En buena parte por culpa de la era de la televisión moderna —con series que nos sumergen en los procedimientos par resolver crímenes, como CSI, Criminal Minds y La Ley y el Orden— es innegable que hemos desarrollado una mirada hacia el lado oscuro de las personas.
Desde las técnicas forenses más avanzadas hasta los perfiles psicológicos más complejos, estos programas televisivos han despertado nuestro interés por los enigmas criminales y las personas dedicadas a desentrañarlos.
¿Quién no ha sentido la emoción de resolver un caso intrigante junto a los detectives y analistas de estas series, experimentando una conexión íntima con su afán por descubrir la verdad? Personajes icónicos han dejado una marca imborrable en nuestra cultura popular, encarnando el arquetipo del investigador implacable, resuelto a hacer justicia sin importar cuán enrevesado sea el enigma que enfrenta.
Sin embargo, más allá de las pantallas y los personajes carismáticos, existe una realidad palpable. En nuestro día a día, en nuestra propia comunidad, se encuentran personas comunes y, a la vez, extraordinarias, quienes, lejos de los reflectores, se dedican a enfrentar esos misterios y a buscar que la justicia prevalezca.
Estos héroes anónimos se embarcan en la búsqueda de la verdad, como lo hizo toda su vida Gustavo Castillo Montoya, un personaje que vivió la pesquisa criminal en primera línea desde que el Organismo de Investigación Judicial fue creado en Costa Rica.
La historia de don Gustavo no es solo un relato sobre investigación forense y balística, sino un testimonio de dedicación, perseverancia y pasión por un propósito mayor. “Sé que he tenido una vida afortunada”, anticipa antes de comenzar su relato.
Hoy, a sus 83 años, Castillo se ha olvidado de las prisas. Vive con calma, feliz, junto a su esposa, con la única preocupación de que el árbol de aguacates de su casa se mantenga saludable.
“Ya me he vuelto un experto en aguacates”, dice entre risas. “Ya sé cuándo se pueden abrir o cuándo hay que esperar a madurar. Ahora tengo tiempo para eso”, cuenta.
Esa calma la atesora, luego de una vida en que las imágenes mentales de crímenes y horrores colmaron su cotidianidad.
Al respecto, dice que, naturalmente, tenía que tener una fortaleza mental para ser parte de un gran equipo que fue pionero en la resolución de crímenes en Costa Rica.
Su vida profesional ha sido un apasionante viaje guiado por el servicio, la superación personal y la pasión por la justicia, pues él fue parte de la primera camada de especialistas que conformaron el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), en 1973.
Son muchísimas las historias que guarda en su cabeza, tantas que debió plasmarlas. Desde hace dos años, don Gustavo se propuso escribir sobre su vida, un acontecimiento que hoy celebra con el lanzamiento de su libro Historia de una vida guiada por Dios, publicado a través de la imprenta My Books Sellings.
Sin ánimo de hacer spoiler a todo lo que cuenta en el libro (el cual ya está a la venta), el exagente nos permite darle unos vistazos a su vida, como una oportunidad única para reflexionar en la vida de un hombre cuyas páginas se extienden desde las salas de investigación.
Una vida apasionante
Uno de los hitos más notorios en la destacada carrera de don Gustavo es su papel como uno de los primeros costarricenses en especializarse en balística y grafoscopía forense.
¿Qué es esto último? Pues imagine que cada vez que escribe algo, deja una especie de “huella” en el papel. La grafoscopía forense es como un súper detective que estudia esas “huellas” para descubrir quién las escribió. Estudian cómo alguien escribe las letras, cómo las forma y cómo pone las palabras juntas. Así pueden saber si fue la misma persona quien escribió algo o si fue otra. Es un poco como un juego de detectives para identificar quién está detrás de una escritura.
La balística, en tanto, es el estudio y comparación de balas para detectar si un proyectil fue utilizado en un arma determinada.
Estas disciplinas, que se enfocan en el análisis meticuloso de proyectiles y en la autenticidad de documentos escritos, se han vuelto esenciales en la resolución de crímenes. La destreza de don Gustavo en estas áreas no solo fortaleció las capacidades técnicas del OIJ, sino que también desempeñó un papel fundamental en el esclarecimiento de casos y en la búsqueda de la verdad.
¿Cómo un tico, crecido en un país sin ejército, podía saber tanto de armas? Pues desde ahí comienza su historia.
A sus 20 años, Castillo partió hacia Estados Unidos por invitación de su madrina, quien se había casado con un residente norteamericano. Con la vida por delante, él quiso probar suerte y tantear cómo era aquello del “sueño americano”.
“Yo estaba dispuesto a aprender lo que fuera. Tenía el espíritu de poner atención a los detalles y servir en lo que fuera que me saliera para ganarme mis cincos”, cuenta.
Al llegar a Estados Unidos, se propuso una primera meta: hablar inglés. En la casa comenzaron a enseñarle y él, por cuenta propia, consiguió libros en bibliotecas públicas para ir aprendiendo el idioma.
Poco a poco lo fue “masticando”, como él mismo dice, lo cual lo hizo animarse a buscar trabajo. Dentro de su búsqueda, encontró un cártel de empleo. Se trataba de un hospital en Chicago llamado Saint Francis, donde buscaban a alguien que sirviera en el departamento de misceláneos.
“Yo aprendí de todo ahí”, rememora. Adquirió habilidades variadas como la reparación de muebles y la confección de persianas para el centro médico. Aún no entiende muy bien por qué en el hospital le enseñaron de tantas tareas tan “distintas” a lo que hubiera imaginado que respondían a un centro médico, pero él estaba feliz de aprender y, sobre todo, tener un trabajo.
Pasó el tiempo y don Gustavo pidió la residencia, un beneficio que también le incluía una obligación: hacer servicio en el ejército de Estados Unidos. Curiosamente, no sintió temor, sino la adrenalina de saber que una nueva ventana se le abría y que aprendería más habilidades en este camino.
“Desde que llegué al servicio, sentí una afinidad con el manejo de armas. Sé que suena curioso o ‘raro’, pero era bueno. Entendía de calibres, podía diferenciar todas las armas con facilidad y poco a poco supe utilizarlas bien”, recuerda.
Su entusiasmo innato por entender las complejidades de las balas y las armas le daría, en el futuro, un talento crucial para la resolución de delitos, lo que lo impulsaría a sumergirse en el estudio profundo de la balística forense. “Para mí, cada proyectil es una pieza de un rompecabezas, una pista crucial que nos acerca a la verdad”, agrega.
El servicio militar continuó y Castillo lo asumió con entusiasmo. “Mi tiempo en el ejército estadounidense me brindó una base sólida para enfrentar desafíos complejos. Fui entrenado en tanques y artillería”, rememora.
De hecho, su destreza excepcional en esta disciplina lo llevó a ganarse la confianza de un coronel quien, tras varios meses, le pidió ayuda para entrenar a soldados en el manejo de cañones. Su habilidad no pasó desapercibida. “Fui solicitado para entrenar a sub vietnamitas en el manejo de cañones, lo cual fue un reconocimiento a mi experiencia y habilidades”, añade, haciendo hincapié en que en aquellos años (finales de los 60) Estados Unidos se encontraba inmerso en la Guerra en Vietnam.
Pasaron tres años y Gustavo cumplió con su deber. El comandante, que tanta confianza le tenía, le pidió que se fuera con él a un campo de entrenamiento en Chicago, pero el tico sentía que ese ciclo había llegado a su fin. “Aunque yo no estaba en la guerra, sino que solo en entrenamientos, me daba temor que un día tuviera que ir a combate y morir. Tampoco quería eso. Tenía una vida por delante”, rememora. Eran finales de la década de 1960 y apenas tenía 30 años.
Volver, volver
Don Gustavo llamó al hospital Saint Francis, donde laboraba antes de llegar al ejército estadounidense, y pidió que le devolvieran el puesto. “De hecho, yo exigí que me volvieran a contratar. Había servido para su país y merecía tener mi trabajo de regreso”, recuerda.
Así fue. El hospital le volvió a abrir las puertas y, aunque todo había vuelto a la normalidad, el futuro agente judicial tenía un sentimiento particular en su interior. Quería volver a su tierra.
Antes de irse de Costa Rica hacia Estados Unidos, don Gustavo había congelado su carrera en Química en la Universidad de Costa Rica (UCR). Con cierta nostalgia, sintió que era momento para regresar a su país y terminar el bachillerato en esa disciplina.
Cuando volvió, se reencontró con uno de sus hermanos, que había estudiado Derecho, quien le dijo que quería presentarle a “alguien especial” que había conocido en la escuela de leyes. Se trataba, nada menos, que de Stanley Vallejo, el hombre que tenía en su mente la idea de crear el Organismo de Investigación Judicial en Costa Rica.
“Conocer a Stanely marcó un hito trascendental en mi vida. Su dedicación a la justicia era absoluta. Me dijo que necesitaba a alguien que conociera de armas para formar una unidad especializada en resolver crímenes”, rememora.
“Por supuesto, yo estaba interesado. Solo le pedí que me diera tiempo para terminar mis estudios y así podría tener el título para ser parte de este nuevo organismo”, agrega.
Esta iniciativa, que culminaría en la creación del OIJ, fue un esfuerzo que marcaría un antes y un después en la investigación de crímenes en el país. Castillo Montoya no solo aportó su conocimiento técnico, sino que también influyó en la formación de una policía judicial que usaría la ciencia para buscar a los culpables de delitos.
“Allí empezaba un momento especial en mi vida. Yo crecí sin imaginarme que en el país se formaría una organización como esta. El destino me tenía preparado algo grande para mí”, cuenta.
Un momento particular
La historia de don Gustavo Castillo se entrelaza con algunos de los casos más intrigantes y mediáticos en la historia criminal de Costa Rica. Uno de los episodios que dejó una impresión indeleble en su carrera es el caso del Psicópata.
Este fue el primer caso documentado y estudiado de un asesino en serie en Costa Rica, desatando una ola de conmoción y temor en la sociedad. Desde 1986 hasta 1996, el Psicópata dejó un rastro de crímenes en su camino, con un modus operandi que se asoció con ataques a mujeres solas o parejas en sitios poco transitados durante las horas de la noche, especialmente en el área que fue conocida como el “triángulo de la muerte” entre La Unión, Curridabat y Desamparados.
La ola de asesinatos envolvió a la sociedad costarricense en una ambiente de miedo y desconcierto. Desde el OIJ, Castillo elaboró un perfil del asesino en un esfuerzo por identificar y detener al responsable detrás de los crímenes atroces. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos y las investigaciones, el caso no llegó a resolverse de un modo definitivo, aún cuando luego se sabría que el OIJ sí llegó a identificar con suficientes elementos al principal sospechoso.
El caso del Psicópata dejó una profunda marca en el campo de la investigación criminal en Costa Rica, influyendo en la forma en que se abordan y resuelven los crímenes de esta naturaleza.
Dentro de esta historia compleja, don Gustavo ocupó un papel activo. Como parte del equipo de investigadores del OIJ en ese momento, Castillo desplegó su experiencia en balística y grafoscopía para arrojar luz sobre los detalles de los crímenes y contribuir al perfil del asesino serial. “Fue un desafío sin precedentes en mi carrera. Estábamos lidiando con un asesino en serie, un enemigo invisible que sembraba el miedo en la comunidad”, reflexiona.
El caso del Psicópata se convirtió en una página crucial en la historia criminal de Costa Rica, y Gustavo Castillo Montoya relata sus propias experiencias y reflexiones en su libro.
“Eran días tensos. El país estaba tenso. Uno como investigador tenía que tener calma porque en la prensa salían muchas noticias y uno no debía apresurarse a decir que tal persona era el culpable solo por salir del paso. Había que ser muy resiliente”, recuerda.
¿Cómo logró esa calma? Según sus palabras, el apoyo de su familia y, sobre todo, la pasión por su oficio, hacían que cada día pudiera ir a investigar, comparar balas y hacer diagnósticos de armas para ver si coincidían con los sospechosos. “Mentalmente lo sacudió mucho a uno. El caso era complicado y por eso aún se recuerda”, agrega.
En el libro, don Gustavo comparte un episodio singular, pues él tuvo la oportunidad de visitar las oficinas del Federal Bureau of Investigation (FBI) estadounidense mientras seguía las pistas del caso. “Cuando llegué allí, creían que yo era un diplomático y no un investigador”, recuerda. “Toparse con gente de ese nivel fue impresionante”, agrega.
También, en otra oportunidad, don Gustavo fue al Centro de Investigación Científica para Policías, en Roma, Italia, donde profundizó sus conocimientos en grafoscopía. “Yo estaba muy consciente de que toda esa experiencia podría servir para mi país”, agrega.
Si hace cuentas, Castillo asegura que en toda su carrera pudo haber estado presente en, al menos, 290 casos entre grafoscopía y balística forense. De eso guarda muchas historias, como la vez en que un acusado lo amenazó de muerte.
“Me pegué un gran susto porque, el día del juicio, yo di mis declaraciones. Al hombre acabaron declarándolo culpable y, unas semanas después, se escapó de la cárcel”, dice.
Gustavo pasó temeroso. Salía de su oficina con miedo a una represalia y le advirtió a su familia de que tuviera previsiones ante cualquier situación sospechosa.
“A las semanas, encendí el televisor y vi en las noticias que lo habían asesinado, como parte de los mismos pleitos de la banda a la que pertenecía. Fue un gran susto el que tuve”, rememora.
Otros episodios, de los cuales no puede comentar explícitamente para evitar represalias, fueron cuando durante juicios los culpables le gritaron atrocidades. “En tribunales pasaba de todo. Uno iba a dar su declaración de lo investigado y la persona en juicio le decía a uno hasta de qué iba a morir. Había que tener mucha calma para lidiar con todo eso”, rememora.
Desenlace y alivio
Después de décadas de servicio en el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), Gustavo Castillo Montoya contempló un nuevo capítulo en su vida. Había sido testigo y protagonista de innumerables casos, aportando su experiencia en balística y grafoscopía forense para resolver misterios y llevar a los responsables ante la justicia.
Tras años de trabajo, llegó el momento de considerar su retiro. Don Gustavo planeó salir del OIJ en los años noventa, sintiendo que había cumplido su deber y que el desgaste le estaba pasando factura, además de criterios contrarios que tenía contra los jefes del momento, los cuales relata en su libro.
Fue en 1992 cuando comunicó su intención de retirarse del OIJ, preparándose para un nuevo capítulo en su vida. Sin embargo, el destino tenía otros planes. Un día después de su anuncio, una empresa farmacéutica buscó sus servicios.
“Sentía que mi vida necesitaba más calma, más espacio para explorar nuevas oportunidades”, confiesa. Su intuición lo llevó a reconsiderar su retirada, abrazando el desafío que se le presentaba y abriendo las puertas a un capítulo inesperado.
A lo largo de los años 2000, Castillo encontró un nuevo propósito al compartir su vasta experiencia. En el 2005, se registró en la Dirección Ejecutiva del Poder Judicial como experto en documentos dudosos y balística. Aunque ya no estaba dentro de las filas del OIJ, su conocimiento especializado no disminuyó en lo absoluto. Trabajando como perito externo, sus habilidades continuaron siendo un recurso invaluable para la resolución de casos.
No solo se limitó a las pericias y análisis, sino que también comenzó a ser invitado para dar conferencias y charlas a estudiantes universitarios interesados en el mundo de la investigación forense. “Me sentí pleno al compartir mis experiencias y conocimientos con jóvenes ávidos de aprender”, recuerda con una sonrisa. Su dedicación no solo había dejado una huella en los casos que había resuelto, sino también en las mentes y corazones de aquellos que aspiraban a seguir sus pasos.
Hoy, cuando reflexiona sobre su vida y carrera, don Gustavo Castillo Montoya encuentra satisfacción en el legado que ha construido. Desde su temprana pasión por el manejo de armas hasta su papel como parte de la primera camada del OIJ, pasando por su trabajo como perito externo y conferencista, quisiera ser visto como una inspiración.
Ahora, con la publicación de su libro autobiográfico, sus memorias quedan en el aire para quien quiera conocer más de su vida. Por su parte, él dice que disfrutará ver el jardín de su casa y cuidar esos aguacates que tanto le fascinan.
“He tenido una vida completa en cuanto a realizaciones, en cuanto a mi persona, a lo que pude haber servido al país. He completado todo. Tengo mi familia, un matrimonio feliz, mi casa propia, cumplí a cabalidad todos los trabajos que pude. He cumplido. Lo único que me quedaba pendiente era publicar este libro, que espero inspire y dé luz sobre el camino de la investigación forense en Costa Rica”, finaliza.
Busque el libro
El libro Historia de una vida guiada por Dios se puede conseguir en el sitio web Mybookselling.online.com o contactando directamente al autor a través del correo electrónico gcastillomontoya@gmail.com. El libro tiene un costo de ¢10.000.