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Costa Rica no queda bien en los índices globales de gestión ambiental. (Shutterstock)
Uno de mis proverbios favoritos dice así: “El agua hace flotar el barco, pero también puede hundirlo”. Me gusta porque encierra dos ideas sencillas: la primera, que nada es intrínsecamente bueno o malo; la segunda, que una sola circunstancia ofrece posibilidades y resultados distintos.
Reflexioné sobre este proverbio cuando leí el capítulo “Armonía con la naturaleza”, del informe del Programa Estado de la Nación (PEN) del 2022. Encontré algunas observaciones relacionadas con la imagen ambiental de Costa Rica, que merecen atención de quienes trabajan para crearla, mantenerla y fortalecerla.
Una de las observaciones sostiene que, si bien nuestro país registra resultados positivos en asuntos muy concretos, como la conservación, no muestra un desempeño excepcional en los índices globales de gestión ambiental.
Otra llama la atención sobre las consecuencias negativas de la confrontación discursiva entre agentes públicos y privados que se perciben como rivales, las cuales impiden alcanzar acuerdos sobre la ruta que debe seguir el país para impulsar un crecimiento de menor impacto ambiental.
Una tercera se refiere a la diplomacia ambiental, es decir, la participación nacional en negociaciones internacionales. El informe del PEN constata la carencia de dos cosas: protocolos generales para llevar a cabo dichas negociaciones y una metodología estandarizada para identificar a las personas que representen al país en los espacios donde se negocia.
Desempeño ambiental
Uno de los referentes globales que el PEN utiliza para ilustrar los claroscuros de nuestra gestión ambiental es el índice de desempeño ambiental (EPI, por sus siglas en inglés), elaborado por las Universidades de Yale y Columbia, en colaboración con la fundación canadiense McCall MacBain.
El EPI está integrado por 40 indicadores, agrupados en 11 categorías, y tiene como objetivo mostrar, con los datos de los que dispone, cuáles políticas ambientales funcionan y progresan, y cuáles no tanto. Visto así, es usual que los países puntúen mejor en unas categorías que en otras.
En el 2022, Costa Rica alcanzó la posición 68 en un ranquin de 180 países, y en América Latina ocupó el puesto número 15. Aunque obtuvimos una calificación aceptable en aspectos relacionados con la conservación de algunos ecosistemas, quedamos debiendo en otros vinculados con nuestra capacidad material para reducir el impacto negativo de ciertas actividades productivas, como la agricultura.
El informe del Estado de la Nación es contundente al respecto: las fortalezas ambientales específicas que tiene Costa Rica no alcanzan para sostener ventajas comparativas del liderazgo internacional.
Polarización climática
En cuanto a las confrontaciones discursivas entre actores, la situación da mucho en que pensar. La dificultad para ponerse de acuerdo en torno a cuál es el crecimiento con menor impacto ambiental que se debe alcanzar no es exclusiva de Costa Rica. En todos los países, incluido el nuestro, hay actores que asocian la narrativa verde con perjuicios individuales.
Se les llama retardistas, y son los nuevos negacionistas. Aunque en público no se atreven a negar abiertamente la existencia de la emergencia climática, optan por una estrategia más sibilina para obtener lo que quieren: poner palos en las ruedas cuando se trata de echar a andar transformaciones reales y cuantificables a corto plazo.
Cuando los retardistas imponen su criterio en la agenda pública, impulsan medidas ineficaces para desviar la atención de otras concretas y más eficaces. Son los abanderados de la postergación climática: ¿Por qué se debe sacrificar el bienestar actual a cambio de un futuro lejano?
Los retardistas pueden ser líderes políticos, instituciones, sectores, empresas y colectivos sociales. Por lo general, tratan de acaparar los debates públicos sobre qué se debe hacer, con qué rapidez, quién tiene la responsabilidad y cuáles son los costos y los beneficios.
Cuando ese debate se torna imposible y, además, se nutre de la desinformación y hasta del insulto, se produce una situación muy peligrosa de polarización y un impasse, que pone en jaque la gobernanza ambiental.
Según el informe del PEN, ese impasse ya tiene consecuencias para Costa Rica, entre ellas, la erosión de nuestra imagen como nación ambientalmente sostenible, la dificultad de revertir tendencias de alto riesgo e impacto ambiental, el debilitamiento de las capacidades institucionales, así como fuertes rezagos en la implementación de la política pública.
Con razón, el EPI identifica el buen gobierno, los líderes responsables, las regulaciones bien elaboradas y el compromiso social como factores de éxito para la gestión ambiental.
Diplomacia ambiental
Desde hace décadas, Costa Rica trabaja activamente en foros internacionales para perfilarse como un líder innovador y confiable en materia ambiental. Para ello, promueve y asume compromisos muy ambiciosos, especialmente, en áreas específicas en las que se autopercibe más fuerte.
Sin embargo, el informe del PEN señala algunas incoherencias de la diplomacia ambiental, que golpean nuestra imagen y comprometen nuestra reputación como gestores ambientales. Por ejemplo, que los compromisos internacionales se acompañen de fuertes reducciones en los recursos institucionales.
Además, la mayoría de las iniciativas y de los proyectos se financian mediante la cooperación internacional, lo que para el PEN evidencia una alta dependencia de recursos externos; en algunos casos, poco margen de acción para definir la agenda temática; dificultades para mantener en el tiempo las acciones y para desarrollar capacidades.
El informe del PEN también señala que la rendición de cuentas, sobre los resultados intermedios o finales en las negociaciones internacionales, es limitada y no se dirige a las personas afectadas por ellas.
La imagen y la reputación de un país, lo mismo que el agua, no son en esencia buenas o malas. Sin embargo, ambas tienen el poder de fortalecer o socavar la confianza social en él. De ahí su importancia. Sin confianza social será muy difícil emprender las profundas transformaciones que demanda el desarrollo sostenible.
La autora cuenta con 15 años de experiencia internacional en las Naciones Unidas y la Unión Europea. Oriunda de la zona de los Santos, trabaja como consultora internacional en sostenibilidad aplicada a la industria agroalimentaria. Lectora asidua y fiel seguidora del músico canadiense Neil Young. Siga a Manuela en Facebook y Linkedln.