Los griegos votaron el domingo en un referéndum para decidir, formalmente, si aceptaban una propuesta de la Unión Europea para ponerse en el camino de las reformas y hacer los ajustes necesarios que les permitan pagar sus deudas y avanzar hacia el desarrollo.
La pregunta formulada era deliberadamente ininteligible. En el fondo, para quienes convocaron el referéndum, que los votantes entendieran la pregunta era irrelevante: tanto mejor si no la comprendían del todo.
Esto por cuanto el primer ministro, Alex Tsipras, y su todavía ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, colocaron el objeto de la consulta en otro contexto: ¿Quería el pueblo griego que los humillara Europa? ¿Sí o no?
Planteada en esos términos la consulta, el “no” debía obtener el 100%. No creo que haya alguien en Grecia, ni en otro lugar del mundo, que vote a favor de ser humillado. Sin embargo, el “no” obtuvo solo el 63%.
Lo que llama la atención es que un 37% apoyara el “sí”. ¿Votó entonces ese porcentaje de los griegos a favor de ser humillado? No. La razón es otra: ese 37% no cayó en la trampa populista de sus dirigentes. La minoría pensante e informada supo de qué se trataba en realidad el asunto.
In crescendo. Durante décadas, Grecia se endeudó irresponsablemente. Los bancos y los organismos financieros le prestaron irresponsablemente.
Grecia, en lugar de invertir en desarrollo, gastó todo cuanto le prestaron. Cuando ya no pudo seguir obteniendo crédito, falsificó sus cuentas nacionales y los prestamistas ¡no se dieron cuenta!, y le siguieron prestando.
Cuando no tuvo capacidad para endeudarse más y tampoco para pagar lo que debía, la Unión Europea salió al rescate: le prestó dinero público para que pagara lo que adeudaba a los bancos privados y organismos financieros internacionales.
Así una deuda privada o multilateral terminó siendo un crédito tóxico en manos de los contribuyentes europeos.
Esto, desde luego, no les gustó a los europeos, quienes han advertido a sus Gobiernos que deben lograr que Grecia pagué sus deudas. De ahí que con Angela Merkel, canciller alemán a la cabeza, Europa se le plantó al actual gobierno griego –una coalición populista que llegó al poder con la promesa de desconocer las deudas– y le exigió austeridad en el gasto, eficiencia en la recaudación y el pago de sus obligaciones financieras. Agotados los argumentos más o menos racionales, Tsipras y Varufakis huyeron hacia adelante y convocaron el referéndum del “no” a la humillación.
Exigencias. Ahora, con el resultado obtenido, Tsipras y Varufakis exigen un acuerdo blando: una condonación del 30% de la deuda, más largo plazo para pagar el 70% restante a una tasa más baja y, mientras tanto, que Europa siga manteniendo sus líneas de dinero líquido para que los bancos griegos abran y las personas cuenten con algo de dinero para cubrir sus necesidades. Es decir, que Europa les perdone un tercio de lo que ya les dio y gastaron, que por el resto casi no les cobre intereses y les permita pagar cuando puedan y, al mismo tiempo, los mantenga con vida artificial.
Si hoy Europa acepta esa propuesta, su futuro estará condenado a reventar en pedazos cuando otro miembro comunitario entre en problemas y exija el mismo trato dado a Grecia después del referéndum.
Ahora, lo que corresponde es que los contribuyentes europeos convoquen un referéndum propio con la siguiente pregunta: ¿Queremos los europeos que los griegos nos sigan agarrando de chanchos? Esta vez el resultado quizás sea un 100% a favor del “no”.
El autor es abogado.