Por primera vez en Costa Rica pudimos ver completo el ballet Romeo y Julieta , ejecutado por el elenco del Rusian Classical Ballet y sus bailarines invitados.
La primera versión en la que se ejecutó este ballet , fue en el Teatro Marinsky, en la Unión Soviética, en 1940, y quien realizó el montaje fue el coreógrafo Leonid Lavroski, con una partitura compuesta por su compatriota ruso Sergei Prokófiev en 1938, ambos inspirados en el texto dramático de William Shakespeare de 1594.
Cabe destacar que de este tema universal y la partitura de Prokófiev se han realizado muchas producciones en el mundo y de diferentes formatos; sin embargo, la que vimos en Costa Rica sigue siendo el clásico, pues recoge el legado de la escuela dramática rusa de Konstatin Stanislavsky.
En ella, el intérprete debe estar compenetrado con el personaje y no se centra la preocupación hacia la técnica corporal, como sucede en la mayoría de los trabajos de otro gran maestro del ballet clásico, Marius Petipa.
El principal legado de Lavrovski al ballet del siglo XX fue establecer un balance entre la rigurosidad técnica y la expresividad, sin caer en los arquetipos y eso fue lo que lograron plasmar en el escenario los protagonistas de la trágica historia de amor de Verona. La historia fue narrada en dos actos y más de 30 escenas.
El papel de los enamorados lo asumieron los bailarines invitados Olesya Gapienko y Andrei Sorokin, con magistral dominio técnico e interpretativo. En sus solos, brillaron y en los duetos, se acoplaron bien, logrando emocionar a la audiencia. De igual manera, interactuaron con los otros personajes en las escenas grupales con gran intensidad.
Si bien la presencia femenina de esta coreografía recae en Julieta, a Olesya la acompañaron en varias escenas Alina Kravtcova, como su madre, y Elena Deeva, en el rol de nodriza.
En los personajes secundarios masculinos destacamos a Maxim Tkachenko, como Teobaldo, especialmente en la escena del duelo de esgrima con Romeo; asimismo, la participación de Denis Sdvizhkov al encarnar a Mercurio. Ellos desplegaron todo el poder de la técnica en función de las acciones y emociones de los personajes.
El cuerpo de baile acudió con precisión y solvencia técnica ante las exigencias de los movimientos y sus personajes, así como los requerimientos de la partitura para los unísonos o diferentes agrupaciones.
Otro aspecto interesante de este montaje es la plástica escénica, que contribuyó a mantener a los espectadores atrapados, gracias a los constantes cambios en la escenografía.
En este mismo sentido, destaco el vestuario, a cargo de Yulia Zhuravleva, quien realizó un delicado trabajo en los trajes, que recordó la elegancia y colorido del renacimiento italiano.
El diseño de luces de Evgeny Prervozchikov logró crear los múltiples ambientes en que se desarrolló la coreografía.
Me agrada ver el teatro lleno y disfrutando nuevos montajes de buena calidad. Esperamos otros ballets completos para salirnos de los archibailados.