La Cámara Costarricense de la Construcción hizo un llamado a conversar en serio sobre obra pública. No es la primara exhortación de este tipo, pero no sale sobrando. El Colegio Federado de Ingenieros y Arquitectos (CFIA) y otros actores del sector también enfatizan la necesidad de un diálogo bien fundamentado sobre el desarrollo de la infraestructura necesaria para mejorar la calidad de vida y el desempeño económico.
Esos objetivos no se alcanzarán nunca con la descalificación de la crítica, sobre todo cuando proviene de expertos tan calificados. Tampoco con campañas en las redes sociales, con troles y memes empeñados en crear la ilusión de que nunca antes se vio tanta obra pública y bien vale la pena soportar las molestias.
Los espejismos de las redes chocan contra la realidad de la vida cotidiana. Las molestias causadas por la demolición del puente del bajo de los Ledezma nunca valieron la pena porque jamás tuvieron razón de ser. Pudieron evitarse con la instalación de un puente bailey antes de derribar la estructura existente y no después.
La cantidad de obras menores, aunque necesarias, emprendidas en los últimos meses, están lejos de establecer la marca histórica pretendida por los memes. Por el contrario, el comunicado de la Cámara de la Construcción cita un dato irrebatible para medir la actualidad con el pasado reciente. Entre 1991 y el 2020, la obra pública representó, en promedio, el 20 % de la construcción total. En el 2023, apenas significó el 9 %.
La bajísima inversión es insostenible en un país dedicado a atraer inversión extranjera, aumentar el turismo y apoyar la producción. El comunicado reconoce la larga historia de limitaciones a lo largo de tres décadas, pero la estadística comparativa del 2023 con los promedios de aquellos 30 años no permite dudar de un estancamiento todavía mayor.
Aparte del contraste estadístico, el comunicado de la Cámara hace un alarmante inventario de los proyectos estancados, esos sí de gran envergadura. Manifiesta duda sobre los plazos anunciados para finalizar la carretera a San Carlos y señala la incertidumbre sobre la ampliación de la Florencio del Castillo y la ruta 27, a veces prevista sin participación del concesionario y a veces con su ayuda; a veces financiada por Arabia Saudita y a veces por bancos y fondos de pensiones.
En el recuento figura la paralización del proyecto de la ruta 1 (San José-San Ramón), también oscilante entre la ejecución mediante el fideicomiso establecido al efecto y la construcción por otros medios, así como el estancamiento de la carretera entre Barranca y Limonal. Las obras indispensables en el puerto de Caldera están sumidas en la misma incertidumbre.
El descarrilamiento del tren de pasajeros no dio lugar a un nuevo plan para el transporte de personas. Tampoco terminan de concretarse los proyectos de sectorización del transporte público, tantas veces derrotados por los intereses del sector, pero no por eso menos necesarios. Así como se renunció a construir el tren, cuyo diseño y financiamiento quedaron listos al finalizar la última administración, los avances de Ciudad Gobierno se desperdiciaron para plantear otro esquema de ejecución, a la postre reñido con la ley.
La Cámara no solo llama a hablar en serio de los proyectos bajo la rectoría del Ministerio de Obras Públicas y Transporte (MOPT), sino también los relacionados con infraestructura educativa, abastecimiento de agua y salud. En este último caso cita los obstáculos interpuestos a la construcción del nuevo hospital de Cartago con argumentos “vergonzosos”.
El comunicado menciona la necesidad de fortalecer el Consejo Nacional de Concesiones para permitir el empleo de alianzas público-privadas, pero lejos de moverse en esa dirección, el MOPT acaba de juramentar al cuarto secretario técnico en menos de dos años de gestión.
Ojalá el llamado a hablar en serio sobre infraestructura y medios para desarrollarla sea atendido. Troles y memes pueden crear la efímera ilusión de un avance, pero los costarricenses transitamos por vías de asfalto, lastre y cemento, cruzamos puentes de verdad e invertimos buena parte de nuestras vidas en los embotellamientos.