Pese a las altas cifras de indecisos -según las últimas encuestas que circularon a nivel nacional- y la sombra del abstencionismo de elecciones presidenciales pasadas, este domingo asistiremos a las urnas para elegir a quienes nos gobernarán durante los próximos cuatro años.
Aún en medio del escenario descrito, este 6 de febrero destacarán los entusiastas seguidores que ataviados con las coloridas camisetas de sus partidos dejarán claro quiénes son sus candidatos a presidente y, por ende, su afiliación política.
Así ocurrió en los pocos encuentros proselitistas durante el proceso, en el que, por cierto, resaltan las escenas protagonizadas por los niños, quienes ajenos a lo que realmente ocurre pero incapaces de rechazarlo, visten la indumentaria pensada por sus padres para ellos.
Las banderas que hasta hace unos años indicaban cuál candidato ganaba en el barrio, distrito, cantón y hasta provincia -según la cantidad que ondeaban en los techos de las casas-, esta vez fueron importantes solo en algunos actos en espacios públicos.
LEA MÁS: Fotoensayo: El cementerio diferente, donde todos son iguales
Por cierto, en medio de tanto candidato, tanto partido y tanto color (de banderas), solo hacía falta uno de la gama cromática por usar: el gris. Entonces aparecieron las figuras arbitrales de los delegados del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) con ese color, para destacar su neutralidad y fiscalizar la adecuada marcha de la contienda.
Y como bien sucede en una fiesta democrática, en la que los candidatos se toparon en los debates y los confesos simpatizantes se encontraron en las calles –incluso apelando al folclor–, cada quien celebra y exhibe su preferencia respetando al otro, tal y como debería suceder siempre en un país en el que, privilegiadamente, tenemos el derecho a elegir.




