Si el año pasado fue complicado, no hay palabras que describan con exactitud cómo ha sido para Laura Chinchilla Miranda el año que está por concluir. Tal vez solo comparable con una montaña rusa de grandes elevaciones e inmediatas caídas estrepitosas.
La Presidenta de la República pasó de la frustración por echar atrás con el contrato de la concesión de la carretera San José-San Ramón, obligada por airadas protestas, a la tranquilidad de que un diputado oficialista recuperara la presidencia de la Asamblea Legislativa, tras dos años sin control.
De la satisfacción por la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama , a la impotencia frente a los cuestionamientos por un viaje que hizo a Perú en un avión que facilitó un extranjero vinculado años atrás, en Colombia, con un narcotraficante.
– ¿Qué sintió en esos momentos?
– Angustia... muchísima– responde.
“Con el tema de la carretera a San Ramón, porque no era una salida fácil y nos movió la mejor de las intenciones. Se quiso decir que fue una concesión mal dada, cuando la concesión fue dada hace muchos años. Quisimos más bien dar una salida razonable a una situación que no se movía ni para atrás ni para adelante; escuchamos la preocupación de mucha gente que nunca se nos había acercado antes, quisimos negociar, pero ya la gente no quería escuchar.
”Lo del avión (causó angustia) porque, de alguna manera, cuestionaba lo que he considerado mi valor fundamental como funcionaria pública, que es la integridad y mi compromiso ético con el país. A Dios gracias, creo que ha ido quedando clara esa situación, pero me generó muchísima angustia”, repite.
Mas las caídas no se detuvieron, pues dos proyectos que pudieron ser flores en el ojal para este gobierno están en la cuerda floja por cuestionamientos. Es el caso de la construcción de una refinería con China y la ampliación de la carretera a Limón , también con un préstamo chino.
Con los tropiezos de este año y los muchos acumulados desde mayo del 2010 –entre los que sobresalen la trocha fronteriza o la salida de sus ministros –, Chinchilla está pasando a la historia no solo como la primera mujer en el poder, sino también como la cabeza del más impopular de los gobiernos en la historia reciente, según encuestas realizadas por la empresa Unimer para La Nación.
Para setiembre, la confianza en su gestión alcanzó apenas un 0,726 en un indicador de 0 a 5 que toma en cuenta la labor del Poder Ejecutivo, la eficiencia en el gasto público, el conocimiento para resolver problemas, a quién se beneficia y el nivel de corrupción.
En aquel momento, ya eran las cifras más dramáticas de la historia reciente; sin embargo, para noviembre bajó aún más, hasta llegar apenas a un 0,67.
Gracias a la enorme popularidad de sus primeros días, en un 2010 que ya parece muy lejano, el gobierno de Chinchilla tiene un promedio de 1,254. Para darnos una idea, el promedio de su antecesor, Óscar Arias, fue un 2,231, y el de Abel Pacheco, cuatro años atrás, llegó a 1,892.
La mandataria asegura que, a diferencia del tema de la carretera o del avión privado, esos indicadores no la angustian. Ella optó por separar las notas que le ponen a su gobierno y las que ella obtiene en solitario. Se consuela con las últimas, que tampoco son buenas, pues para noviembre, las opiniones desfavorables crecieron de 67 (en setiembre) a 75 puntos porcentuales.
“Las personas siguen reconociendo en mí un conjunto de calidades. Además, cuando salgo a la calle, esté donde esté, la gente me recibe con una gran comprensión o gran afecto. Entonces, eso me recompensa y me relativiza el juicio tan riguroso que sale en las encuestas”, expresa.
“No quiero decir que las encuestas no dicen lo que es. Yo no me quiero pelear con las encuestas, nunca lo he hecho. Lo que quiero decir es que hay elementos que logran complementar o compensar lo que las encuestas dicen. Además, firmemente sigo creyendo que el planteamiento que llevamos, la visión que tengo de Costa Rica, lo que procuramos hacer y gran parte de nuestro legado, abona a la meta que tienen que abonar todos los gobernantes que es acercar al país un poquito más a la meta del desarrollo y del bienestar”.
No obstante, las estadísticas la contradicen y no alimentan su esperanza. En su gobierno, el 21% de los hogares del país (unas 285.000 familias) viven en condición de pobreza debido, principalmente, a la falta de trabajo, según la Encuesta Nacional de Hogares.
Además la desigualdad se ha profundizado y el desempleo es mayor: de 7,8% el año pasado, a 8,5%, según el XIX Informe del Estado de la Nación.
“A Laura Chinchilla deberían medirla en tres temas: ella prometió mejorar la seguridad ciudadana y cumplió; el segundo es que, en el 2010, tomó el país con un Caja Costarricense de Seguro Social en crisis y hoy en día es sólida sin que signifique que no haya que hacer más. Su otro gran compromiso es de política social: los índices del Estado de la Nación señalan que, a pesar de que la pobreza no disminuyó, hay una contención importante”, defiende Carlos Roverssi, el tercer ministro de Comunicación de este gobierno.
Para él, las dificultades por la crisis económica mundial y el hecho de que “el equipo se dedicó a hacer pero no a cacarear lo que hacía”, son los responsables de la baja popularidad de la Presidenta.
Su dedo también apunta al abandono del Partido Liberación Nacional con el que llegaron al poder, y que a doña Laura le cobran doble cualquier error por ser mujer.
Chinchilla, entrevistada por separado, agrega otra explicación para los juicios en su contra.
“La política está en capilla ardiente, la gente en la calle no deja de reclamarle a la política el haber dejado que los mercados hicieran las barbaridades que hicieron, que empobrecieran a tanta gente, que generaran tanto descontento social”, dice.
Francisco Barahona y Rotsay Rosales, politólogos y analistas, no le dan crédito a sus explicaciones. Ellos coinciden en que la desconfianza se debe a que este gobierno no encontró la ruta para disminuir la pobreza ni la desigualdad.
¿Y por qué?
Según Barahona, Laura Chinchilla no estaba preparada para el cargo. Ella “se encontró con la Presidencia”, pues la decisión de Arias de que ella fuera su sucesora le cayó de “sorpresa”.
Por eso, agrega Barahona, ella navegó por “las olas del poder sin entender a los diferentes grupos y sectores sociales, con intereses de todo tipo y hasta contradictorios”, con un gabinete “insuficiente”.
Barahona y Rosales reconocen que la primera mujer presidenta gobernó en un periodo de crisis; no obstante, para ninguno de los dos esa puede ser la excusa de la mala gestión.
“Eso es un argumento débil (la crisis) y un recurso retórico contenido en la apelación al enemigo exterior, sea el gobierno de (Daniel) Ortega, la crisis fiscal o el grupo clasificatorio en el Mundial. Siempre hay algo que agrava, para no reconocer errores”, explica Rosales. A su juicio, Chinchilla no gobernó, sino que solo administró una crisis.
La Presidenta encuentra en las redes sociales otro verdugo, donde hubo reclamos, críticas y burlas.
“Las redes sociales han sido especialmente rigurosas con mi gestión y ha sido un verdadero ejercicio de tolerancia”, reconoce.
Apenas la semana antepasada, fue viral el error de la gobernante al confundir al recién nombrado héroe Nicolás Aguilar, con el presidente venezolano Nicolás Maduro.
Mauricio Fallas, consultor en redes sociales, está de acuerdo en que el nuevo contexto que le tocó a Chinchilla Miranda influyó en su impopularidad. No obstante, él está seguro de que las culpas son compartidas.
“Es cierto”, dice, “que la gente de redes, sobre todo en Twitter, es muy crítica y además creativa”. Sin embargo, afirma que el Gobierno no supo manejar las redes porque no cumplió con la cercanía prometida, no hubo transparencia ni admisión de errores.
“En vez de usar las redes para contar sus obras y sus proyectos de gobierno, terminaron usándolas para reaccionar y defenderse”, aseveró Fallas.
Pese a todo lo que ha sucedido, Chinchilla cree firmemente que el tiempo le hará justicia. Confía en que llegará el día en que no la juzguen al calor de lo coyuntural.
Mas, para Barahona y Rosales, ella no debería confiar tanto en eso.
“La historia da es una mirada más objetiva, pero no necesariamente significa que la vaya a reivindicar si con el tiempo no hay prueba en contrario”, afirma el primero.
“A lo que apuesta el Gobierno es a la flaca memoria”, opina el segundo.
A la espera de que llegue ese momento, la Presidenta sigue recorriendo los rieles de la impopularidad, que ahora solo parecieran encontrar descensos.