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Durante la mayor parte de su vida, William Paniagua tuvo como motivación principal todo lo concerniente al Deportivo Saprissa. Cortesía.
Imaginen la escena. Imagino la escena. Llueve. Hace frío. Es de noche. Las ciudades hierven: juega Saprissa. En medio de todo el jaleo, dos figuras agarradas del brazo, llegan por fin, después de tomar dos o tres buses en un periplo interminable desde Sagrada Familia, en los barrios del Sur, hasta el lejano Santa Bárbara. Es algún día de 1998. Son madre e hijo. Ella es una analfabeta confesa quien a pesar de las penurias económicas de siempre, decide hacer feliz a su cuarto y último hijo, quien nació con síndrome de down.
La madre de William, doña Yolanda, tenía ya varios años de atestiguar la pasión desaforada de su hijo por el Saprissa que, a la postre, se convertiría en su razón de ser por el resto de su vida. Un día, se envalentonó, se alistó junto con su hijo, pidió los pases de ida y vuelta prestados a una vecina y cruzó ciudades hasta Santa Bárbara, donde jugaba el flamante Saprissa de visita contra el equipo casa.
Ella “ni conocía Santa Bárbara” según narró, pero preguntando se llega a Roma y una vez que estuvo ya en medio de la parafernalia previa, con lo que uno podría llamar fe o bien, la fuerza del corazón, se plantó en la entrada y le pidió a uno de los colaboradores de la taquilla del Saprissa que si le podían hacer el favor de llamar “al encargado”.
Minutos después apareció el exdefensor manudo, Ricardo Chacón, quien se había retirado años atrás y como profesional en administración de empresas, había sido fichado por el Saprissa durante un periodo que a la postre duró tres años.
Ambos lo cuentan exactamente igual. Doña Yolanda, con Willy abrazado y a la expectativa de lo que estaba pasando, le contó a Ricardo lo ya narrado antes: que su hijo literalmente se desvivía por el Saprissa, que venía desde Sagrada Familia pero que no tenía para comprar la entrada. Y que con mucha pena quería pedirle si era posible que los dejara ingresar, a ella y a Willy, para cumplirle el sueño al muchacho quien, ya en sus 30s, parecía un adolescente crecido para su edad.
Ricardo ni pestañeó. Según cuenta doña Yolanda, inmediatamente Chacón los ingresó al estadio Carlos Alvarado y William, con el corazón a mil, pudo por fin ver al equipo de su vida, de su alma, de su razón de ser, en vivo y en directo... ver a sus ídolos, a sus héroes, a los que apoyaba hasta quedarse afónico ya fuera viéndolos por tele o escuchándolos por radio.
Una imagen recurrente por más de 20 años: doña Yolanda Delgado acompañando a su hijo Willy, donde fuera que jugara Saprissa. Reproducción John Durán (JOHN DURAN)
En éxtasis total, disfrutó el juego con más ensoñación que euforia. Para él, era surrealista ver a sus muchachos a solo unos cuantos metros, separados únicamente por la valla divisoria.
Doña Yolanda obviamente, ni vio el juego. Vivía su momento pletórico al ver cómo el Dios en el que deposita todas sus cargas se había lucido con ella y puesto un ángel como Ricardo Chacón en su camino. Para ella, era suficiente haber visto a William en un estado de felicidad total. Antes del pitazo final, el entonces gerente del Saprissa tuvo la deferencia de buscarlos, cruzar unas palabras con un Willy casi mudo de la emoción, la misma que contagió a Chacón, quien celebró con madre e hijo la contentera de ambos, y se las multiplicó: “Doña Yolanda, la espero en el (estadio) Saprissa. Solo búsqueme, como hoy. ¡Vea que si no llega me enojo con usted!”.
Ese día, Willy no durmió. Fácil intuir lo que pasaba por su mente. La madre, orgullosa de su propia quijotada, probablemente tampoco durmió bien perpetuando todo lo vivido.
Desde el nacimiento de Willy hasta sus últimos días, antes de la hospitalización y posterior fallecimiento hace unas semanas, que ocurrió también en el hospital, doña Yolanda acondicionó su cama de manera que ambos dormían juntos, en una especie de fortín, cada quien con sus propias cobijas y almohadas, ella siempre alerta a cualquier eventualidad de salud de su muchacho.
Más de 20 años después, tanto doña Yolanda como Chacón rememoran cómo ella cumplió la promesa y Chacón también: ella fue con William al próximo juego del Saprissa y Ricardo no solo le facilitó el ingreso, sino que desde entonces propició, con el aval de los directivos de entonces, que madre e hijo obtuvieran entrada vitalicia en el Saprissa y ubicación en platea, cortesía del equipo.
Nunca mejor dicho de lo que ocurriría en el futuro aquello fue una suerte de epifanía de “el Monstruo creando un Monstruo”.
Esto sí es cierto que fue hace años: William junto a Wálter Centeno, Daniel Torres, Gilberto 'Tuma' Martínez y José Pablo Fonseca. Reproducción John Durán. (JOHN DURAN)
De fechas, ni hablar. Pero de ahí en adelante, la vida (mejor dicho, los pocos ingresos) de doña Yolanda, se bifurcaron en una ecuación eterna entre hacer los tres tiempos de comida (así fuera, arroz con huevo y Dios se lo pague por la abundancia) y ahorrar para los pases que los llevarían en bus donde fuera que jugara el Saprissa. Si había que sacrificar algo, pues eso sería uno de los tres tiempos de arroz con huevo o lo que fuera que tuvieran para comer ese día. Matemática simple para muchísimos hogares de escasos recursos en el país.
Una de las imágenes más duras y, a la vez, hermosas, es la recurrente cuando Saprissa jugaba de noche en alguna parte de la Gran Área Metropolitana (GAM). Doña Yolanda se volvió experta en trazar rutas, pero en las noches era inevitable pegarse la carrera para ir tomando los buses del caso hasta llegar a Sagrada Familia, muchas veces al filo de las 11 de la noche o más.
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Entonces, independientemente de si venían de ganar, empatar o perder, las dos siluetas abrazadas tras el derrame de adrenalina y posiblemente con apenas alguito para no acostarse con hambre (de esos milagros que solo las mamás en penurias pueden lograr), llegaban a la humilde vivienda y se acostaban en su ritual eterno... a dormir, despertarse y empezar el día siguiente a ver cómo se ganaban el pan diario pero dirigidos por la ilusión de planear el próximo itinerario: sus vidas felizmente regidas por el calendario del fútbol nacional.
No existe una reconstrucción cronológica, ni viene al caso. Lo que sí suena a película de la vida real es que si bien en aquel juego contra Santa Bárbara, William sintió tocar el cielo al ver a sus inalcanzables héroes a través de la malla, jamás pero ni en su más glorioso sueño hubiera pensado que pocos años después no solo se rozaría con sus ídolos de tú a tú, en plena cancha, en partidos estelares, que sería testigo de instrucciones técnicas en juegos de vida o muerte y que tanto él como su abnegada madre encontrarían un eje de amor espontáneo entre los jugadores morados de diversas generaciones.
Doña Yolanda Delgado ha sido una verdadera guerrera y fuente de gran admiración por varias generaciones de jugadores del Saprissa. Foto: John Durán. (JOHN DURAN)
Doña Yolanda
Una vez que inicié el reporteo entre jugadores emblemáticos, empezando por Erick Lonis, célebre exarquero del Saprissa y de la Tricolor, detecté que en todas las vivencias y recuerdos sobre William, estaba doña Yolanda. De nuevo, ella coincide con Ricardo Chacón en que de alguna manera su hijo se dio a querer rápidamente por el equipo morado, y entonces más pronto que temprano, cuenta doña Yolanda, un buen día los esperó Ricardo y les anunció: “William va a entrar hoy a la cancha con el equipo principal, doña Yolanda”.
“Yo me deshice en nervios, mientras mi chiquito estaba como despegado del suelo... ¿Willy entrando a la cancha con sus héroes? Ricardo me tranquilizó, él se encargó de todo y no sé si fue desde ese día, pero ya cuando Willy empezó a ser conocido y querido por los muchachos. Ricardo lo ingresó a la cancha, se lo dio a Erick Lonis de la mano... Erick me dijo ‘Doña Yolanda, usted esté tranquila. Ahorita se lo regreso’. Entonces se lo llevaba de la mano, lo ponía en línea para la foto y antes de empezar el partido él, siendo el capitán y todo, me traía a mi muchacho de vuelta y me lo entregaba en la mano. Y siempre le decía unas frases lindísimas que lo motivaban mucho... ¡si usted le hubiera visto la cara a esa criatura!”.
Ella tiene estampadas en el alma las primeras palabras que le dijo Willy tras volver de la cancha “¡Bola, bola, patié bola Mmmamá!”.
Ricardo Chacón, por su parte, afirma que jamás olvidará el rostro de William la primera vez que pisó la cancha acompañando al equipo, incluso a la hora de alinearse en el centro del césped. “Esa imagen no se puede describir, él era como un chiquito grande entonces entró como en trance, no se puede explicar, nunca olvidaré esa expresión”.
Chacón pondera que lo que ocurrió con toda esta historia posiblemente sea única en el mundo, primero porque todo se dio de una manera orgánica, nada se planeó y finalmente alrededor de doña Yolanda y William se estableció una especie de dominó espontáneo en el que poco a poco se fueron involucrando jugadores, cuerpo técnico y administrativos tibaseños. “Pero es que además él trascendió varias generaciones de jugadores, desde el 98 hasta principios de este año, se fueron yendo jugadores y más bien el que estaba familiarizado con todo lo que concernía al equipo era Willy. Y yo creo que es un caso único porque obviamente en estos tiempos es imposible que algo así se dé, todo ha cambiado, empezando por las reglas propias del fútbol y porque ahora con las redes sociales y todo el cambio en general, hace prácticamente imposible que una situación así se repita... entonces es muy bonito haber participado de esa vivencia única para esa familia”, reflexiona Chacón.
Willy y el "Tumilla", en sus tiempos mozos. Reproducción John Durán (JOHN DURAN)
A un par de semanas de haber fallecido su hijo menor, doña Yolanda no ha tenido chance de vivir su duelo, pero igual, no se queja. William murió en el hospital Calderón Guardia por causa de diversos padecimientos y tras varios meses de permanecer con el ánimo apagado.
No era para menos, pues por la pandemia de la covid-19 había parado en seco su ritual de muchos años y cuenta doña Yolanda que, ante su insistencia en preguntar que por qué no había fútbol, hubo que explicarle en varias ocasiones todo el tema de la pandemia. Pero finalmente, tras unos días de internamiento, falleció el miércoles 28 de octubre. Al día siguiente, la familia realizó un discreto sepelio en el cementerio de Guadalupe, con unos cuantos allegados presentes, como dictan los actuales protocolos de salud.
Doña Yolanda está segura de que, de no ser por la epidemia, el equipo completo se hubiera manifestado, pues ella misma ha sentido un amor tan grande por parte de los muchachos, que dice que no le alcanzará la vida para agradecerles. Eso sí, Willy tuvo su último adiós vestido, cómo no, con su camiseta favorita por siempre jamás, una del Saprissa en la que todo el equipo estampó su firma.
“Aunque duramos años yendo a todos los partidos que podíamos, para mí cada día era un sueño, imagínese, yo analfabeta, criada allá en las faldas del Chirripó, no aprendí a leer ni a escribir... y yo ver a mi chiquito ahí, a veces con el estadio lleno y ver a Lonis que me lo traía y le decía unas cosas lindísimas siempre, lo agarraba de la cara y le agradecía y me lo motivaba todo... no puede imaginar la felicidad de Willy... y después pasaban unos días o meses y yo veía por tele a Lonis y a otros de los muchachos en otros países, en mundiales y así y Willy se ponía todo orgulloso a gritarles según él ‘¡Mis amibos, son mis amibos Mmmamá!’, y nos reíamos y llorábamos a la vez... Estos muchachos para mí son como mis hijos, yo no tengo ni tendré con qué pagarles todo lo que hicieron por nosotros", reflexiona doña Yolanda.
Cuando le marqué este martes a media tarde, atendió de inmediato su celular pero se oía tremendo barullo. Me presenté y le dije para qué la estaba llamando y me dice “Mita, es que yo claro que converso con usted, nada más que ahorita vengo del trabajo en un bus pero yo a las 4 y media estoy en la casa, yo espero su llamada ¿oye?”.
Hora y media después departimos como si nos conociéramos de toda la vida. Ese es, pensé, el efecto que tanto ella como William han provocado en tanto futbolista “famoso”, como dice ella, aunque en su sencillez, a estas alturas parece no obnubilarse.
Fue madre de cuatro hijos, William el último; cada uno de sus muchachos hizo su vida y ella, sin entrar en mucho detalle, asegura de que ni quiere ni puede ser una carga para ellos.
Tal cual me habían contado algunos jugadores o exjugadores antes de que yo hablara con ella, doña Yolanda tiene un don, es una persona que se da a querer y yo no solo lo avalo sino que le agrego a su picardía e inteligencia, amén de su transparencia.
Tras confesar que es analfabeta le pregunto si entonces no sabe leer ni escribir, y su respuesta nos mata de risa a las dos: “¡Ah no pues sí, ahí con los años aprendí a la fuerza, pero a mí no me pida escribir en mayúsculas o minúsculas porque esas sí no me las sé!”.
Se me revienta el cerebro. Pienso en años de sus periplos por y con William. Pienso en sus lágrimas de orgullo al ver desde el Saprissa y hasta de otros estadios, al hijito de sus entrañas posando con aquellos titanes, en las fotos y tomas de prensa.
Pienso en esta mujer de 77 años que vive desde hace años en una casita prestada por gente muy querida, pero que tiene que salir en pleno duelo de su chiquito para “ganarse alguito” por parte de sus empleadores ocasionales quienes, a todas luces, tienen la mejor intención de ayudarle, aunque por ahora no pueden ofrecerle un trabajo fijo.
Me dice que muchas de sus noches son tan tristes porque hay una cobijita y una almohada vacías, pero también confiesa que se siente mal de sentirse mal, porque sabe que su hijo tuvo una buena vida, regido por el amor de la gente del Saprissa y todas las satisfacciones y pasiones desbordadas que le dieron. Porque le dieron un lugar a su chiquito entre ese montón de ídolos. Porque incluso a ella la trataban ya como si fuera de la familia.
Y entonces empiezan a emerger las anécdotas. Como el Día de la Madre, ya en épocas más recientes, que estaba con William y después de que él salió con el equipo, y los demás con sus respectivas mamás, se le acercó Daniel Colindres y le dijo: “Doña Yolanda, venga y sale conmigo, mi mamá no pudo venir hoy, hoy usted va a ser mi mamá”, cuenta doña Yolanda, siempre con ese dejo de asombro y emoción.
Ese día, ella alineó en el centro de la cancha, abrazada por Daniel, mientras que su hijo completaba la foto al otro extremo, rodeado de sus amigotes, los jugadores del Sapri.
Horas más tarde, me comuniqué con Colindres vía WhatSapp, me presenté y le conté que quería una reacción sobre lo antes narrado. Supremamente educado y hasta ofreciendo disculpas, Daniel Colindres declinó hacer algún comentario. “Es que ese tipo de vivencias yo las guardo para mí, no me gusta hacer prensa con eso... Sí le puedo decir que doña Yolanda es una gran persona, la admiro y respeto mucho y sí, eso pasó tal cual ella lo contó, mil disculpas, yo prefiero no referirme”, manifestó el mundialista.
Doña Yolanda y yo dejamos nuestra conversación en pausa, el cierre de edición era inminente y ella debía cruzar la capital este miércoles, de nuevo, para ganarse “una platica” ayudando a hacer un árbol de Navidad.
Aunque ella agradece “tener alguito” de dinero para al menos comprar sus alimentos, no me la puedo imaginar a sus 77 años subiendo y bajando de buses, con su duelo a cuestas, expuesta a las lluvias o calores inclementes, ni qué decir del bendito coronavirus. Ella no se queja, todo lo contrario, agradece tener el apoyo de la escuela de enseñanza especial que por ahorita, es fuente de chineos para ella.
Hablamos y hablamos y contó que además de Chacón, Lonis y Colindres, y a riesgo de dejar por fuera a otros muchachos con los que estará agradecida de por vida, están dos emblemáticos morados, José Francisco Porras y Víctor Cordero, quienes entablaron una relación casi filial con William: a Cordero, lo llamaba Pa o Papá. Y con el famoso Porritas, conocido por ser más bueno que el pan, William también tuvo una relación casi de familia, que pasó primero por el tamiz del fútbol pero que luego se convirtió en una suerte de hermandad.
Le digo que no puede ser que contemos esta historia sin que los lectores la conozcan. Responde con un resabio de susto y me dice: “¡Uy! ¿Me van a hacer fotos y yo con estas arrugas?”... Me muero de risa, me maravillan su vanidad y su dignidad.
Porque este mujerón hizo lo que quién sabe cuántas serían (¿seríamos?) capaces de hacer. Por eso les contaba que lloré al principio y cada vez que cuento en detalle todo lo que hablamos, se me vuelve a trabar la garganta. Porque sí, todos de alguna manera la hemos tenido difícil en la crianza de los hijos, yo fui madre soltera de dos varones y supe lo que era cargar aquellos toros que fueron esos güilas muchas veces sola, con un chunchero a cuestas, ellos dormidos y a menudo bajo la lluvia, pero cuando llegábamos a la casa estábamos prestos a recibir el calor familiar de mis papás, hermano, hermanas, amigas...
Entonces, no me imagino cómo desde pequeñito doña Yolanda se lo echaba al hombro para llevarlo a recibir educación especial, la mayoría de veces apenas con los pases, y ya de grande, cuando se “chochó” por el Saprissa, ella nada más se aferró a su instinto materno y se afanó por él. Alguna vez se quedó sin la plata del tiquete de regreso y discretamente le contaba a alguno de los jugadores que inmediatamente le salvaba la tanda con al menos cinco mil colones, que le resolvían no solo los pasajes sino su buena compra de víveres.
Pero tales situaciones fueron excepcionales, ella procuró no abusar jamás de tanto cariño y así lo manifiestan los entrevistados.
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La mirada de admiración de Willy hacia el Capitán Lonis... nada qué agregar. Cortesía.
Erick Lonis
El “Capi” fue de los primeros en reaccionar en su cuenta de Instagram tras enterarse del fallecimiento de William. “En momentos como este la sociedad toma conciencia de que las vivencias es lo mas importante y que el fútbol no es solo ganar campeonatos y prestigio, eso siempre va mas allá”. Y agregó: “Lo he dicho siempre: lo mejor del fútbol es el cariño de la gente, puedes ganar, puedes perder, ganas dinero y prestigio, la competencia es chivísima, adoro competir, todo eso está bien; pero son cosas pasajeras. El cariño de la gente es perdurable. Gracias William por tanto cariño al Saprissa, a los jugadores y a mí en lo personal. Dios te guarde por siempre Morado. *Si el cielo es tan tuanis como dicen, entonces de fijo hay Estadio de fútbol. Espérame en el túnel. Yo llego*”.
"William representa la historia de cariño hacia una institución, de él por mí y de uno por él. También es una gran historia, un gran testimonio de lo que una madre hace por su hijo. Ella siempre estaba en la salida del túnel, me detenía y me lo entregaba y cuando iba para el marco yo se lo devolvía hasta que yo veía que ella lo tomaba de la mano”, recordó el exarquero.
Finalmente, agregó: "Cuántas historias detrás de una foto. Cuánto cariño en tu mirada. Cuántas batallas salimos a librar juntos. Cuánta grandeza de una madre para jugársela y estar en todos los partidos a la salida del túnel. Cuántas celebraciones juntos. Grande, Willy. Morado por siempre”.
José Francisco Porras, “Porritas”
"Por muchísimos años William llegó al Saprissa. Empezó a salir con nosotros muy seguido a la cancha pero viera cómo se enojaba cuando no podía hacerlo, digamos, en los partidos de Concacaf.
Yo siento que él representa muchísimo la pasión del saprissismo, fue totalmente integrado al Saprissa y logró integrarse a varias generaciones después de que ya nosotros habíamos salido... hay tantas anécdotas (ríe)... Cuando yo me retiré... al final de los campeonatos agarrábamos una camisa, la firmábamos todos y era un gran souvenir, a la gente le gustaba mucho... pues resulta que decidimos regalarle una a William, solo que alguien le dijo que yo era el que la tenía, entonces se me pegó a mí pero era así, una presión, yo caminaba y él se movía para donde estaba yo, ya luego mientras conversaba con el cuerpo técnico y ahí estaba Willy, haciéndome presión (risas) hasta que se resolvió el malentendido y bueno, él tuvo su camiseta pero ahí quedó esa, entre otras muchas anécdotas que yo recuerdo con gran cariño tanto por él como por su mamá, doña Yolanda, fueron demasiados años...".
Patricio Altamirano, jefe de prensa del Saprissa
"Como aficionado, siempre vi a William acompañar al equipo partido a partido. Su energía no pasaba inadvertida y movía sentimiento. Creo que todos los morados nos reflejábamos en él: deseábamos estar en la cancha, a la par de nuestros ídolos. Cuando llegué a Saprissa conocí de cerca al verdadero William y su historia era más compleja de lo que la imaginaba.
"Sin embargo, el valor de su compañía tomó un sentido muy diferente, ya que su amor por el equipo eclipsaba cualquier dificultad en su vida, ajena al resultado. Hablo del resultado, porque Will tenía como costumbre señalarme el marcador antes de cada juego, cuando nos encontrábamos debajo de la gradería sur.
“Creo que era muy optimista, siempre ‘tiraba’ una goleada a favor del Monstruo. Yo asentía. Me daba apretón de manos (duro, porque era un hombre fuerte), y nos abrazábamos antes de saltar a la cancha. Yo perdía toda su atención, cuando el equipo llegaba a alinearse antes de salir a la cancha. Tras completar todos los protocolos previos al juego, nos volvíamos a encontrar, ahora para idear una fórmula para dejar la cancha, porque el partido tenía que comenzar”.
Víctor Cordero
Durante las entrevistas reseñadas antes, todos me insistían en que debía hablar con el excapitán morado Víctor Cordero, empezando por doña Yolanda, quien narró que Willy le llamaba “Pa” o “Papá” a Cordero.
En entrevista telefónica, al mencionarle los motivos de la llamada y preguntarle de dónde había sacado William que él era una especie de papá, Cordero se ríe y cuenta que como Willy pasó tantísimos años sin fallar, ya vinculado con el equipo como seguidor, en los primeros años se acostumbró a ciertas prerrogativas como entrar con ellos a la cancha, pero poco a poco los protocolos y reglas del fútbol empezaron a ser más estrictas, y tanto a los jugadores como a la misma doña Yolanda, les costaba mucho hacer a William entrar en razón y explicarle que siempre podía entrar con el equipo, pero no en todos los partidos, como los oficiales de Concacaf, por ejemplo.
Con tono divertido y siempre con gran cariño, pero sin dejar de lado que en algún momento hubo que idearse la forma de meter en cintura al fan #1, doña Yolanda un día le dijo a su hijo que si quería que siguieran yendo a los partidos, tenía que hacerle caso absolutamente en todo lo que le dijera el capitán, que en esos tiempos era Cordero. Se lo dio de la mano, como hiciera antes con Lonis, y le dijo: “William, de aquí en adelante en la cancha él es su papá, y usted va a hacer caso a lo que él le diga”.
Cordero, fiel a su estilo como jugador, se tomó en serio la misión... pero es que tocaba. “Él tenía mucha confianza y era muy querido, ya llevaba años con nosotros, entonces después de romper la hilera y ya prepararnos para el partido, hubo veces en que se iba corriendo para la gradería sur a saludar a la Ultra, y ¡aquel problemón!, porque claro que le aplaudían y le daban un pelotón, pero no podíamos arrancar el partido y Willy todo feliz en la cancha... entonces don Jorge Fallas, el jefe de seguridad, le pegaba unos carrerones y él todo contento mientras nosotros esperábamos que pudiera empezar el encuentro. Todos los partidos son importantes, pero digamos que todavía en ciertos juegos quizá no se volvía un tema tan serio, pero ¿imagínese en un clásico?. Entonces a don Jorge le tocaba andar detrás de él, en medio de la congoja de todo el mundo, así que aunque de momento se convirtió en una situación a tratar, porque ya Jorge Fallas no sabía qué hacer, cuando empezó a decirme Pa o Papá entendió que me tenía que hacer caso... la mayor parte de las veces con cierto éxito”, cuenta Cordero, siempre con un tono divertido a la hora de rememorar las congojas que les deparaba el gran amor de William.
“Ya en los últimos tiempos, se agrupaba con nosotros a escuchar las últimas instrucciones técnicas e incluso ya temas privados del equipo, y costaba mucho que entendiera porque él se sentía parte del equipo y así era, pero a ese nivel ya nos costaba que hiciera caso, hasta que doña Yolanda tuvo la genial idea de endosármelo a mí”.
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Realmente William Paniagua se ganó prerrogativas que prácticamente ningún aficionado ha logrado. Foto Cortesía.
Sin embargo, no contaban con la astucia de un verdadero gigante del fútbol, quien fue de los pocos que logró hacer entrar en razón a Willy... nada menos que Kendall Waston.
“Estoy casi seguro de que fue en la despedida de Alonso Solís, en el Estadio Nacional. Le dimos chance a Willy para que saliera desde la media cancha con la bola, se fue corriendo para el marco y se ‘bailó’ a varios hasta que llegó al marco e hizo un golazo... todos lo celebramos, pero ya vimos que no quería salirse del partido. Nadie sabía qué hacer, entonces Kendall se le acercó, lo abrazó y le empezó a hablar mientras lo encaminaba hacia fuera de la cancha”, rememora Cordero, quien al final de la entrevista ponderó la sabiduría, valentía y audacia de doña Yolanda: “¡Le tengo tanto respeto, esa señora sabe más que todos nosotros juntos!” finaliza entre risas, satisfecho al compartir estas remembranzas que ya quedaron estampadas en el listón de los recuerdos del emblemático Deportivo Saprissa.
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El morado más morado incluso se agrupaba junto con los jugadores en las charlas técnicas previas a los juegos. Foto Cortesía.