La palabra correcta es “dado” o “barco”, pero, por más empeño que pongan, Antonio Brenes, de 9 años, y Julián Peña, de 24, leen “papo” o “qarco”.
No es que no sepan leer ni que tengan problemas visuales, sino que padecen de dislexia, un trastorno neurológico que les impide establecer una relación entre las letras que ven y los sonidos que cada grafía representa, lo que hace que, para ellos, el lenguaje escrito sea casi ininteligible.
Cerca del 10% de la población mundial padece el trastorno, lo que significa que en nuestro país hay unos 450.000 disléxicos y esto se refleja en las aulas.
Según el Departamento de Análisis Estadístico del Ministerio de Educación Pública, la dislexia es responsable del 25% de los casos de fracaso escolar y está detrás de la mayoría de las 112.142 adecuaciones curriculares no significativas que se aplican cada año en escuelas y colegios.
“Leer es horrible y muy difícil. Por más que uno se concentre, en general no entiende y tampoco reconoce qué es lo que está haciendo mal, pero con ayuda sí se puede salir adelante”, dice Julián, que este año se graduará de la universidad.
Y es que, aunque este trastorno es incurable, con terapia adecuada se logra que los disléxicos sigan una vida académica no del todo normal, pero no por ello menos exitosa. De hecho, Albert Einstein, Alexander Graham Bell y Pablo Picasso padecían el trastorno, que nada tiene que ver con el coeficiente de inteligencia.
El secreto, según la psicopedagoga Maritza Batalla, está en las posibilidades de los disléxicos de recibir apoyo para desarrollarse en otras áreas y no frustrarse por sus limitaciones.
Casos únicos. “Hasta que lo identificaron como disléxico, Antonio fue tildado de vago, de tonto, de inmaduro. Ni las maestras ni nosotros mismos lográbamos entender por qué no aprendía, y él se sentía impotente y no quería volver a la escuela”, recuerda Eugenia Vega, madre del niño que repitió dos veces segundo grado y pasó de la educación pública a la privada.
Vega afirma que, cuando recibió el diagnóstico, tanto ella como su esposo sintieron alivio y sorpresa: “La dislexia tiene cierto componente genético y mi marido descubrió que también él la padecía, pero con una intensidad y sintomatología distinta a la de Antonio”.
Aunque la dislexia siempre es causada por una alteración de una región del hemisferio cerebral izquierdo denominada temporoparietal, según los psicopedagogos no hay dos disléxicos iguales: algunos presentan solo dificultades para leer y escribir ciertas letras; otros tienen, además, problemas de secuencia u orientación o no logran realizar cálculos.
“Lo fundamental es analizar caso por caso y, junto a la adecuación (tiempo extra, exámenes con apoyo oral y omisión de la calificación de la caligrafía), brindarle al disléxico asistencia tanto cognitiva como psicológica”, dijo Mauricio Azofeifa, docente especialista en este trastorno.