Saprissa tiene corazón, ese orgullo morado, encarnado por Paté Centeno, atrevido ídolo en sus tiempos de jugador, soñador, idealista, orgulloso de su ADN como técnico, encarnación del “Poder y Orgullo” —slogan morado años atrás— o del “no se repartan nada mientras, Saprissa esté vivo”. Eso es Saprissa. Eso es Paté.
Paté no puede asumir, en cambio, ser la voz y el pecho de Saprissa en las buenas y en las malas, en la cancha y fuera de ella. No está hecho para eso, si bien le ha tocado en los últimos tiempos, dar la cara a prensa y afición, ser la imagen del club.
Desde hace un tiempo, su presidente Juan Carlos Rojas optó por un perfil más bajo y escasa exposición, mientras Evaristo Coronado, conservó hasta el final de sus días ese estilo comedido y discreto de quienes prefieren trabajar sin muchos reflectores. No está mal, si así lo querían ambos, si así lo decidió el club.
Una institución como Saprissa, sin embargo, no puede quedarse sin esa figura fuerte portadora de explicaciones, la que transmite calma o garantiza mano dura según se requiera. La que, en la peor de las impotencias, al menos ayuda al técnico y sus pupilos a cargar con las exigencias. Hablo de un Jafet Soto en Herediano, de un Agustín Lleida, o no hace mucho, Fernando Ocampo en Alajuelense.
El técnico saprissista tiene trabajo de sobra con la evangelización sobre ese estilo de juego que le ha costado cuestionamientos y dolorosas derrotas, que le ha torcido el brazo hasta hacerlo ceder; hasta hacerlo entender que encerrarse de vez en cuando —como lo hizo en Cartago— no es pecado si le permite mantener el puesto, sumar tres puntos y seguir puliendo su ideal.
Centeno no puede ser el rostro de Saprissa, pero Víctor Cordero sí. Al zaguero ya le tocó en sus tiempos como asistente de Vladimir Quesada. Más que el técnico, que el presidente y que el gerente, Cordero daba la cara enérgico pero reflexivo, temperamental pero paciente, sin contemplaciones ni irrespetosos. Hasta los más incómodos cuestionamientos encontraban en él una respuesta inteligente.
Preparado en la cancha, en las aulas y casi con seguridad en su familia, se enfrenta a un incierto reto como gerente. De momento, puede darle esa voz que le falta al Saprissa.