El ser humano, como la mayoría de los seres vivos, está sometido a la senescencia programada, a envejecer una vez cumplida su función de reproducirse y criar a su descendencia.
Haciendo unos simples cálculos podríamos concluir que esta función “impuesta” por la naturaleza quedaría resuelta en torno a los 40 años. Esa edad marca el umbral de la “vida libre de enfermedad”, a partir de la cual se produce un declive de la funcionalidad y comienzan los males relacionados con el envejecimiento: la enfermedad cardiovascular, el cáncer, la diabetes, la enfermedad neurodegenerativa y las del aparato locomotor; artrosis, osteoporosis y sarcopenia.
Son múltiples las teorías que intentan explicar este fenómeno. Teorías estocásticas (por causas aleatorias) y teorías deterministas (causas programadas). Pero ya sean aleatorias (como el cúmulo de desechos celulares o de radicales libres, las mutaciones genéticas y el deterioro inmunológico), o programadas (como la capacidad limitada de la multiplicación celular o la existencia de genes vinculados al envejecimiento y la longevidad), el resultado final será el deterioro funcional, la enfermedad y la muerte.
Sin embargo, el incremento de la media de esperanza de vida en los países desarrollados ha sido de unos 30 años en el último siglo. Muchas mujeres nacidas a mediados del siglo XIX no llegaban a vivir en menopausia. Hoy, teniendo en cuenta la edad media de la menarquia (primera menstruación), en torno a los 12 años, y la edad media de la menopausia (retirada de la regla), en torno a los 48 años, la mayoría de las mujeres pasan más tiempo de su vida sin regla que con ella, y el tiempo de vida en menopausia se acerca a la vida fértil.
Adultos mayores que participan de una actividad de la Municipalidad de La Unión donde aprenden a utilizar la tecnología. En la foto Mecedes Candiales / Fotografía: John Durán (JOHN DURAN)
Si bien el hombre no sufre un cambio fisiológico tan acentuado como la menopausia y el término de andropausia es controvertido, no es menos cierto que acusa los efectos vinculados a la disminución de sus niveles hormonales, en lo que se denomina el síndrome de déficit androgénico del hombre adulto.
En términos generales, los niveles de la mayoría de nuestras hormonas disminuyen con el envejecimiento, excepto el cortisol y la insulina. Algunas comienzan su declive en los 20, otras más tarde. Este declive hormonal se asocia a una serie de síntomas que son el espejo del envejecimiento: falta de vitalidad y energía, aumento del tejido graso subcutáneo y visceral, disminución de la masa muscular y de las capacidades físicas, disminución de la función sexual y la libido, sequedad vaginal, disfunción eréctil, piel y cabello finos y frágiles, labilidad afectiva, cambios de humor, dificultad para conciliar el sueño, sueño no reparador…
Muchos de estos síntomas se revierten llevando (apropiadamente) los niveles hormonales a los rangos de normalidad de un joven. El proceso de envejecimiento seguirá adelante con o sin optimización hormonal. Lo que sí es cierto es que muchos signos que caracterizan el envejecimiento se pueden frenar con una adecuada optimización hormonal, lo que mejora la funcionalidad y la calidad de vida.
Así las cosas, hoy son muchos los médicos y los pacientes, mujeres y hombres, que optan por una terapia de optimización hormonal para mantener o mejorar su funcionalidad y calidad de vida y prevenir las enfermedades relacionadas con el proceso de envejecimiento.