El módulo 'B' de la cárcel de San Carlos tiene cuatro dormitorios colectivos con camarotes de tres niveles y un pequeño patio de luz donde se seca la ropa. Los tendederos cuelgan de los dos costados de las paredes color crema, desteñidas y sucias, y en cada habitación hay un televisor con cable y camas para 26 presos. El resto de reclusos duerme en el piso con colchonetas y cobijas.
La prisión fue diseñada para albergar a 445 presos, pero hoy en día hospeda entre 730 y 800, distribuidos internamente en dos categorías: los sentenciados y los indiciados. Se le llama indiciados a quienes figuran como sospechosos de una causa que todavía está en investigación. Algunos de ellos duran apenas unos días encerrados, como los mineros de la finca Crucitas, por ejemplo, en su mayoría nicaragüenses.
A los sentenciados se les asignan los módulos A, C y D, de acuerdo a criterios técnicos como el comportamiento, la duración y la causa de la sentencia. Se le da prioridad a estos presos para participar de las actividades complementarias, como el taller de artesanías y el de cómputo, en el que el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) ofrece algunos cursos en línea de emprendedurismo y servicio al cliente.
A diferencia de los sentenciados, los indiciados reciben solo la atención básica: seguridad, alimentación y servicios de salud.
El portero Román Arrieta es uno de los indiciados y vive en el módulo B. Cumple seis meses de prisión preventiva como sospechoso de los delitos de tráfico de drogas y lavado de dinero. Hoy en día es entrenador de la selección de fútbol de la cárcel.
En este módulo hay una rotación constante. Entran y salen reclusos todos los días. Con el tiempo, algunos son juzgados y reubicados en otro pabellón. Nadie quiere habitar en el módulo B. Hay más limitaciones en actividades que en el resto de ámbitos y otro grado de hacinamiento.
En cualquier circunstancia el hacinamiento es incómodo, pero de noche el ambiente es atroz y grotesco, con decenas de reclusos durmiendo sobre el suelo. Los sentenciados del 'A' suelen pedir el traslado al 'C', un módulo más pequeño pero ordenado. En el módulo C se selecciona a los reclusos por su comportamiento, lo que permite pasar el rato en un ambiente en el que los privados de libertad son más tranquilos.
En el ’B' pasan cosas de cosas. Entre los internos venden sus camas y si resulta que hay un tipo con algún vicio lo tachan y lo mandan a dormir en el suelo.
El día a día. La vida en el Centro de Atención Integral Nelson Mandela de San Carlos fluye entre las actividades fuera de las rejas, que permiten llevar la carga diaria con menos tensión y una organización interna entre los propios reos.
A ningún preso se le obliga a levantarse temprano, pero el desayuno es a las 7 a. m.. Los repartidores ofrecen café y dos bonetes de pan dulce.
Los repartidores son nombrados por un comité de reos, que también elige a los mandaderos y a los telefonistas de cada módulo. Estos últimos son los que se encargan de cuidar que los reclusos no tarden más de la cuenta hablando por teléfono.
Como hay tantos hombres, las filas para comunicarse son largas y es necesario mantener un orden para evitar el caos.
Los mandaderos apuntan los encargos de los internos, reciben el permiso para visitar la pulpería de la cárcel y comprar los artículos que les solicitaron.
Los presos reciben dinero de sus familiares y, en algunos casos, ganan una pequeña colaboración por sus trabajos dentro de la cárcel, lo que les permite mejorar las condiciones mínimas. En la pulpería pueden comprar productos para la higiene diaria.
Cada mes reciben una ‘bomba'. Le llaman así a un paquete con papel higiénico, pasta de dientes y jabón. Como pocas veces les alcanza, se autorizó la venta de estos productos en el establecimiento.
El comité está compuesto por reclusos de todos los módulos y se encarga de velar por las condiciones de los privados de libertad. En la actualidad se están construyendo camas de cemento para las visitas conyugales.
Esta organización también paga algunas planillas, porque los ingresos de la pulpería son administrados por ellos. Por ejemplo, le retribuyen a los mandaderos, a repartidores y a reos que ocupan otros cargos en distintas ramas, como la cocina y la agricultura. Algunos de los vegetales que consumen se producen en el mismo centro penitenciario. De acuerdo a su función, ganan entre ¢5.000 y ¢12.500 por quincena.
A las 11:30 a. m. es el almuerzo. El menú es distinto todos los días. Se cocina olla de carne; sopa de pollo; arroz, frijoles, ensalada y pescado; papas con carne y, en el peor de los casos, arroz, frijoles salchichón y ensalada.
La hora del café llega pronto, entre 1:30 p. m. y 2 p. m.. El menú es similar al del desayuno, café con dos bonetes de pan dulce.
La cena también se ofrece cuando todavía no oscurece, a las 4 p. m.. Si hubo olla de carne para el almuerzo, en la noche sirven lentejas con pollo. Es variado.
A las 7 p. m. es la última comida del día, una galleta con agua dulce.
A lo largo del día los sentenciados pueden solicitar un espacio para hacer alguna actividad. Por ejemplo, sus familiares les traen madera que ellos utilizan para crear algún mueble. Cuando está listo lo venden. También pintan y comercializan los cuadros.
Lo que sí pueden hacer los indiciados es participar en las actividades deportivas. En la cárcel hay una cancha sintética de fútbol cinco techada que pasa llena todo el día. Se creó una agenda para que la mayoría de reos puedan 'mejenguear' al menos una vez a la semana.
El portero Román Arrieta es uno de los 'técnicos' del equipo de la cárcel, que entrena una o dos veces a la semana, dependiendo del espacio de la cancha.
También hay algunas máquinas que los propios presos inventaron para hacer ejercicio dentro de los módulos. Lo más común son las pesas.
Se trató de conversar con Arrieta, pero el portero prefirió no atender a La Nación.
Módulo D. En este centro penitenciario de casi cuatro hectáreas hay un módulo que se distingue del resto. Aquí cada recluso tiene su propia cama en un camarote y vive en una pequeña casa con cocina propia. Como en el resto de la cárcel hay televisión por cable.
Se fabricó el modulo 'D' para aquellos presos que cumplen condiciones muy específicas. Lo habitual es que exista un progreso durante su estancia en la cárcel. Es decir, pueden pasar del 'A' al 'C' y después de un tiempo prolongado aspirar a este recinto.
Las personas ubicadas acá suelen tener un trabajo específico, como cocineros o en el campo. También firman un contrato que los compromete a portarse bien, pues hay menos vigilancia.
Solo pueden estar instalados aquí los presos con castigos menores a 10 años y que no cumplan una sentencia por delito de tráfico internacional de drogas o crimen organizado. Hay espacio para 156 reos, 39 en cada casa.
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Recorrido fotográfico por la cárcel Nelson Mandela de San Carlos:
Cultivos. En un ámbito de la cárcel hay un espacio reservado para cultivos sembrados por los propios reos. Fotografía: Albert Marín.
Ejercicio. En el tiempo libre los privados de libertad hacen ejercicio con máquinas artesanales que ellos mismos construyen. Así luce el módulo D de la prisión. Fotografía: Albert Marín.
Comunicación. Cada módulo de la cárcel tiene sus propios teléfonos. Hay tarjetas de pago habilitadas para que los presos hagan sus llamadas. Hay un telefonista que cuida que ningún privado se extienda demasiado en la llamada. Fotografía: Albert Marín.
Vestimenta. En la mayoría de módulos, los internos utilizan sandalias y, en muchos casos, juegan fútbol descalzos. Fotografía: Albert Marín.
Fútbol. La cancha de fútbol cinco pasa llena la mayoría del día por presos de todos los módulos. Según Édgar Rodríguez, director del recinto, estas actividades les permite gastar energías y mantener un buen comportamiento durante la mayoría del tiempo.
Casas. El módulo D está compuesto por pequeñas casas, en donde los privados de libertad tienen menos vigilancia, cama y cocina propia. Fotografía: Albert Marín.
Cómputo. Recién se estrenó un laboratorio de cómputo en la cárcel. Aquí, el INA ofrece cursos virtuales para los reos.