Ciertamente, en términos generales, durante este año han mejorado las condiciones macroeconómicas, especialmente en comparación con las que predominaron durante el 2022.
Dimensiones fundamentales del desempeño de corto plazo de la economía local, como el ritmo inflacionario y el crecimiento económico, han mejorado debido, particularmente, a los vientos favorables en el entorno externo y a la reversión de shocks que aceleraron los precios internos y deprimieron la demanda y la producción internas durante el año anterior.
Desde el 2021, pero con mayor intensidad el año pasado, el estallido de las presiones alcistas en las cotizaciones internacionales de las principales materias primas, y con ellas del ritmo inflacionario a nivel global, se reflejó en una aceleración preocupante y significativa de la inflación a nivel local.
Como si lo anterior no fuera suficiente, el origen de las presiones inflacionistas, un aumento en los precios de las materias primas a nivel global, y la reacción necesaria y justificada de las autoridades monetarias, tanto fuera como dentro del país, se reflejaron en un menor crecimiento de la demanda y de la economía.
Al mismo tiempo, las condiciones financieras se deterioraban debido al aumento en los tipos de interés provocado por la alta inflación y la reacción de los bancos centrales; mientras que en el mercado cambiario, aún se percibía incertidumbre y presiones alcistas en el precio de la divisa estadounidense.
Visto en retrospectiva, afortunadamente, los fenómenos que deterioraron las condiciones económicas locales en 2022 tuvieron corta vida, se debilitaron rápidamente y algunos incluso se revirtieron, como en el caso de los aumentos en los precios de las materias primas. Además, la reacción de la política monetaria también hizo su parte, contribuyendo a reducir los riesgos de una inflación persistente mediante el anclaje de las expectativas.
Ante estos cambios en el contexto global y vientos de cola favorables, la situación empieza a mejorar internamente, en especial, se reduce de manera notoria el ritmo inflacionario a la vez que la economía y el gasto interno se recuperan de los shocks adversos de años previos.
Además, se ven impulsados por factores geopolíticos que dinamizan, probablemente de manera estructural, el sector exportador de bienes y servicios, que crece a tasas aceleradas producto del aumento en la inversión externa alimentada por el nearshoring y el nada despreciable hecho de una economía estadounidense que ha desafiado todos los pronósticos y sigue creciendo saludablemente.
No obstante, debe moderarse el entusiasmo, pues lo que sucede es que la economía está regresando a la senda de la que fue desviada por una seguidilla de eventos y shocks exógenos en los últimos años. Pero la ruta a la que se regresa dista mucho de ser una que garantice un crecimiento sostenible, resiliente y, particularmente, equitativo e incluyente.
Se vuelve, pues, a una ruta económica mediocre e incapaz de atender los retos sociales, económicos, políticos y ambientales más apremiantes y, mucho menos, de apalancarse en políticas públicas modernas y efectivas que los enfrenten y que potencien el crecimiento y el desarrollo anhelados.
Mal hace el presidente en sobredimensionar y atribuir a sus acciones la normalización de las condiciones económicas, creando expectativas irreales sobre algo que no es más que el retorno a una senda de crecimiento mediocre y excluyente.
Mucho mayor mal provoca el presidente cuando impulsa una agenda de reformas y acciones gubernamentales superficial y antediluviana, perdiendo tiempo valioso, mientras que no titubea en convertir temas, como la equidad, el cambio climático, la seguridad, la educación, la salud y los derechos humanos, en armas de polarización política cuando lo que se requiere con urgencia es políticas públicas efectivas, de largo aliento y alrededor de las cuales se construyan acuerdos colectivos sólidos y duraderos.
Pero el peor de todos los males que puede provocarse es, sin duda, el contribuir a dinamitar una de las ventajas seculares de la nación costarricense: la capacidad de articular un marco institucional y de convivencia democrática capaz de propiciar acuerdos sobre los temas clave que permitan responder a los retos del momento y de los futuros posibles.
Sin esa capacidad, ni la economía ni el sistema político podrán satisfacer las demandas de las ciudadanías, tornando lúgubre el mañana menos inmediato.