi bisabuelo materno, rajados por la cal, reclaman el primer plano.
Sin haber alcanzado nunca ni fama ni gloria, regresó del Congo para morir en un hospital de pobres de Amberes.
Nunca se me ocurrió que los dibujos de las historietas cómicas iban a pasar un día a tomar volumen en el mundo de la política, y aquellas fantasías llegaran a encarnar formas de ganar poder