La escena es una de tantas que describe Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura, 1982) en Cien años de soledad (1967), novela representativa del realismo mágico, un movimiento literario en el que los hechos extraordinarios son vistos por los personajes con normalidad, como algo común y corriente.
El asunto viene a cuento porque desde hoy se juega, apenas, la segunda fecha del Torneo de Verano en el fútbol de la Primera División y, en menos de una semana, hemos sido testigos de varias situaciones que, a pesar del carácter insólito que revisten, nos acostumbramos a observar con tranquila normalidad en nuestro fútbol macondiano.
No más en la jornada inaugural, un equipo perdió los primeros tres puntos y encajó, sin jugar, tres goles en sus cordeles; otro llegó de visita con solo 11 futbolistas y sus tres posibles permutas. Enfrentó el partido, le expulsaron, injusta y tempraneramente, a dos integrantes y, sin embargo, actuó mejor que el anfitrión, para perder finalmente por la mínima diferencia.
Otro equipo de una antigua metrópoli, agobiado por luchas intestinas que nadie entiende, visualiza un futuro incierto, ante la eventual partida de su avezado timonel, además de que, a última hora, tendrá que pagar la bicoca de ¢19 millones por derechos de formación de un joven valor porteño. Y el corolario del realismo mágico criollo lo ofrecieron el monarca y otros súbditos (según la tabla de clasificación), al respaldar a la entidad en deuda con sus cargas sociales, aceptando el aplazamiento de sus partidos, sin reparar en la obligación que tenemos todos de honrar una conquista social de los preclaros forjadores de la patria en los años 40.
Si los vivos conviven con los muertos en las páginas de García Márquez y de Isabel Allende, entre otros autores, cuán cerca estamos en estos andurriales futboleros de acostumbrarnos a convivir con lo insólito, como si tal cosa.