Sus discursos circulan en las redes de forma virulenta. Eso es raro tratándose de un político.
Me fijé con atención y descubrí la causa de tanto alboroto en redes: este Pepe Mujica no es un político cualquiera.
Es “mandado” para hablar y, como un abuelo regañón, se atreve a jalar las orejas a las naciones más poderosas del mundo, a las cuales responsabiliza de propagar el consumismo a diestra y siniestra.
Y este Pepe es el presidente de más de tres millones de uruguayos desde el 2010.
Su figura desgarbada, regordeta y absolutamente indiferente a los protocolos de las relaciones internacionales –en realidad, a cualquier forma de protocolo–, llama la atención por lo que se deja decir y, la última vez, a finales de setiembre y frente a cientos de representantes de países de todo el mundo, se dejó decir muchas cosas.
Las cámaras instaladas en el hemiciclo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en Washington, mostraron las caras impresionadas de los oyentes cuando el mandatario uruguayo utilizó casi una hora para lanzar uno de los discursos más aplaudidos de esa reunión.
“Cargo con los millones de compatriotas pobres en las ciudades, páramos, selvas, pampas y socavones de la América Latina, patria común que está haciéndose cargo con las culturas originarias aplastadas, con los restos del colonialismo en Malvinas, con los bloqueos inútiles y tristes a Cuba, con la vigilancia electrónica hija de las desconfianzas que nos envenenan, a países como Brasil.
”Cargo con una gigantesca deuda social, con la necesidad de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos. Cargo con el deber de luchar por patria para todos y para que Colombia pueda encontrar la paz, y cargo con el deber de luchar por tolerancia para quienes son distintos y con el deber de respetar y nunca intervenir contra la voluntad de las partes”, dijo en esa ocasión.
‘Glamour’ pueblerino
José Alberto Mujica Cordano es un venerable anciano de 78 años de edad. Vive con su compañera de toda la vida, Lucía Topolanksy, senadora, con quien se casó hace tan solo cuatro años, y con una perra coja que es su mascota. No tiene hijos.
Lo que sí tiene es una pequeña granja, en las afueras de Montevideo, la capital uruguaya. Allí siembra lo que se come y se aleja para buscar reposo de las correrías presidenciales. Por esto lo han llamado el presidente más pobre del mundo.
Pero, con seguridad, es todo lo contrario.
¿Qué es lo que hace tan particular a este personaje? Quizá, su total falta de glamour para cumplir con el estricto protocolo de cualquier mandatario.
Él no usa corbata. A lo sumo, un saco sencillo. Las más de las veces, viaja en su Volvo 1987 hasta la casa presidencial y no usa el lujoso transporte oficial.
Una actitud similar tenía cuando fue senador, en la década pasada: todos los días, viajaba al senado en una pequeña motocicleta.
Curtido en las luchas de izquierda, Mujica se ha convertido en un ícono de los movimientos sociales de la América Latina contemporánea.
Por supuesto, no faltan quienes detesten su actitud relajada y sus fachas, consideradas totalmente irreverentes por sus enemigos políticos.
A él eso le importa poco. Lo que ha pasado en su vida le dejó suficientes enseñanzas para dar relevancia a las cosas que sí lo merecen: Mujica, quien fue guerrillero y uno de los fundadores del movimiento de izquierda Tupamaros, en los años 60, vivió 14 años como preso político durante el régimen militar uruguayo (1973-1985).
Cuando finalmente recobró la libertad, en 1985, venía cambiado hasta la médula. Su espíritu rebelde, lejos de amilanarse, cobró más fuerza. Y esto se refleja en sus discursos.
En el encuentro del G20, en Río de Janeiro, Brasil, en el 2012, le gritó a los mandatarios: “Toda la tarde se ha hablado del desarrollo sustentable, de sacar las inmensas masas de la pobreza. ¿Qué es lo que aletea en nuestras cabezas? ¿El modelo de desarrollo y de consumo que queremos es el actual de las sociedades ricas?
”Me hago esta pregunta: ¿qué le pasaría a este planeta si los indios tuvieran la misma proporción de autos por familia que tienen los alemanes? ¿Cuánto oxígeno nos quedaría para poder respirar? Más claro: ¿tiene el mundo los elementos materiales como para hacer posible que 7.000 u 8.000 millones de personas puedan tener el mismo grado de consumo y de despilfarro que poseen las más opulentas sociedades occidentales? ¿Será eso posible?”
¿Será posible?
Quien habla así es un ateo . “No soy creyente (...) Dentro de mi corazón todavía no puedo o no sé creer”, dijo en diciembre del 2012, cuando la salud del expresidente venezolano Hugo Chávez lo impulsó a hacer una misa.
Los medios de comunicación han rastreado sus cuentas y se han enterado de que el patrimonio Mujica no supera los $1.900: el monto en que está valorado su carro. La casa en que vive es de su esposa y el salario de casi $12.000 mensuales pertenece casi en su totalidad a los partidos de izquierda y a un plan público de vivienda para pobres.
“La inteligencia que le rinde a un país es la inteligencia distribuida. Es la que no está solo guardada en los laboratorios o las universidades, sino la que anda por la calle. La inteligencia que se usa para sembrar, para tornear, para manejar un autoelevador o para programar una computadora. Para cocinar, para atender bien a un turista... es la misma inteligencia. Unos subirán más escalones que otros, pero es la misma escalera”.
No todo son flores
De su boca y de su ingenio también han salido frases que lo han puesto en serios aprietos.
Para no ir muy lejos, recientemente tuvo que disculparse con su colega Argentina, Cristina Fernández, por un descuido suyo que le dio la vuelta al mundo.
Resulta que el Presidente estaba hablando con el intendente de Florida, Carlos Enciso, sobre de las relaciones entre Brasil y Argentina.
Sin percatarse de que los micrófonos estaban abiertos, soltó una frase que se convirtió, segundos después, en el hashtag del día en redes sociales: “Esta vieja es peor que el tuerto” (en referencia al difunto marido de la argentina, Néstor Kirchner).
Y aunque la primera reacción de Pepe fue “yo no les voy a dar pelota ni voy a recorrer el mundo aclarando nada. Que inventen los bolazos que quieran...”, al final tuvo que pedir perdón.