Bueno, cayó La Liga. Fin de una larga, penosa, desgastante agonía. Pobrecitos sus seguidores: no merecían un campeonato tan sufrido. Como esos enfermos que se saben sentenciados, pero no terminan de morirse, y resisten, resisten, colgándose de la vida, tal el náufrago que se aferra a una barrica en mitad del océano y lucha por cada bocanada de oxígeno. Malhadado centenario, que no tuvo otro efecto que el de recargar al equipo de un lastre psíquico contraproducente e innecesario.
Fue veneno psicológico para los jugadores y la institución, armar tanta fanfarria en torno al centenario. Debieron haber abordado la efeméride con discreción y prudencia. No hizo más que aumentar el peso moral que cargaban los jugadores. Había que ganar, y hacerlo más gloriosamente que nunca: no hace falta ser psicólogo para darse cuenta a qué punto esto puede tener un efecto nocivo sobre el equipo, individual y colectivamente.
Luego vinieron las lesiones, el cambio de director técnico, la errática gestión de una junta directiva que ha probado no estar capacitada para liderar a tan noble y prestigiosa institución.
Yo, desde mi saprissismo irrenunciable, deploro que la Liga se apagara, así, con tanta pena y tan poca gloria, como un pequeño, tímido cirio al que una corriente de aire extingue, y que no deja flotando otra cosa que la azulada, melancólica voluta de su ausencia, arralándose en el frío de la noche.
Como decía Corneille: “triunfar sin peligro es vencer sin gloria”. Me hubiera gustado ver a mi equipo derrotar en las instancias finales a la Liga: un cuadro de vocación ganadora, partidos peligrosos, y por lo tanto gloriosos. No hay gloria ninguna, en comer jamón contra equipos menos que titánicos. Claro que toda final es dramática, sea cual sea el rival, pero yo quería doblegar a mi gran contrincante, porque me gusta triunfar con peligro, y celebrar con gloria.
Lo digo desde el fondo de mi corazón: mil veces prefiero caer en una final contra la Liga, que ganarla contra Cartago, perdedor emérito del fútbol nacional, o algún otro equipito flor de un día. Para la hoy doliente afición liguista, esta reflexión de Oscar Wilde: en dos palabras puedo resumir todo lo que he aprendido de la vida: “sigue adelante”.
LEA MÁS: La fallida conspiración para clasificar a la Liga