“Hay que decir que el proyecto se inició con toda la ilusión, pero cuando se compró el edificio no se evaluó su condición”. Nada más alejado de la verdad fue esta declaración de la ministra de Cultura, Sylvie Durán, dada el sábado pasado a La Nación con respecto al cine Variedades.
Sus afirmaciones, en la nota titulada “Variedades se compró sin evaluar condición del edificio”, no son de recibo, puesto que en su oportunidad —a finales de diciembre del 2013— el cine se adquirió para el Estado con la supervisión y aprobación del Ministerio de Hacienda, la Contraloría General de la República y el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural. Este último adscrito al Ministerio dirigido por Durán.
Hace siete años, al final de la administración Chinchilla, en mi calidad de funcionario del Centro de Cine, fui testigo de la oportuna e intensa gestión de las autoridades de entonces para adquirir el edificio, rescatar su indiscutible valor histórico y patrimonial, restaurarlo y convertirlo en la sede de la Cinemateca Nacional.
El deseo no obedeció a una ocurrencia, sino al llamado de un grupo compuesto por artistas, profesionales y técnicos audiovisuales, quienes invierten talento y dinero con el fin de alcanzar una posición digna del cine costarricense en el ámbito nacional y latinoamericano.
El Variedades se constituiría en la casa del cine nacional, lugar de acogida para estrenos, ciclos, talleres, festivales, etc.

Trabajo postergado. Es necesario recordar que inmediatamente después de la adquisición del inmueble las nuevas autoridades del Ministerio de Cultura y del Centro de Cine asumieron los cargos.
Lo que debieron hacer en el gobierno de Luis Guillermo Solís Rivera era proceder cuanto antes a restaurar el edificio con un proyecto viable en lo estructural y económico, y no dejarlo siete años en evidente abandono, como lo advirtieron varias organizaciones y puede comprobarse con solo pasar frente al edificio.
El tiempo se invirtió en planes y planos de un proyecto de Cinemateca Nacional, tan ambicioso y costoso que se tornó inviable debido a medidas como la expropiación de un parqueo aledaño, cuando la lógica exigía encargarse de lo apremiante, es decir, la restructuración gradual, pero pronta y realista, del edificio.
Los nuevos encargados del proyecto no tomaron en cuenta el expediente y los argumentos de la Contraloría que obligaban, prioritariamente, a conservar el patrimonio arquitectónico.
Apegados al criterio de Durán, no habría sido posible adquirir el antiguo cine Raventós para convertirlo en el Teatro Popular Melico Salazar, orgullo de nuestro arte y la cultura.
Posiblemente sus ocupaciones le impidieron revisar la documentación aportada desde el principio por los organismos indicados para la tarea, como la Contraloría y el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, cartera de su Ministerio con profesionales y expertos en estructuras, estudio de suelos y otras áreas patrimoniales.
Durán se refirió en la publicación a lo mucho aprendido en la materia. ¿Cómo, si los especialistas del Centro de Patrimonio son expertos en ella?
Otra forma de hacer las cosas. La Antigua Aduana, la antigua Fábrica de Licores y el Teatro Raventós son ejemplos de la restauración de edificaciones icónicas, gracias al impulso político y técnico carente en la restauración del Variedades.
Como dice nuestro pueblo, que cada palo aguante su vela. Si la crisis de la pandemia puso cuesta arriba el bienestar de las artes, la peste no debe servir de excusa para la inacción y las omisiones.
Salvo planes y planos, el viejo y querido Variedades sigue ahí, como la Puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo, deteriorándose cada día más.
El autor es pensionado del Centro de Cine.