Le pusieron alfombras purpúreas. Le suministraron casa, automóvil, gimnasio y honorarios harto “expresivos”. Le consiguieron, incluso, a una chica Bond, para completar su perfil: una especie de agente 007 del trópico húmedo.
Lo llevaron a nuestras playas, volcanes, bosques nubosos. Se entretuvo jugando golf con Rodolfo Villalobos en un club para los “rich and famous”. Pusimos a sus pies la mayor cobertura mediática de que un técnico ha sido objeto. Por poco es votado “the sexiest man alive” por alguna de nuestras gringoides revistucas faranduleras. Será sin duda el personaje noticioso del año.
Se presentaba como: “Soy Matosas, Gustavo Matosas”, y procedía a pedir tequilas “shaken, not stirred”… rendidas caían nuestras ingenuas egerias, prendidas de la quimera de un fácil estrellato.
Villalobos, embelesado, ni siquiera averiguó si su James Bond futbolero tenía experiencia con selecciones.
Es probable que trabajar a ritmo de microciclos de dos semanas con futbolistas ausentes durante tres meses sea, en efecto, aburrido. Pero por esto también pasaron Zagallo, Beckenbauer, Del Bosque, Menotti y Deschamps. Es el discontinuo ritmo de labores inherente a cualquier selección.
Venir a descubrir la palanca, la rueda, el fuego, la pirámide, el agua caliente y el helado de palito en Costa Rica, tomarnos como un tubo de ensayo para la experimentación, es antiético y profundamente ofensivo.
Matosas seguirá embelecando directivos bobalicones y mujeres que entran en combustión espontánea tan pronto oyen el acento argentino o uruguayo, así provenga del más insignificante cretino. Las conozco por miles.
Costa Rica se queda con el fiasco, la estafa moral, un año perdido, la desilusión, y sus arcas mermadas. Es responsabilidad de la Fedefútbol, señor Villalobos. La renuncia a su cargo y una sentida disculpa es lo menos que cabe exigírsele. Por supuesto, eso no sucederá: es un gesto de caballeros.