Además de destrucción y sufrimiento, la Guerra Fría produjo 100 millones de muertos. Esta no es una cifra antojadiza. El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión (1997) fue escrito por profesores universitarios y experimentados investigadores europeos del Centro Nacional de la Investigación Científica, la mayor y más prestigiosa organización pública de investigación de Francia. De su investigación surgió esa cifra.
El comunismo brota a partir del siglo XVIII, impulsado durante el gobierno del Directorio (1795-1799) de la Revolución francesa. La primera acción revolucionaria resolvió, además de la libertad y la fraternidad, garantizar la “única y verdadera igualdad”, no solo política, sino también económica.
Utopía. Esta utopía fue, subsecuentemente, impulsada por otras grandes revoluciones en algunos países: Rusia y China, principalmente. Buscaron la imposición del socialismo totalitario que se caracterizó por una disposición de sus dirigentes, que imaginaron que asesinar a los adversarios políticos era un primer paso indispensable para alcanzar esa utopía.
Lo que tuvieron en común todos esos Estados comunistas fue la perversión del espejismo de la igualdad económica, y el resultado fue el fracaso absoluto de ese experimento social, económico, político y psicológico.
El proyecto comunista terminó en corrupción en China, en pobreza en Alemania oriental y en Cuba, y en represión en todos los países que lo intentaron. Además de corrupción, pobreza y represión, el comunismo ha probado ser irreformable, como lo descubrió Gorbachov en la URSS.
No hay manera de salvarlo porque, entre otros males, esta utopía partió de la falsa premisa de que la igualdad existe. Ni los gemelos idénticos son iguales. Pruebas dactilares y, más recientemente, pruebas de ADN (“la huella genética”) confirman el carácter desigual de las personas. En algunos países de América Latina la igualdad no existe ni ante la ley. Para Montaner, en la Venezuela de Chávez y Maduro, en la Bolivia de Morales y en la Nicaragua de Ortega, “la ley no existe. Los jueces tienen precio y los poderosos ganan siempre”.
Una idiotez. En resumen, el concepto de igualdad, como meta realizable, es una idiotez. En el caso del socialismo totalitario se convirtió en una licencia para matar. La palabra costó 100 millones de muertos, sin contar los que murieron en la Revolución francesa.
Como el experimento igualitario no sirvió, se les ocurrió a los socialistas: ¿por qué no promover el concepto de la “desigualdad” para lograr su invariable meta de “igualdad”? Para ellos, los hechos históricos no tienen importancia. La verdad es que la riqueza colectiva ha crecido astronómicamente, pero la diferencia entre pobres y ricos sigue siendo igualmente desigual después de tres cuartos de siglo del proyecto igualitario del socialismo totalitario. Aproximadamente, 2.000 millones de personas en el mundo siguen viviendo en la pobreza extrema.
Una de las prácticas más populares del socialismo para disminuir la brecha entre ricos y pobres es hacer menos ricos a los ricos. Imponen impuestos cada vez más elevados, como el impuesto confiscatorio del 75% que aplicó a sus ricos el socialista francés Hollande.
Más pobres. La consecuencia es que, al poner impuestos tan elevados, se desanima la inversión, que a su vez reduce la tasa de empleo, creando más pobres y aumentando la desigualdad, lo cual hace necesario más impuestos para mejorar la terca desigualdad, hasta que se agota el capital y, entonces, hay que recurrir a repartir pobreza, que no tiene gracia, como hacen en Cuba hoy día.
Y lo más serio es que, cuando el sistema se consolida, no es reformable. No se resuelve simplemente tirándole dinero al problema. Por ejemplo, en el momento de la unificación de Alemania, Alemania oriental (socialista totalitaria) estaba quebrada. Alemania occidental (democrática) invirtió más de $60.000 millones para subvencionar empresas, pero el desempleo y la pobreza en la antigua Alemania oriental siguió siendo el doble del desempleo en Alemania occidental.
Cuando se toca fondo como en Cuba, hay que comenzar de menos cero. Un largo período de humillaciones y pobreza. Por eso es que las palabras “igualdad” y “desigualdad” son tan peligrosas, pueden ser “aniquiladoras”, como aseguró el filósofo Sir Isaiah Berlin. El más efectivo y menos cruento nivelador es la generación de riqueza.