La “Naranja Mecánica” puso en boga la analogía del equipo de fútbol con la máquina: tuercas, pistones, engranajes. Pero sucede que la analogía maquinista no es correcta. Más certero sería comparar a un equipo con un organismo viviente: la metáfora organicista o biologista. Concebir el equipo more biologicum, como si de una planta o un animal se tratase. Tanto en la máquina como en el organismo, las partes interactúan en función del todo, y el todo es impensable sin el coordinado accionar de sus partes.
Así vistas las cosas, un equipo podría ser concebido como máquina tanto como organismo viviente. Pero entre la máquina y el organismo existen mil diferencias. Nos limitaremos a una de ellas. La máquina es incapaz de autosanarse, del proceso de autopoiesis (Goodwin y Varela). La disfunción de una parte acarreará la disfunción de otra, que a su vez entrabará a una tercera, hasta el colapso total del aparato.
Una turbina no puede correr “al rescate” de su compañera que quizás se incendió en pleno vuelo. Lo propio del organismo es su capacidad para autorregenerarse, autosanarse. Si un riñón no funciona, el otro redoblará su trabajo a fin de filtrar la sangre. Existe, entre los órganos del cuerpo, una relación de solidaridad (uso el término por analogía, no en su estricto sentido ético). Los órganos sanos duplicarán su esfuerzo para suplir el déficit del órgano enfermo.
La máquina es incapaz de este proceso. No se autoproduce, no se autosana, y la inoperancia de una parte suele ocasionar la inoperancia de las demás, hasta la potencial catástrofe.
Resulta evidente que un equipo funciona según el paradigma biológico del organismo, y no según el paradigma mecanicista. Si un jugador no está cumpliendo con su función, sus compañeros redoblarán la faena a fin de compensar la debilidad, y el equipo se autoequilibrará en su accionar colectivo. Un equipo es un organismo capaz de autorregulación.
La metáfora correcta solo puede ser biologista y no mecanicista. Todo equipo es, en esencia, un organismo viviente, que se autorregula, autopurifica, autoequilibra y autosana (facultades de las que carece la máquina). Así pues, la metáfora maquinista debe ser tomada cum grano salis, y de manera muy laxa.