Liga Deportiva Alajuelense se coronó campeón del certamen femenino por sexta vez consecutiva, y décima en su palmarés. Más que leyenda viva, es un fenómeno. Es resultado de una organización que asumió el fútbol femenino en serio, con todas las de ley, un cuerpo técnico experimentado, jugadoras que han madurado su técnica y absorbido una filosofía de juego. Un grupo que evolucionó de un ambiente de camerino, a uno de familia.
El torneo va ganando competitividad. Las leonas no la tuvieron tan fácil como en otras ocasiones cuando el cetro lo lograron en forma invicta. Sporting FF se mantuvo líder de principio a fin de la primera fase, lo que, en el formato de otros países, daría para campeón, pero como sabemos, los nuestros se organizan en dos fases.
Fue en esta segunda donde Alajuelense, con instinto felino, pasó del paciente acecho al zarpazo final para revalidar el título. Aun así, lo de Sporting FF es superlativo. Sin poseer el tamaño de organización y aficionados de los equipos tradicionales, ha logrado amalgamar un conjunto de alto nivel, y ha sido escuela para jugadoras que hoy militan en divisas dentro y fuera del país.
El fútbol femenino muestra efervescencia a lo largo y ancho del país, con muchos equipos cantonales que se mueven por mística, pero que trabajan en medio de carencias. El caso del Sporting FF, debería ser un modelo para analizar y eventualmente emular.
En el fútbol femenino se juega con fuerza y disputa por el balón, hay choque físico constante y se marca sin miramientos ni concesiones. Pero uno disfruta la ausencia de matonismo, de mala intención, y del engaño de los jugadores en partidos masculinos que dramatizan el más mínimo roce. En ese sentido, el fútbol femenino es fluido y honesto con el tiempo y con el espectador.
Lamentablemente es un torneo con facturas pendientes. La afición, pese a venir en ascenso, es poca en los estadios. Esto desmotiva el entorno para las jugadoras y compromete la existencia de los equipos, pues los costos de mantenimiento son altos.
Dada la precariedad de presupuestos, en la mayoría de las organizaciones las jugadoras solo reciben viáticos para cubrir costos de traslado, becas deportivas, o salarios que por reducidos son dignos de oprobio. Ni hablemos de las divisiones menores. Lo de ellas es genuino amor a la camiseta y al fútbol.
Salvo honrosas excepciones, las televisoras y cadenas radiales no transmiten los juegos, y menos si coinciden con el más irrelevante partido de fútbol mayor masculino, o de divisiones menores.
En ocasiones se privilegia un encuentro viejo, de archivo, que uno en vivo del certamen femenino. Las empresas llamadas a patrocinar con presencia de marca en camisas, o colocar publicidad en transmisiones, no han comprendido que, si bien el torneo femenino no posee el arraigo del masculino, el interés viene en ascenso.
Es una apuesta comercial que también debe visualizarse en un horizonte de mediano y largo plazo.
Alrededor del fútbol femenino persiste mucho cortoplacismo y visión patriarcal. Nada nuevo en el mundo de las mujeres, quienes, a lo largo de la historia, siempre han batallado fuerte por conquistar cada milímetro de espacio en la sociedad.
Pero cada avance, por mínimo que sea, es motivo de celebración. Atinadamente decía Sigmund Freud: “Soy bienaventurado, nada me ha sido fácil”.
El deporte es un factor determinante para el encausamiento de nuestros niños y jóvenes, un factor de mejora social. El fútbol, como deporte rey, debería ser pieza clave en la estrategia de rescate cultural.
Lamentablemente el fútbol masculino muestra signos de una narrativa y conducta violenta de algunos líderes y referentes que deberían estar llamados a transmitir una impronta contraria.
En buena hora, la culminación del reciente torneo de fútbol femenino emerge como un positivo presagio, la esperanza de devolver al fútbol su original y verdadero sentido, atractivo y contribución.
El autor es economista.