‘Legionarios’ es una serie de Revista Dominical, en la que le ofreceremos historias de costarricenses que destacan como profesionales, emprendedores y/o líderes en el extranjero. Si conoce de un caso que le gustaría sugerirnos, por favor escríbanos a revistadominical@nacion.com.
La costarricense Jennifer Berrocal no tiene una casa para vivir, una cama para descansar o un carro para transportarse, al menos no de manera permanente; cosa que no le genera ningún tipo de preocupación.
Desde hace unos años, la herediana se siente cómoda rentando un apartamento en cualquier lugar de Sudamérica o hospedándose en un hotel en algún país de Asia. Esa fue la vida que eligió, la que la hace feliz.
Un mes está en Grecia, al otro en Líbano, luego en El Salvador. La lista de destinos no se acaba y, por el contrario, son motivo de nuevas aventuras.
La costarricense, de 37 años, emigró a Canadá en el 2015, país en el que trabaja como coordinadora de proyectos en Afflo, una empresa desarrolladora de software. Para ese entonces, Jennifer contaba con un permiso de trabajo; sin embargo, llegó un punto en el que este estaba a punto de vencer y como quería seguir viviendo en el país norteamericano, decidió optar por la residencia.
En el 2020, con la llegada de la pandemia, la costarricense se vio obligada a salir de territorio canadiense porque estaba esperando sus documentos de residencia. Fue en ese momento que su vida dio un giro que ella no había planeado, pero que hasta ahora la ha llevado a coleccionar momentos, anécdotas, experiencias y fotografías en lugares en los que no se imaginó estar. Ella es nómada digital.
“Desde hace unos tres años estoy viajando, entonces no tengo un lugar fijo, nunca tengo casa, siempre estoy moviéndome de lugar, vivo en Airbnb —porque me sale un poco más barato rentar— o sino en hoteles y me quedó como máximo un mes”, comentó.
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“Pero esto no es algo que tenía en mente, porque yo vivía en Toronto, y como mi permiso de trabajo expiraba tenía dos opciones: me quedaba en Canadá sin poder salir del país o me devolvía a Costa Rica, y como mi trabajo es remoto, yo dije: ‘Bueno, cuál es la diferencia de estar en Costa Rica o en México’, entonces me fui a México y ahí empecé a moverme de un lado a otro”, agregó.
Recuerda que en un inicio ella avisaba en su trabajo que iba a estar en un país determinado; no obstante, ahora es su jefe quien le pregunta, en tono de broma, que en dónde está. A pesar de que es la única que vive como nómada digital, en la empresa en la que trabaja no tienen problemas con eso, pues desde pandemia las labores se realizan en remoto.
Desde entonces, Jennifer ha vivido en Bolivia, Líbano, Perú, Grecia, Estados Unidos, entre otros países. Eso sí, confiesa que hasta ahora su lugar favorito para ser nómada digital sigue siendo México, pues afirma que tiene mucha diversidad, cultura y comida que define como “deliciosa”.
“Me parece que tiene absolutamente todo. Tiene demasiada naturaleza, es hermosa, tiene una ciudad muy desarrollada, tiene playas, es barato, hay muchas opciones para rentar y tiene muchas áreas diferentes. No es tan peligroso como la gente cree que es, obviamente siempre hay que tomar sus precauciones, pero me pareció un excelente país para ser nómada digital”, aseguró.
De hecho, Jennifer cuenta que fue en territorio mexicano que se le quitó el “miedo a todo”, porque fue el país con el que experimentó esta forma de vida.
El lado no tan bonito
Aunque vivir como nómada digital suena muy atractivo y es sinónimo de viajar, conocer y estar en paisajes encantadores, la realidad es un estilo de vida que no es tan fácil como parece.
Jennifer reconoce que hay muchos factores que le pueden jugar en contra a quienes se inclinan por aventurarse en este estilo de vida.
“Aveces la gente le dice a uno: ‘Esa es la vida perfecta, porque es como viajar y toda la cosa’, pero realmente es muy caótico, porque todos los días cambian, uno no tiene rutina y pasan mil cosas y problemas que uno tiene que resolver siempre”, explicó.
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“A veces la cosa se complica. Hay que aprender a confiar mucho en uno mismo y resolver, aprender a ordenarse, porque ya la vida de por sí es muy caótica”, agrega.
Por ejemplo, este estilo de vida le ha enseñado a ordenarse con las finanzas, pues reconoce que al principio” gastaba mucho”, pero con el paso de los días se dio cuenta que no podía seguir así.
Además, enfrentó algunas situaciones que no le gustaría que le pasaran de nuevo.
“Una vez me robaron la billetera, perdí la maleta y varias veces quedé sin nada. Son muchas cosas que uno aprende a resolver rápidamente, al principio es como con cualquier problema, uno se agobia, pero ya después no, ya después es como: ‘Me pasó esto, pero hay que resolver’. Es una vida muy linda, se aprende mucho, se conocen un montón de lugares y realmente sí es muy chiva, pero todo tiene su precio”, detalla.
Otro factor que para Jennifer fue difícil de asimilar, fue el hecho de asumir esta aventura en solitario. La tica dice que a nivel familiar no ha sido muy complicado, pues ella y sus hermanos siempre han sido muy independientes; sin embargo, sí ha resentido la lejanía de sus amigos.
“Uno crece y las experiencias lo hacen crecer a uno de una manera un poco exponencial. Es ahí cuando uno se da cuenta quienes son los amigos que están pese al tiempo y la distancia, porque sí es difícil mantener amistades y, si uno viaja sola, pasa mucho tiempo sola. Hay que aprender de un balance y a manejar la situación. Si yo no hubiera ido a terapia yo no lo logro, es bien difícil”, comenta.
Y agrega: “Varias veces intenté tener pareja, pero no... es bien difícil, por mi estilo de vida no se podía. O la pareja es nómada digital igual que uno o hay que tener mucha madurez como para poder sobrellevar las relaciones y estar abierto a que sea como de larga distancia. Eso cuesta”.
No obstante, esa es una etapa superada para Jennifer, y ahora solo quiere seguir viajando, conociendo, aprendiendo.
Everest con corazón
Ser nómada digital ha llevado a Jennifer a vivir una montaña rusa de emociones. Sus aventuras han sido emocionantes, una fuente de aprendizajes que no admite arrepentimientos.
No obstante, luego de viajar por mucho tiempo, un día la costarricense se cuestionó cuál era su propósito. Se sentía estancada, sin rumbo.
“Llegó un punto en el que yo me cansé, nada me llenaba al final y yo decía: ‘¿A dónde voy?’. Entonces viajaba, pero no le encontraba ningún propósito, y realmente tuve como un periodo muy depresivo y estaba muy sola, ya nada me llenaba”, confesó.
“Todo se volvió muy superficial, no sabía por qué hacía las cosas y decidí devolverme a Costa Rica. Comencé a tomar terapia porque quería entender. Tuve que hacer mucha reflexión interna, quería era conocerme un poco más”, agregó.
En la India, Jennifer encontró un curso de yoga y retomó sus viajes. Allí conoció a varias personas, una de ellas vivía en Nepal; él la invitó a visitarlo, pues le comentó que vivía cerca de las montañas y ella aceptó. Eso sí, antes le preguntó si tenía buen Wi-Fi, porque sí, tenía que trabajar.
Cuando llegó al sitio se enteró de que su amigo vivía en Namche Bazaar, que es uno de los caminos que van para el Everest.
Un día, en una cafetería de la zona, pensó que ella debía subir al Everest, y aunque en un principio ella misma se decía que no, con el tiempo este se convirtió en una meta por alcanzar. Nunca ha hecho montañismo, pero si para ella existe un objetivo claro, es que desea conquistar la cima más alta del mundo.
“Querer subir el Everest ha sido todo un reto y, realmente, no hay nada que me haya hecho conocerme más. Me ha llevado al límite, he cambiado todo mi estilo de vida”, detalla Jennifer, quien empezó a practicar montañismo con frecuencia para poder cumplir su meta.
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Originalmente, ella quería subir al Everest en el 2024, pero ahora entiende que es más difícil de lo que creía, principalmente por el tema económico. Según sus cálculos, necesita aproximadamente $75.000, pues el equipo y el entrenamiento “es carísimo”.
Para Jennifer la solución está en los patrocinios; el problema es que cuando envía correos buscando alianzas comerciales en Costa Rica, ni siquiera le contestan.
“No tengo ningún patrocinio. Además, fui a la Federación de Montañismo y me dijeron que no, que mejor no lo intentara. Que era como para gente muy experimentada y que mejor intentara algún otro pico, pero no, no importa. Es normal que la gente le diga a uno que no, pero la cuestión es seguir intentando. Yo tuve que pasar mi proyecto para el 2025, ya lo acepté, ahora pienso que me ayudará a prepararme más”, asevera.
Para Jennifer, subir el Everest es más que en un proyecto personal, pues tiene un propósito social al que llamó ‘Everest with Heart’ (Everest con corazón). La empresa canadiense para la que trabaja la tica se dedica a desarrollar una aplicación para el trasplante de órganos y su intención es crear conciencia acerca de ese procesdimiento médico, que puede salvar vidas.
SegúnJennifer, ha notado que existe “información errónea, muchos tabús y creencias que no son ciertas” sobre el trasplante de órganos.
“Siento que estaría bueno empezar a conectar con más personas que han tenido un trasplante, hacer más conciencia respecto al tema. Realmente son muchas vidas las que se pueden salvar y cuesta mucho que alguien sea donador, que tengan esa conversación con la familia y que se inscriban para ser donadores”, asegura.
Y el nombre de ´Everest con corazón, justamente, nació porque uno de los ejecutivos de su empresa le regaló un peluche de un corazón (que simboliza el trasplante de órganos), y ahora, cada vez que viaja, les manda a sus compañeros una foto con el peluche.
Una vida estable
Los entrenamientos para subir al Everest y su proyecto han hecho que desde diciembre del 2023 Jennifer haya decidido establecerse en Vancouver, Canadá.
“Ahorita tengo una relación sentimental y funciona porque pasamos bastante tiempo juntos, pero ahorita porque estoy como más estable, verdad, pero si fuera como estaba hace un tiempo, realmente no se podría”, expresó.
“Me encanta que estoy teniendo una vida ya un poquito más estable, porque yo ahorita tengo una rutina. Entonces, por ejemplo, ahorita estoy trabajando en mi horario de trabajo, que es de 6 a. m. a 2 p. m., porque en la isla de Vancouver tengo otra zona horaria, y ya después puedo entrenar, puedo cocinar y esas cosas. Me encanta tener como esa rutina que hace mucho no tenía”, dice.
No obstante, reconoce que ya siente el gusanillo de irse de nuevo a rodar tierras. “Es una presión de que quiero moverme, realmente es algo que ya me hace falta”.
“Ya este es mi estilo de vida, de hecho me cuesta mucho estar ahorita en un solo lugar”, afirma entre risas.
Pero para eso no falta mucho, pues tiene planeado practicar montañismo en México, Estados Unidos, Ecuador y Nepal, donde subirá la montaña Manaslu, la primera de más de 8.000 metros de altura en su corta pero provechosa carrera como montañista.