Emocionante, alentador y ejemplarizante durante algunos años, quizás décadas, la trama poco a poco perdió su efecto y la dualidad ganó aficionados.
Kevin Costner ya prefería danzar con lobos y vivir los “piel roja” (los malos ya no eran tan malos); Batman ya tenía algunas pifias morales (los buenos ya no eran tan impecables); el Hombre Araña ya peleaba por una mujer y no necesariamente por la justicia (los héroes ya eran de carne y hueso), y así, hasta que Game of Thrones, a punto de iniciar su sexta temporada, logra a la perfección representar la realidad humana con personajes en los que conviven la nobleza, la codicia, la lealtad y el rencor...
Jonathan McDonald es un poco eso. En él conviven el jugador que construye albergues para los más necesitados y el que le manda un codazo al rival que se le guindó de la cintura. Encarna al buen delantero, como no tiene otro Alajuelense, esforzado al máximo, capaz de diezmar a su equipo cuando más lo necesita. Descrito como una buena persona por quienes lo conocen, en la cancha pierde el control durante un par de segundos. Cuando lo recupera y se vuelve capaz de no reaccionar ante provocaciones, pecheos y recriminaciones, ya es demasiado tarde.
¿Cuántas oportunidades más debe darle la Liga? No muchas, aunque parece sincero el muchacho al que entrevisté hace un par de semanas y aseguraba estar trabajando —sicólogo incluido— en controlar sus emociones.
La expulsión, la tiene merecida; perderse el clásico, también; no así los insultos en la calle o el maltrato a su familia. Al final no es más que un héroe-villano, que como en Game of Thrones debe pagar por sus errores con sanción del Disciplinario y un verdadero “ultimátum” en la Liga. Cada cosa en su lugar.