En un reciente viaje a Polonia para estudiar más sobre la historia del Holocausto y la intolerancia humana, no pude llegar a entender el significado ni encontré suficientes palabras para describir la magnitud del odio del régimen nazi cuando caminé por las líneas del tren y visité los vagones originales en los que millones de judíos fueron trasladados como ganado a los campos de concentración y exterminio.
Tampoco pude entender la brutalidad e insensibilidad durante la Shoá, al ver con mis propios ojos montañas enormes de zapatos de niños judíos que fueron obligados a desvestirse antes de entrar en las cámaras de gas.
Todavía sin poder olvidar aquellos eventos barbáricos durante la Segunda Guerra Mundial, el desprecio irracional contra los judíos sigue manifestándose, como acaba de suceder en Israel este fin de semana. Desde el Holocausto, en un mismo día, no habían sido asesinados a sangre fría tantos judíos por razones de odio, antisemitismo e intolerancia.
El sábado en la mañana, cuando los judíos se preparaban para el Shabat y la importante festividad judía de Simja Torá, la organización terrorista Hamás llevó a cabo un ataque no provocado y sin precedentes desde la Franja de Gaza. Miles de cohetes y misiles fueron lanzados indiscriminadamente contra la población civil de Israel. Además, docenas de terroristas palestinos se infiltraron en territorio israelí y atacaron los poblados, asesinaron familias judías enteras y secuestraron a otros que fueron llevados a Gaza.
Hizbulá, otra organización terrorista patrocinada por Irán, se unió al ataque y disparó misiles, morteros y artillería desde el sur de Líbano hacia territorio israelí. Cuando escribía este artículo, ya se contabilizaban más de 700 israelíes asesinados, la inmensa mayoría de ellos civiles, y más de 2.000 heridos, algunos de gravedad. El número de rehenes en Gaza no se había oficializado, pero se hablaba de más de cien.
Las fotos y videos que circulan en las redes sociales y medios de comunicación muestran de manera asombrosa la frialdad, agresividad y crueldad con la que actuaron los terroristas contra niños, mujeres, ancianos y todo judío que se encontraron en el camino.
Por eso, sigo sin entender cómo el odio puede llegar a tales extremos y transformar la naturaleza del ser humano en una abominable bestia. Tampoco entiendo por qué algunas personas y organizaciones aplauden y celebran esos ataques, en lugar de condenarlos de manera categórica, como loablemente lo hizo nuestro gobierno.
Ante actos tan inexplicables como estos y todavía consternado por la seguridad de mi familia que vive en Israel, hay otras cosas que sí puedo entender y explicar de manera clara y firme.
Pude entender el verdadero significado de “supervivencia y resiliencia” del pueblo judío al escuchar a mi esposa dar testimonio —con mucho orgullo y valentía— sobre como su abuelo paterno sobrevivió al Holocausto, cuando visitamos el propio campo de concentración al que fue enviado desde su ciudad natal. ¡No nos pudieron aniquilar!
Puedo entender el profundo significado de la expresión “Am Israel jai” (“El pueblo de Israel vive”), representado por la continuidad de la existencia judía a lo largo de la historia. También, puedo entender el legítimo e inherente derecho del Estado de Israel a defenderse y a proteger a su población del despreciable terrorismo palestino.
Finalmente, puedo entender que, cuando se trata de actos terroristas, no existen atenuantes ni mucho menos justificantes. Cuando se trata de odio, discriminación, radicalismo e intolerancia, no existen razones que lo expliquen ni moral que lo permita. Son absolutamente indignos y repudiables.
El autor es miembro de la comunidad judía de Costa Rica.