“He ganado 25 medallas en Mundiales, siete en Juegos Olímpicos, y soy una superviviente de abuso sexual”. Las palabras de Simone Biles en el juicio que arrancó la semana pasada contra Larry Nassar, ex médico del equipo nacional de gimnasia de Estados Unidos, tuvieron resonancia mundial y volvieron a poner en la palestra el tenebroso caso de los abusos sexuales contra más de 300 niñas y adolescentes que se prolongaron durante dos décadas.
En estos tiempos cuesta superar la capacidad de asombro, pero cuando se ahonda en los detalles de lo ocurrido durante tantos años en la meca de uno de los deportes más retadores y ambiciosos del mundo, la gimnasia olímpica, los decires de Simone Biles y de todas las atletas y ex atletas que han levantado la voz en los últimos años, después de que el escándalo se decantó, siguen provocando estupor.
A pesar de los muchos años en que se produjeron los abusos sexuales contra las víctimas, que prácticamente empeñaron su infancia y juventud temprana en pos del sueño dorado de convertirse en gimnastas de primer nivel, no fue hasta finales del 2016 cuando explosionó la bomba tras una investigación del periódico Indianapolis Star.
En ese momento se decantó el principio de la caída libre de la Federación de Gimnasia de Estados Unidos (USAG, por sus siglas en inglés) y no era para menos: eI Indianápolis Star afirmaba que al menos 368 niñas gimnastas habían sido víctimas de abusos sexuales durante dos décadas por parte de diversos entrenadores en medio del silencio cómplice de la USAG.
Si ya la denuncia era un tema mayor por todos los costados, el reportaje daría pie a una arista impensada y, para muchos, aún más monstruosa de lo que ya había trascendido: al día siguiente de la publicación, la ex gimnasta Rachael Denhollander llamó a uno de los periodistas a cargo del artículo para contarle que ella no estaba en la lista de las víctimas de ningún entrenador, pero en cambio, siendo menor de edad, había sufrido vejaciones sexuales por parte del doctor del equipo olímpico, Larry Nassar.
En el momento en que trascendió el nombre de Nassar se produjo un efecto en cadena en la que decenas de víctimas del médico salieron a la luz pública a contar las terribles historias de los abusos a los que fueron sometidas por Nassar, hoy considerado un verdadero sociópata, pues era considerado por las niñas, sus familias y todo su entorno, como una especie de papá protector, un hombre encantador que muchos de sus allegados han descrito como “una persona prácticamente perfecta”.
Hay que decirlo: si bien hubo cómplices por acción u omisión, el nefasto protagonista principal de esta aberrante estela es el doctor Nassar, quien una vez colocado en la mirilla pública se convirtió en el objeto de una cacería por parte del FBI.
Apenas un año después Nassar fue condenado a 60 años de cárcel, en diciembre del 2017, en lo que fue un primer proceso y que no tenía nada qué ver con las centenares de acusaciones de las deportistas, sino con la posesión y distribución de pornografía infantil.
Un mes antes, ya en prisión, y a la espera de la sentencia por su primer proceso Nassar se había declarado culpable por 130 casos de abusos sexuales a gimnastas de la Federación y también de otros casos que se dieron en una clínica en el campus de la Universidad Estatal de Michigan.
Durante el allanamiento la policía halló “decenas de miles de archivos”, según el informe del FBI, en los que él había intervenido personalmente.
“La juez que decidió sobre su caso, Janet Neff, se preguntó durante la lectura de la sentencia si Nassar “se sentía impune, si pensaba que todo le iba a salir bien”. Pero dejó claro que Nassar “nunca volverá a acercarse a un niño”. Y con toda seguridad, tampoco a una gimnasta y, de hecho, no va a pasar un solo día en libertad porque la sentencia no comenzará a cumplirse hasta que no concluyan las juicios correspondientes a los dos procesos que tiene abiertos por los abusos a las deportistas”, reseñó en su momento AFP.
En enero del 2018, a la pena de 60 años de prisión, se le sumó la condena de 40 a 175 años de cárcel tras siete días de un juicio en el que comparecieron casi 160 de sus víctimas. “Hoy acabó el infierno para ellas y comenzó el de Lawrence Gerard Nassar. Larry Nassar, como se le conoce, pasará el resto de sus días entre rejas”, sentenció la juez Rosemarie Aquilina (Michigan).
“Con la cabeza baja, los ojos entrecerrados y el torso encorvado, Nassar (hoy de 58 años) escuchó los últimos tres testimonios. El mazazo de la magistrada puso fin al universo perverso del otrora connotadísimo Dr. Nassar, su vida se derrumbó para siempre y las víctimas comenzaron a respirar con alivio”, reseñó en su momento el periodista Nicolás Alonso, corresponsal de El País, quien cubrió el juicio.
“Acabo de firmar tu sentencia de muerte. No has hecho nada para que merezcas andar libre nunca más”, afirmó la jueza antes de leer la condena.
Minutos antes, Nassar se había dirigido a sus víctimas para disculparse. “Sus palabras en estos días me han impactado mucho y me han agitado hasta la médula. Llevaré sus palabras conmigo hasta el fin de mis días”, afirmó.
En un principio, la comparecencia incluía los testimonios de 80 víctimas, pero la fuerza de sus historias duplicó el número de mujeres dispuestas a testificar contra el depredador sexual, lo cual alargó el juicio durante siete días. Sumamente conmovedoras, todas las versiones eran idénticas, pero hubo algunas que provocaron el llanto de rabia e indignación de los presentes, como el de Kyle Stephens, quien tenía apenas seis años cuando empezó a sufrir los abusos de Nassar, o la de Kaylee Lorincz, que tenía 12 años cuando fue ultrajada.
“Me dijo que me acostara boca abajo en la camilla y abriera ligeramente las piernas. Me introdujo sus dedos sin guantes en mis genitales. Luego me preguntó cómo me sentía y si ese ‘tratamiento especial’ estaba haciéndome sentir mejor sobre mi lesión”, afirmó Lorincz. Las víctimas de Nassar también incluyeron conocidas deportistas como Simone Biles, cuatro veces ganadora del oro en Río 2016, y cuyo caso ha traído el tema a la palestra por el reciente juicio, ya mencionado, así como otras estrellas de la talla de Gabby Douglas o McKayla Maroney.
“En el corazón del oro”
A pesar del torbellino de información que ha provocado el megaescándalo, que ha terminado por señalar a Larry Nassar como “el mayor depredador sexual en la historia de Estados Unidos”, en junio del 2020 la cadena HBO estrenó el documental En el corazón del oro, un descarnado recuento, apoyado en testimonios de las víctimas y videos, en los que se observa a Nassar mientras trataba las lesiones de las pequeñas y jóvenes deportistas.
En retrospectiva y tras saber hoy todo el contexto, lo que muestra el laureado documental es literalmente perturbador.
Netflix hizo lo propio y produjo Atleta A, el nombre que se le dió a Maggie Nichols, una prometedora gimnasta que pagó caro el haber sido la primera en alzar la voz en junio del 2015, contra los abusos de Nassar.
Tal como se muestra en los testimonios de ambas producciones, durante 20 años Nassar manipuló psicológicamente a las víctimas con el fin de ejercer sus abusos.
Desde el principio de su vínculo con la Federación, a finales de los años 90, y ya precedido por su prestigio como médico, el doctor elogiaba a las pequeñas gimnastas que recibía en su consultorio, cuyas paredes estaban repletas de fotos de las estrellas del deporte estadounidense.
Tenía el mismo modus operandi con todas: les prometía que algún día llegarían a ser como ellas, les obsequiaba regalos de los Juegos Olímpicos, a escondidas de los entrenadores y dietistas les daba golosinas y así se convertía en su cómplice, su confidente, su mejor amigo y claro, su gran fuente de esperanza a la hora de ayudarles a sanar sus lesiones.
El estupor va de menor a mayor conforme los documentales avanzan. “Me trataba la rodilla lesionada con una mano, mientras con la otra hurgaba mi vagina con los dedos. Cada vez que me lesionaba me hacía ir con frecuencia al consultorio, todo fue avanzando hasta que llegó a introducirme los dedos en el ano”, cuenta una de sus víctimas, al borde del llanto.
Hay otras declaraciones espeluznantes, como por ejemplo, que el grado de impunidad que creía tener Nassar llegó al punto de arriesgarse y realizarles tocamientos a las pequeñas, incluso estando la madre o el padre en el consultorio.
“En ese momento yo era muy pequeña y no percibía lo que hoy sé: él trataba mi lesión con una mano y me tocaba los genitales o los pechos con la otra, pero atravesaba su cuerpo de manera que mi madre, presente en la sala, no tuviera el ángulo correcto para ver lo que me hacía. Yo no me percataba de eso, por lo mismo, creía que era ‘normal’ lo que me hacía, puesto que mi madre estaba presente. Era una niña pequeña, totalmente inocente”, declara otra de ellas.
“El estupor va de menor a mayor conforme los documentales avanzan. “Me trataba la rodilla lesionada con una mano, mientras con la otra hurgaba mi vagina con los dedos. Cada vez que me lesionaba me hacía ir con frecuencia al consultorio, todo fue avanzando hasta que llegó a introducirme los dedos en el ano”
— Victima
Encubrimiento inmoral
Las declaraciones en los mencionados documentales y que también han abundado en los juicios pasados y en el actual, apuntan a un patrón de encubrimiento en las instituciones que trabajó el doctor.
Víctima tras víctima, todas señalaron la complicidad de un sistema, de un patrón por el que entrenadores, asistentes deportivos y personas de autoridad tanto en la Federación como en la Universidad desoyeron e ignoraron quejas sobre los comportamientos inapropiados de Nassar.
Solo observando los documentales en mención se puede entender cómo pudo ser posible que las agresiones se prolongaran durante tanto tiempo, sin que ninguna de las niñas o adolescentes contaran lo que les estaba ocurriendo.
Cuando eventualmente alguna lo hizo, fue para comentarle a una compañera si Nassar le aplicaba la “terapia” en sus partes íntimas, y cuando la otra le respondía afirmativamente, terminaban por concluir que se trataba, efectivamente, de algo “normal”.
Y es que el mismo Nassar, hoy señalado como un verdadero sociópata, fue capaz de justificar en declaraciones policiales que realizaba penetraciones anales y vaginales con sus dedos a las gimnastas con la excusa de que las estaba tratando médicamente.
Las víctimas, ya hoy adultas, han explicado que se lo permitían por el estado del miedo en el que vivían en el rancho Karolyi, el del matrimonio de los entrenadores Bela y Martha, que primero descubrieron a la leyenda rumana Nadia Comaneci y, ya en Estados Unidos a Mary Lou Reeton y el resto de históricas campeonas olímpicas de la gimnasia.
Esta pareja, por cierto, merece una historia aparte. A raíz de todo el escándalo que se desató por el caso Nassar, la prensa internacional ha puesto la mirilla en el pasado de ambos y ha descubierto los terribles métodos con los que convertían en gimnastas y en campeonas a quienes pasaban por su escuela en Onesti, una pequeña localidad de la región minera de Rumanía en la que creció Bela Károlyi, y donde también se descubrió a Nadia Comaneci, una pequeña niña de seis años a quien le cambiaron la vida.
Una crónica del diario español El Mundo, publicada en mayo pasado, narra cómo Károlyi aplicó un régimen de terror, donde todo valía para conseguir campeonas en la Rumanía de los años 60 y 70. Sus excesos se conocieron desde el escándalo Nassar, pero un libro publicado este año en Rumanía ahonda en ellos.
Nadia y la Securitate, del historiador y politólogo Stejarel Olaru, muestra el sufrimiento que, en especial, padeció Comaneci a manos del régimen comunista durante su carrera.
Olaru accedió a archivos inéditos de la policía secreta de Ceaucescu, informes desclasificados compuestos por denuncias y conversaciones telefónicas interceptadas por la Securitate. La policía del dictador comunista vigilaba de cerca a los Károlyi por la importancia que adquirió el equipo de gimnasia de Rumanía.
En esos archivos, siempre según El Mundo, se refleja la dureza de los métodos del matrimonio, que incluso escandalizaba a los agentes de la Securitate. “Las niñas reciben golpes tan fuertes que suelen sufrir hemorragias nasales”, contó una informante en una declaración recogida en uno de los archivos sobre “el terror y brutalidad” que se ejercía durante los entrenamientos. “Matar de hambre a las gimnastas era una práctica habitual de los Károlyi”, se señala en otro de los informes.
Las revelaciones son espeluznantes.
“Las niñas comían pasta de dientes por la noche antes de acostarse del hambre que tenían. Algunas incluso hablaban en secreto de beber agua del tanque del váter (inodoro) porque muchas veces no les dejaban beber agua”. En el libro, además, se relata que algunas de las gimnastas acabaron con bulimia y eran expertas en robar comida. Las deportistas escondían bocadillos en los sitios más anodinos, como el dobladillo de una cortina, “mientras ellos comían filetes y patatas fritas frente a las niñas muertas de hambre”.
El texto refleja una entrevista inédita de Comaneci en 1977, donde contó a unos periodistas rumanos que había sido insultada y abofeteada por haber engordado 300 gramos. En la misma entrevista, que nunca llegó a publicarse, reconoció que pasaba tanta hambre que apenas podía mantenerse en pie.
El prestigio de la pareja como famosos entrenadores, huelga decir, cayó estrepitosamente una vez que se decantó el escándalo. De nuevo, los documentales muestran cómo parecían hacerse de la vista gorda con las extrañas actitudes de Nassar y también el grado prácticamente de esclavitud al que sometían a las pequeñas aspirantes a ser gimnastas famosas.
Los horrores sufridos por gimnastas de la talla de la leyenda mundial Nadia Comaneci han trascendido últimamente: palizas y hambre formaban parte del entrenamiento al que era sometida la gimnasta, quien a veces tenía que comer pasta de dientes en su desesperación.
Tras las revelaciones publicadas en el libro en mención, la pareja ha mantenido un perfil bajo, pero él siempre ha defendido sus métodos porque, según su decir, “descubrí la forma de crear campeonas olímpicas, no hay nadie en el mundo como yo”.
El repudio contra Nassar y quienes permitieron o participaron en la barbarie ha revivido por estos días con el arranque del juicio y las fuertes declaraciones de Simone Biles.
El diario El Nacional, de Cataluña, resume con vehemencia el sentir de millones en el mundo: “Escuchar el nombre de Larry Nassar es sentir un cuchillo de 30 centímetros colándose por el esófago y mezclando la bilis. Si fuera el nombre de alguien asociado al mundo del fútbol o de algún otro deporte mayoritario, seguramente no harían falta presentaciones. Pero que haya abusado sexualmente de más de 250 niñas y jóvenes durante dos décadas no lo ha encumbrado a la lista de nombres asquerosos sobradamente conocidos que hay que borrar de la historia, al lado de eminencias macabras como Adolf Hitler, Bin Laden o Pol Pot. Se ve que creía que si no matas a nadie, que si ‘solo’ haces daño a centenares de mujeres, todavía te puedes librar”.
Huellas imborrables
Si Simone Biles, la gran estrella mundial, tuviera una hija que quisiera entrenar en el equipo de gimnasia artística de Estados Unidos, se lo prohibiría. La gimnasta más premiada de la historia argumentó en el programa 60 Minutes (CBS), en enero de este año, que no se siente lo suficientemente cómoda con la federación de su país “porque no se han responsabilizado de sus acciones”. “Y no nos han asegurado que nunca más volverá a suceder”, añadió la campeona olímpica y cinco veces campeona del mundo en relación con el mayor escándalo del deporte estadounidense.
Ese clima hostil se profundizó en febrero, cuando John Geddert -entrenador del equipo olímpico de Londres 2012-, fue acusado de tráfico de personas y de agredir sexualmente a una adolescente. Solo unas horas después, se suicidó.
Geddert era el ex dueño del reconocido equipo Twistars Gymnastics Club, de Michigan. Ese fue uno de los sitios donde Larry Nassar admitió haber abusado de jóvenes atletas femeninas.
De acuerdo con una reconstrucción realizada por el portal argentino Infobae, varias de las denunciantes, cuyos testimonios fueron claves para la encarcelación del doctor, habían culpado a John Geddert de obligarlas a pedir atención médica a Nassar. El entrenador fue entonces objeto de una investigación penal desde 2018, a raíz de la condena a su compañero. Poco después, anunció su retirada.
“John Geddert utilizó la fuerza, el fraude y la coacción contra los jóvenes atletas que acudían a él para entrenar gimnasia para obtener beneficios económicos”, declaró la fiscal Nessel al anunciar las acusaciones. “Las víctimas sufren trastornos alimentarios, que incluyen bulimia y anorexia, intentos de suicidio y autolesiones, acondicionamiento físico excesivo, son forzadas repetidamente a actuar incluso cuando están heridas, están expuestas a abuso emocional extremo y abuso físico, incluida la agresión sexual. Muchas de estas víctimas aún padecen estas cicatrices de su comportamiento hasta el día de hoy”, sentenció.
Entre las víctimas de este entrenador se destaca el caso de una niña menor de 16 años, quien fue penetrada en enero de 2012, según la denuncia revelada por el sitio de noticias NBC News.
Inacción criminal
Tal como lo remarcó Simone Biles la semana pasada, hubo una confabulación de culpables por omisión y esto es parte del enorme sinsabor de las víctimas, aún cuando Nassar esté en la cárcel de por vida y haya habido un total descalabro en la hoy totalmente desprestigiada Federación de Gimnasia.
De acuerdo con la agencia AFP, un informe del Congreso de 2019 concluyó que la USAG, la Universidad de Michigan, el Comité Olímpico de EE. UU. y el FBI tardaron en reaccionar, permitiendo que Nassar siguiera viendo pacientes mientras investigaban.
En mayo del 2018, la universidad llegó a un acuerdo por 414 millones de euros para compensar a 332 víctimas de Nassar. Por su parte, la federación se enfrenta a demandas presentadas por más de 300 mujeres que la acusan de no haberlas protegido de Nassar, incluidas deportistas olímpicas, quienes el año pasado rechazaron un acuerdo por $178 millones. “No solo es inviable, es inconcebible”, dijo entonces el abogado John Manly. La USAG se declaró en bancarrota en 2018.
El caso y los documentales que se inspiraron en Nassar y Geddert, han alentado a gimnastas de otros países a denunciar maltratos físicos, mentales y una cultura del trabajo insana y perjudicial para unas deportistas que en muchos casos son menores de edad. En el Reino Unido, un grupo de gimnastas retiradas anunció que estudia demandar a la federación de su país.
“Sin Geddert no hubiese habido un Nassar”, dijo la abogada Sarah Klein, superviviente de ambos. “John era un horrible abusador verbal y físico, nos rompía el espíritu, nuestra mente, y Larry nos rearmaba. Era la perfecta combinación”, afirmó la mujer a la cadena Mid Michigan-NOW, tras conocer la noticia del suicidio.
“La valentía de las muchas víctimas de Geddert permanecerá para siempre resplandeciente en contraste con su cobardía”, sostuvo Klein. La muerte de Geddert dejó con sed de justicia a un ejército de mujeres que sigue luchando contra los fantasmas del abuso. Mientras, las autoridades, una vez más, tardan.
No por nada, Simone Biles se resquebrajó la semana pasada al insistir en su impotencia y sufrimiento. Sus palabras reflejan que, efectivamente, el escándalo de los abusos a las gimnastas en Estados Unidos y en otros países, está lejos de terminar.
La campeona olímpica también acusó al FBI de haber “dado la espalda” a las gimnastas al haber respondido de manera inadecuada y lenta a las primeras acusaciones de abuso sexual contra Nassar, lo que permitió al ex médico seguir cometiendo sus abusos durante meses. Biles dijo que “un sistema entero permitió y perpetró” esos abusos contra ella y cientos de jóvenes, que por su edad ni siquiera sabían que Nassar estaba abusando de ellas. “No quiero que ningún otro joven deportista olímpico o ningún otro individuo sufra el horror que yo y que otros cientos han soportado y continúan soportando hasta hoy”, manifestó Biles, con la voz resquebrajada por la emoción, al punto que rompió a llorar ante decenas de legisladores que la observaban en silencio.