Hay un ángel en su mirada; un tabú que con los años solo se torna más inquietante. Miguel Bosé es, a sus 60 años, el caballero de la seducción hecha canción.
Ni haber tenido que reprogramar su concierto del sábado debido a una lesión lumbar ni la lluvia y las presas de un martes atípico en carretera impidieron que el amante bandido pudiera cumplir una promesa pactada: entrar en un éxtasis de intimidad con quienes se funden en suspiros con el español.
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Las canas que ya pintan en la siempre bien arreglada cabellera de Bosé demostraron que, con los años, la magia deja de estar en besar los escenarios de grandes estadios; la pasión fluye mejor en la intimidad.
Con un disimulado cojeo y con evidentes esfuerzos por mover las caderas, el artista compartió su esencia frente a poco menos de 5.000 personas que lo ensalzaban desde las graderías del Anfiteatro Coca-Cola, en Parque Viva.
El ritmo también ha dejado de ser desenfrenado porque las variaciones son la mejor táctica para desatar la locura.
Así, en medio de un juego de luces y pantallas, el artista salió al escenario con Amo , el tema que da nombre a su tour . Aunque la canción es una oda al más codiciado sentimiento humano, hay quienes dicen que más bien hace referencia a que Bosé se sabe el amo y señor de un show en el que ningún detalle queda al azar, pero en el que, al mismo tiempo, aprendió a darse ciertas libertades.
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El repertorio continuó con Encanto y de nuevo encontró el coreo al unísono con Libre ya de amores , uno de sus más icónicos temas.
Bosé luego daría tregua al palpitar de los corazones con El hijo del capitán trueno y Salamandra, y aceleraría el ritmo cardíaco con Nena y Aire soy.
Su público le respondería con los brazos en alto y la potencia de sus voces, gobernado por las sensaciones y la cadencia que su música le despierta. De alguna manera, parecía que Bosé evitaba las pausas para interactuar con su público, como si tuviera clara clara consciencia de que en los juegos del amor suelen salir sobrando las palabras.
Sin embargo, una silla en medio del escenario daba la impresión de que la espalda del artista sí necesitaba un descanso.
Pero como hay verdades que no se lanzan al aire, tal vez él y su publico querían mentirse un poco para decirle que no, que no está loco. Entonces, Bosé se empeñó en hacer movimientos atrevidos que despertaron algunos gritos de sorpresa desde la gradería.
La temperatura iba subiendo y Bosé dejó expresa la necesidad de arrebatarle la mala reputación a su Morena mía. Esa era, quizá, otra mentira, un juego más; el conteo era una clara invitación al derroche de la sensualidad a través de una boca que lo provoca, lo mata y lo remata.
Aunque las luces luego se apagaron, a Bosé ya nadie le creía. El anfiteatro esperó en silencio, en el tácito entendido de que en las artes amatorias las segundas y las terceras partes pueden ser aún más intensas.
Y así fue. No hubo espacio para respiros ni suspiros en un último clímax marcado por el grito en carne viva de Te amaré, Bambú y la alucinación que solo el Amante bandido sabe provocar. Desde anoche y por siempre, Bosé será el héroe de amor.