Cuando el presidente costarricense Luis Guillermo Solís visitó la Casa Blanca esta semana, le expresó al mandatario estadounidense Barack Obama su preocupación por el rearme militar que acontece en Nicaragua, a la luz de los tanques de guerra que el gobierno ruso de Vladimir Putin le donó al vecino del norte.
Durante su estadía en Estados Unidos, Solís aceptó la donación estadounidense de equipo de seguridad para continuar y fortalecer la lucha contra el crimen organizado, una donación similar a la que Obama le hizo al presidente nicaragüense Daniel Ortega en noviembre de 2015, según reportó la prensa oficialista del país en ese momento.
Durante los 10 años en los que Ortega ha ocupado el poder en su segundo y tercer mandato (fue presidente por primera vez en 1979 y hasta 1990, luego de que el Frente Sandinista derrocara la dictadura de los Somoza), muchas cosas han cambiado en Nicaragua, pero el ruido con su vecino del sur no es una de ellas.
Conflictos limítrofes y migratorios se han suscitado durante los últimos años, y los gobiernos han sido incapaces de resolverlos sin acudir a organismos internacionales. Nicaragua –militarizado– no ha atacado formalmente a Costa Rica –sin ejército–, pero eso no es suficiente para silenciar la especulación por parte de un sector de la sociedad que cree que un ataque nica es posible.
En los últimos meses, la exhibición de uno de los 50 tanques rusos que llegaron a Nicaragua y las alertas de acumulación de poder por parte de Ortega y su esposa Rosario Murillo –en pleno año electoral–, sumado al reciente conflicto por el paso de migrantes de Costa Rica hacia Nicaragua, preocupan a ciertos grupos de costarricenses.
Tanto así que, luego de la reunión de Solís en la Casa Blanca, funcionarios de gobierno desmintieron por medio de la prensa los rumores de que el equipo de seguridad donado por Estados Unidos vaya a utilizarse para hacer frente a un posible ataque militar del ejército de Nicaragua.
Uso doméstico.
Murillo estima que los tanques que se encuentran en suelo nicaragüense le sirven a la dupla Ortega-Murillo para controlar el fuego de oposición, a la cual ya han dado un par de golpes bajos desde el gobierno y, según algunos reportes, en las calles.
De hecho, en marzo de este año el New York Times reportó la presencia de grupos de Contras en ciertos sectores de Nicaragua. A diferencia de los Contras inyectados con capital estadounidense durante el gobierno de Ronald Reagan, que también tenían la intención de derrocar al Sandinismo (el grupo revolucionario al cual pertenece Ortega), los Contras modernos no reciben cooperación internacional.
La tendencia es a pensar que los nicaragüenses o apoyan a Ortega-Murillo, o no les importa. Las encuestas para las elecciones del 6 de noviembre colocan a Ortega (quien por primera vez designó a su esposa en la papeleta de vicepresidente) por encima de los demás candidatos. Además, los indicadores económicos que presenta el país a lo externo son en extremo positivos. A todas luces, Ortega tiene la mesa servida.
Por ello, Murillo insiste en que los nuevos tanques de guerra del ejército nicaragüense sirven más a lo interno del país que para crear un conflicto internacional que traería lamentables consecuencias para ambos bandos. “La principal amenaza para el equipo Ortega-Murillo (es la oposición). ¿Qué necesitan ellos? Disuadir a sus adversarios políticos”, explicó esta semana el analista.
“Hay un mecanismo disuasorio; es un mensaje a la ciudadanía, diciéndoles ‘nosotros tenemos el control militar, nosotros decidimos y mandamos en Nicaragua’, y además mantiene satisfechos a los oficiales en el ejército para que no intenten ningún golpe de estado o algo por el estilo”, agrega.
“Ortega ha utilizado mucho ese sentimiento de revancha contra el tico. No es un racismo ni una xenofobia; él lo maneja muy bien y cíclicamente saca un tema a la mesa: Isla Calero, el río San Juan, el canal y ahora este tema de las armas”, comentó Barrantes. “Es un refuerzo a esta estrategia, casualmente a meses de las elecciones. Es un guion bastante obvio y definitivamente (Costa Rica) tiene que responder por las vías diplomáticas, como lo ha hecho. Es un elemento más en esta estrategia consistente de construir una rivalidad, o reforzarla, porque existe entre ambos países”.
En la última década, cada vez que ha tenido la oportunidad, Ortega ha despotricado contra el gobierno costarricense de turno, por lo que estas noticias no son necesariamente nuevas. No obstante, parte del temor por un posible ataque está alimentado por el contexto: a las puertas de su tercer mandato consecutivo (no tiene contrincantes poderosos para las próximas elecciones) y ahora con su esposa oficialmente en el gobierno y sus hijos controlando el petróleo y los medios de comunicación, las sospechas de una dinastía de los Ortega (como la de los Somoza, contra la cual él luchó) son cada vez más fuertes.
Los reportes de que Ortega prácticamente eliminó a la oposición del congreso y ha negado el ingreso de observadores internacionales a las elecciones alimentan todavía más ese sentir de que la pareja presidencial busca una nueva dictadura en Nicaragua. Eso es, en esencia, lo que preocupa al gobierno de Solís, como él mismo lo manifestó a Barack Obama.
¿Cómo se ve el futuro?
En declaraciones publicadas por la agencia de noticias AFP esta semana, la escritora nicaragüense Gioconda Belli auguró que “la gente se va a rebelar” de cara a las elecciones, aunque a la vez admite que la población tiene miedo de expresarse al respecto en público por el poder que ha ido acumulando Ortega. “Hay miedo y no hay alternativa. No ha surgido una fuerza política a la que la gente pueda seguir”, dijo.
El periódico estadounidense explica que uno de los temas que enoja a estos rebeldes es la evidente vida de lujos que lideran los altos mandos del Frente Sandinista, con casas de playa de cientos de miles de dólares y automóviles caros, mientras la pobreza en el país sigue siendo una de las mayores de América Latina. “Daniel Ortega no era nadie, y ahora es dueño de la mitad de Nicaragua”, dijo uno de los Contras.
El gobierno, de su lado, niega la existencia de estos grupos y de cualquier colectivo armado en Nicaragua, a pesar de que ya han atacado a policías y Sandinistas, y también se han reportado ataques a los mismos Contras, e incluso a personas que fueron rebeldes en los 80.
Sin embargo, Gioconda Belli mantiene la esperanza no solo de que el pueblo se subleve en contra de la potencial dinastía, sino de que surja una fuerza política que cambie el panorama de los nicaragüenses. “La dialéctica es tremenda; todo puede cambiar de un día para otro”, dijo la escritora.
Pese a la oposición que existe y siempre ha existido hacia Ortega (dentro y fuera del país), la encuesta más confiable le da 44% de probabilidades de ganar las elecciones y la campaña electoral todavía está marcada por miles de nicaragüenses que cantan su nombre y el de su esposa en las calles.
“Mi revolución sigue viva porque hizo cambios radicales”, afirmó Ortega en Venezuela este año. Desde su cosmovisión y la de muchos de sus seguidores, su gobierno ha dotado de casas a miles de familias pobres, al mismo tiempo que ha usado la ayuda de Hugo Chávez y Venezuela para alimentar programas sociales en numerosas comunidades en desventaja.
Es dentro de ese contexto que toman relevancia los tanques de guerra de Ortega y su relación con Costa Rica, una conversación que no deberá mermar en los próximos meses. “Costa Rica no puede desatender ni despreocuparse de que Nicaragua se está remilitarizando”, dice Carlos Murillo. “En un escenario hipotético eso se vería en una situación conflictiva, pues Ortega tendría los recursos para atacar a Honduras, cosa difícil porque sabe que se va a defender, y atacar a Costa Rica porque no tiene cómo defenderse”. En ese sentido, el país debe seguir denunciando el rearme en todos los posibles foros internacionales.
Iván Barrantes, por su lado, se niega a llamarle “ambiente tenso” a la relación entre estos dos vecinos; prefiere “ambiente no tan cordial”. Para él, Ortega no tiene un plan de agresión enfocado en la invasión y el ataque.
“Sí lo veo con algún conato de conflicto en el cual se genera un desgaste, desvía la conversación y capitaliza ese sentimiento (de rivalidad) que dudo que exista”, agregó el estratega. “Él difícilmente va a cruzar la línea porque sabe lo que está en juego. Él puede ser un poco demente en sus temas pero tonto no es. (...) Todas estas son acciones sistemáticas que fortalecen un imaginario de un país rival que no existe”.