En las afueras del Morera Soto, un centenar de voces coreaban las canciones más emblemáticas del equipo rojinegro. Los tambores y vítores daban fe del amor que ellos sienten por su equipo.
Dentro del recinto imperaba la paz, el silencio... Una tranquilidad propia de un entrenamiento pautado para realizarse cualquier día entre semana.
Las miles de butacas vacías y los puestos de comidas cerrados eran testigos de que aquello no era algo usual, y menos en un deporte como el futbol, que mueve masas en todo el mundo.
Las ráfagas de viento se aliaron con los de La Doce y se encargaron de colar entre los portones, y cualquier otro orificio la algarabía de los cánticos que brotaban desde fuera del estadio.
Ese fue el panorama que se vivió ayer en el partido que disputó Liga Deportiva Alajuelense ante el conjunto de Orión.
Los manudos debieron purgar un juego a puerta cerrada luego de que el Comité Disciplinario de la Unafut tomara la decisión de vetar el Morera Soto, a causa de los incidentes del clásico nacional celebrado el 12 de febrero anterior. En ese partido, el jugador saprissista Douglas Sequeira recibió el impacto de un reloj en la garganta, proveniente de un aficionado rojinegro.
La Liga no quiso trasladar el partido para hoy, en su cancha alterna (Cartago), pues no hubiera podido usar los seleccionados.
Les hizo falta. Los jugadores y directivos extrañaron la presencia de aficionados en las graderías.
Raúl Pinto, presidente del club manudo, dijo que la compañía del público es de gran importancia en cualquier partido. “El futbol lo vive el aficionado”, aseveró.
Ese mismo parecer lo compartió el volante Pablo Antonio Gabas.
El volante señaló que la ausencia de la gente hizo el partido más difícil, porque no hubo motivación, sino que ellos mismos eran los encargados de motivarse.
El anotador del primer gol manudo, Kevin Sancho, también extrañó el apoyo y los gritos de la afición dentro del recinto.