En frente está un hombre, pero no cualquier hombre. A los 54 años el destino le encargó a Román Federico Macaya Hayes encabezar la institución que lleva la carga más pesada en la lucha contra la pandemia, dirige una planilla de 59.000 personas y capitanea 29 hospitales, decenas de clínicas y más de 1.000 ebáis.
Como nunca antes en la historia, la vida y salud de millones de costarricenses dependen del tino con que él y su equipo tomen decisiones y eso, sin duda, no es cosa menor; pocos despiertan por las mañanas con esa responsabilidad sobre sus espaldas.
Al mismo tiempo que combate la pandemia, intenta acallar los rumores; esos que dicen que será candidato a la presidencia por el Partido Acción Ciudadana (PAC).
Reconoce la raíz de ese cuchicheo político: en 2009 intentó ser el candidato presidencial del PAC, pero perdió en la convención interna. En 2012 hizo un nuevo ensayo, pero abandonó la lucha por diferencias con el partido.
Once años después confiesa que esos tanteos por alcanzar la silla presidencial “talvez lo seguirán el resto de la vida”. Admite que es un tema desgastante y acepta que ha sido de las cosas más complicadas de los últimos meses.
“Lo más difícil es la pandemia, pero esos rumores, infundados en un 100% porque no hay decisión más tomada, más clara y más decidida que esa: yo no voy a ser candidato presidencial.
Lo he dicho infinidad de veces, no me canso de decirlo, pero eso ha sido una distracción, no para mi, porque yo estoy claro de que no voy y el 100% de mi tiempo está dedicado a la Caja y a la pandemia, pero sí genera un ruido afuera que es inconveniente y por eso quiero ser enfático en que no voy; habrá otros candidatos y candidatas”, responde al consultarle sobre las voces que lo colocan en Casa Presidencial en mayo del 2022.
Es la primera vez que nos reunimos para una entrevista, pues en los últimos cuatro meses declinó solicitudes para conversar, en persona, sobre las denuncias relacionadas con posibles actos de corrupción cometidos desde la Gerencia de Logística de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), con millonarias compras de mascarillas.
Nos encontramos en la sala de sesiones de la Junta Directiva de la Caja. Hablamos –como es natural ya– con mascarilla: él ocupa la cabecera de una larga mesa de madera y yo un asiento a unos dos metros de distancia.
Las paredes blancas del salón denotan la relevancia de su puesto, allí cuelgan los retratos de las personas que lo antecedieron, excepto uno. No está la pintura de Eliseo Vargas, presidente ejecutivo de la Caja entre 2002 y 2004, condenado a cuatro años de prisión por peculado... es como si la entidad quisiera borrar ese nombre, esa cara y ese hecho de su historia.
“Es innegable que este puesto, la presidencia ejecutiva de la Caja, la ocupe quien la ocupe es muy visible, pero no debe interpretarse como un trampolín político de ninguna manera; mi intención es terminar la administración y llegar a mayo de 2022 con una Caja en las mejores condiciones posibles”, insiste.
Por su mente, asegura, no ha pasado, en los últimos dos años, la idea de ser presidente de la República.
“No lo he valorado (...) Con esto cumpliré ocho años de servicio público y quiero dedicarme a cosas que me interesan, una de ellas es la investigación, quiero poder dedicarle más tiempo a la ciencia”.
Antes de ser presidente ejecutivo de la CCSS fue embajador de Costa Rica en Estados Unidos. Ese país es muy importante en su vida, pues nació en Florida en 1966; su padre es costarricense y su madre estadounidense.
Creció en Guadalupe, frente al colegio Napoleón Quesada, en un barrio en el que recuerda había muchos niños de su edad.
Al cumplir 18 años regresó a los Estados Unidos para obtener formación universitaria. Posee un doctorado en bioquímica de la Universidad de California y una maestría en gestión de sistemas de salud de la Universidad de Pennsylvania.
Desde los 32 años volvió a Costa Rica para cumplir un rol de empresario, esposo y padre de tres mujeres (18, 14 y 10 años) y un hombre, de 16 años.
En sus hijos ve reflejadas las imposiciones de la pandemia, ya que están en edades en las que la interacción social es muy importante.
“Una cosa que me duele mucho es ver a los hijos tan encerrados, porque recuerdo cuando tenía 16 o 18 años y en esas edades uno tiene que estar disfrutando la vida, los amigos y la verdad tengo que darle mucho mérito a mis hijos de la disciplina que han seguido”.
¿Qué extraña?
Todos extrañamos algo de aquello que el mundo decidió llamar, desde hace algunos meses, la normalidad. Parece tan lejana aquella época en la que eran comunes las reuniones con amigos y familiares; las tardes de verano en un parque; los bailes hasta altas horas de la madrugada; los abrazos con conocidos y desconocidos y las cenas en las que no había que mirar de reojo el reloj para cumplir con la restricción vehicular.
Quizá, ese tiempo nos parece lejano porque antes metíamos todos esos momentos en el cajón de las “cosas cotidianas”, no les dábamos su valor.
El hombre que tengo enfrente no escapa a esa nostalgia; dice que extraña ir un buen partido de fútbol en el estadio y los conciertos.
También resiente no tener más tiempo para ir a correr, suele completar 8 kilómetros los fines de semana, pero desearía hacerlo con más frecuencia.
“Extraño un buen concierto y un buen partido de fútbol (...) Soy morado, pero no soy un gran fiebre, me gusta ir al estadio, pero no soy de los que si pierde el equipo estoy deprimido o si gano estoy alegre”.
¿Cuándo volveremos a un estadio? ¿Cuándo podremos abrazar al desconocido del lado en medio de la exaltación provocada por ese gol que nos da un campeonato? ¿Cuándo volveremos a abarrotar una explanada para bailar con nuestra banda favorita? ¿Cuándo podremos emocionarnos hasta las lagrimas por escuchar en vivo las notas de nuestra canción predilecta? No lo sabemos; nadie puede respondernos eso.
En esas preguntas banales está reflejado el mar de incertidumbres que trajo la pandemia.
Vivimos con el temor de enfermar; de enfermar a un familiar; de morir; de padecer la muerte de un ser cercano; de perder el trabajo o no recuperar el empleo.
La preocupación por lo desconocido no es ajena al presidente de la CCSS.
“Lo que más me preocupa es lo desconocido. En enero empezaba a sonar que algo estaba pasando en China, en febrero ya era evidente que no era solo en China, sino en España, Italia, Corea, Taiwan y en marzo lo tuvimos en el país.
“La mayoría de las noticias tienden a perfilar que esto va más largo de lo que creemos (...) Esto va a continuar en 2021, en Estados Unidos están en una fase exponencial en el crecimiento de hospitalizaciones y de fallecimientos, están perdiendo un paciente cada 30 segundos; obviamente tienen una población más grande que la nuestra, pero eso nos tiene que llamar la atención”, comentó el jerarca.
En medio de la lista de inciertos se asoma la esperanza de contar con una vacuna que brinde inmunidad frente a la covid-19, pero no es suficiente.
“De nuevo lo desconocido... No sé, puede ser que la vacuna llegue en entregas más pequeñas de lo que esperábamos o que hayan otras facetas de la pandemia que hoy no estamos viendo, eso es lo desconocido”.
No obstante, entre las dudas hay algo que señala con contundencia y eso ofrece confianza: cuando tengamos las dosis necesarias para vacunar a la población el sistema de salud exhibirá su experiencia en esa materia y logrará aplicarla con éxito.
“Costa Rica es de clase mundial en vacunación. Entonces, vamos a ser muy buenos en eso, no tengo la menor duda, pero mientras tanto, tenemos que cuidarnos”.