Sin prensa no hay sociedad democrática. Por eso la ola de populismo desatada sobre el mundo en los últimos años encuentra un estorbo en el periodismo y en la libertad de expresión. No debe sorprendernos. La prensa, por su naturaleza, constituye, con otras instituciones, un contrapeso a la pretensión de acaparar el poder, sustituyendo los mecanismos democráticos por otros, más maleables.
Es fácil para el populismo presentar a la prensa como adversaria y vincularla con el statu quo. También atribuirle propósitos de manipulación cuando no hay propuesta más manipuladora que el populismo. Sus practicantes ofrecen al pueblo participación directa en las grandes decisiones hasta convencerlo de entregar, paulatinamente, su poder de decisión. Es una paradoja, pero el resultado se hace obvio con un somero repaso al uso de las urnas, y de las plazas atestadas de gente, para convertir los procesos electorales en meros simulacros y las manifestaciones públicas en medios para ratificar decisiones predeterminadas por la cúpula dirigente.
Lo vimos en Venezuela, donde un simple decreto invitó a sustituir la Asamblea Nacional debidamente electa o en México, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador ganó una amplia mayoría a favor de una obra de infraestructura en un referendo donde apenas participó el 1% de los votantes.
En Venezuela, la sucesión de «consultas populares» y otros mecanismos para sustituir la legítima representación de los ciudadanos, culminó en la desaparición del estado de derecho. En México, una institucionalidad todavía robusta opone resistencia a la corriente autoritaria, con ayuda de una realidad geopolítica muy diferente.
En ambos casos, el embate populista identifica a la prensa como uno de los principales enemigos, entre los cuales también figuran los poderes Judicial y Legislativo si no son obsecuentes. En Caracas, Diosdado Cabello, segundo en importancia y mando, acaba de recibir como indemnización las instalaciones de El Nacional, uno de los últimos medios independientes del país.
Una suerte muy similar encontraron, a lo largo de los años, otros periódicos, radioemisoras y televisoras críticas del chavismo. En ausencia de medios independientes, el régimen de Nicolás Maduro hace su voluntad sin crítica ni freno. Logró, incluso, subyugar a la judicatura y, como quedó apuntado, anular la voluntad popular sustituyendo la Asamblea Nacional por una espuria constituyente.
En México, López Obrador enfrenta instituciones todavía resistentes, pero la violencia verbal contra los periodistas y los medios de comunicación normaliza otros tipos de agresión. El país es uno de los más peligrosos para la profesión periodística y, según Leopoldo Maldonado, director de la prestigiosa organización defensora de la libertad de expresión Artículo 19, «las intimidaciones y campañas de desprestigio empiezan en las conferencias mañaneras del presidente y se replican por otros miembros de su Gobierno o en los estados y municipios».
El mismo libreto, con diferentes grados de éxito, ha gobernado los destinos de otros países caídos en el populismo. Rafael Correa, en Ecuador, estuvo a punto de desbaratar las finanzas de El Universo. Lo habría logrado de no ser por el rechazo al correísmo en las urnas y la intervención de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En El Salvador se han cuadruplicado las agresiones contra periodistas y el presidente Nayib Bukele presume de las investigaciones fiscales y por lavado de divisas contra medios de comunicación como el laureado periódico digital El Faro.
La tensión no es entre derecha e izquierda. Es entre el populismo con aspiraciones autoritarias y la prensa. Las víctimas son publicaciones ubicadas en todos los puntos del espectro. Los agresores tampoco son necesariamente de izquierda o derecha, porque el populismo es instrumento en cualquiera de los dos casos. López Obrador primero criticó al periódico Reforma, sistemáticamente atacado por «conservador», pero no tardó en atacar a medios tradicionales de la izquierda mexicana, como La Jornada o Proceso. La demanda contra El Nacional también afecta a Tal Cual, un periódico dirigido por Teodoro Petkoff, economista militante de izquierda, exguerrillero y fundador del partido Movimiento al Socialismo (MAS).
Los populistas ofrecen la destrucción de la prensa para sustituirla por otra, mejor, como ofrecen sustituir los mecanismos de representación democrática por la voluntad popular directa. En algunos casos fracasan, pero, en muchos, logran explotar la insatisfacción y los enojos, a menudo justificados. Entonces los países entregan paulatinamente su libertad al hombre fuerte y solo se dan cuenta del error cuando es demasiado tarde. Para entonces, ya no hay prensa independiente o queda poco de ella.