Conozco la opinión del periodismo prevaleciente en algunos círculos políticos y sociales. A menudo, son reductos afectados por nuestro trabajo, donde el llamado a rendir cuentas se entiende como insolencia
Acabábamos de publicar, el miércoles, la noticia sobre la invasión de un grupo antivacunas al hospital de Heredia con la diputada Shirley Díaz entre ellos. Sonó la campanita de mi teléfono para alertarme del ingreso de un mensaje. Franco Pacheco, candidato a vicepresidente de la Unidad Social Cristiana, me enviaba una publicación con el logo de La Nación y las fotos de Lineth Saborío y Shirley Díaz acompañadas de una leyenda recordando el papel de la candidata presidencial al frente del despacho de la diputada.
“No entendemos cuál es el propósito de sacar la foto de doña Lineth en esta noticia”, escribió Pacheco. Como a nadie le gusta un reclamo injusto, amén de tonto porque el montaje era obvio, simplemente contesté: “Es que ustedes no son periodistas”. Uno habría esperado que un hombre con el aplomo necesario para ser vicepresidente meditara el motivo de la respuesta o cuando menos lo preguntara. Le habría explicado que los periodistas tenemos el hábito de confirmar.
También le habría informado de los procedimientos elementales para identificar noticias falsas, es decir, la mínima diligencia requerida para confirmar datos difundidos en las redes sociales. En este caso, bastaba con revisar La Nación para no derrochar ingenuidad en mentiras electrónicas.
Pero Pacheco, además de crédulo, se mostró impulsivo y, sin pensarlo, cuando con ánimo caritativo atribuí su incomprensión al hecho de no ser periodista, contestó: “Por dicha”. En las circunstancias, solo pude replicar: “Eso digo yo”. Ahora lo reitero. Por dicha en mi oficio hay profesionales pausados y valientes, atentos a sus obligaciones y dispuestos, a cambio de remuneraciones relativamente modestas, a defender los intereses del país. Por dicha personas de otras condiciones se abstienen de entrar a la profesión.
Conozco la opinión del periodismo prevaleciente en algunos círculos políticos y sociales. A menudo, son reductos afectados por nuestro trabajo, donde el llamado a rendir cuentas se entiende como insolencia. Por dicha los periodistas tenemos mucho de irreverentes.
El menosprecio implícito en el “por dicha” de Pacheco no extraña, pero invita a preguntarle si alguna vez necesitó protección por denunciar a un narcotraficante; si anduvo armado, no para hacer despliegues de matonismo, sino por prevención ante amenazas; si alguna vez denunció un acto de corrupción en defensa del interés público; si ha enfrentado juicios penales, no para responder por un exceso, sino para defender la verdad de una denuncia en resguardo del interés público; si habría sido capaz de correr hacia las Torres Gemelas cuando todos corrían en el sentido contrario; si algún día se metió entre la devastación de un terremoto o navegó una inundación para alertar al país del dolor y las necesidades de los damnificados; y si en algún momento enfrentó presiones del poder político y económico para impedir la publicación de verdades incómodas.
Por dicha hay periodistas para hacer todo eso y más, incluida la constatación de informaciones para librar a los ingenuos de reproducir falsedades y diseminar la ignorancia. Comprenderá don Franco que los practicantes de esta extraordinaria profesión, cuando atestiguamos el valor de nuestros colegas, la celebremos, con García Márquez, como el mejor oficio del mundo.
Laboró en la revista Rumbo, La Nación y Al Día, del cual fue director cinco años. Regresó a La Nación en el 2002 para ocupar la jefatura de redacción. En el 2014 asumió la Edición General de GN Medios y la Dirección de La Nación. Abogado de la Universidad de Costa Rica y Máster en Periodismo por la Universidad de Columbia, en Nueva York.
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