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El filósofo medieval Juan Roscelino de Compiegne (siglo XI de nuestra era, vean qué temprano) ya descalificaba lo que él llamó “un soplo de aire generado por la voz”, carente de significado alguno.


Marco Polo pertenece al impulso del yin, donde todo es belleza, apertura, curiosidad, novedad; Lew Archer, es lo contrario: pertenece al yang, la decadencia, muerte y soledad.