En México hay ansiedad, temor, confusión, reclamos y enojo.No es para menos. Pese a los 30.000 soldados desplegados por el Gobierno en las regiones más afectadas del país, las muertes y secuestros por la violencia del narcotráfico solo aumentan.
Las cifras varían según las fuentes, pero la mayoría coinciden en algo escalofriante: durante los primeros siete meses y medio de este año, los asesinatos por esa causa han superado todos los de 2007. En números redondos, llegan a 3.000: una verdadera guerra. Y los 400 secuestros contabilizados en el 2008 ya casi igualan el saldo del año anterior.
El Estado, que, según la teoría política tradicional, se caracteriza por ejercer el monopolio de la violencia, ha sido rebalsado por el crimen organizado. La angustiante pregunta es si esta tendencia podrá ser revertida.
Tarea de todos. - El presidente Felipe Calderón, que hasta ahora ha hecho un gobierno esencialmente eficaz, insiste en que sí, a pesar de que sus esfuerzos han sido infructuosos. Quizá por esto añade: “Todos somos responsables”.
Sus declaraciones las dio el jueves 21, durante un acto de gran trascendencia política y sentido de unidad nacional, que ha devuelto algunas esperanzas a la población: la firma de un “Pacto contra la inseguridad” entre representantes de los gobiernos federal (el Presidente) y estatales (los gobernadores), legisladores de todos los partidos y miembros de organizaciones civiles.
El sentido de urgencia ante el problema y la convicción de que las medidas para enfrentarlo deben ser de un alcance nunca visto, lo ejemplificó un detalle que no pasó inadvertido: hasta representantes del Partido Revolucionario Democrático (PRD), que han insistido en desconocer la legitimidad de Calderón, asistieron al encuentro; entre ellos, el alcalde del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, y la presidenta de la Cámara de Diputados, Ruth Zavaleta.
Las medidas acordadas tocan múltiples aristas de la emergencia nacional. Entre ellas están la depuración de las instituciones de justicia y policía, el diseño de mejores instrumentos para las denuncias anónimas, el establecimiento de “jueces sin rostro”, las acciones para la prevención del delito, la construcción de prisiones más seguras, la adopción de nueva legislación sobre seguridad pública y estrategias nacionales contra el secuestro y el tráfico de drogas en pequeña escala.
A lo anterior se suma un “observatorio” ciudadano que medirá el cumplimiento de las acciones, y el compromiso de todos los gobernadores de asumir las responsabilidades que les corresponden en sus Estados.
Razonables dudas. ¿Aún estará a tiempo México para romper el cerco y comenzar, al menos, a ganar importantes batallas? El deseo es que sí, pero la realidad impide ser muy optimistas.
El trágico ascenso del poder narco es resultado de la intersección de dos fenómenos de gran magnitud:
Como sólida columna vertical, con décadas de existencia, está la corrupción acumulativa en la mayoría de las entidades de seguridad y justicia del país, sobre todo de índole local y estatal. Sus vicios no solo son extendidos y profundos; peor aún, forman parte consustancial del sistema.
Y como fenómeno horizontal, más reciente, pero con despiadado ímpetu, se han desarrollado poderosas organizaciones y carteles narco, que se nutren de la perversa dinámica del mercado de las drogas y activan con sus dólares y balas las prácticas más corruptas y perversas.
Desarmar los retorcidos sistemas policial y judicial, para rearmarlos conforme a una lógica capaz de excluir la corrupción, es una tarea titánica.
Doblegar un negocio como el narcotráfico, en el cual, mientras más se afecten sus redes más sube el precio de la droga y, por ello, más sentido tiene asumir el riesgo de traficarla, es igualmente complicado.
Otros países. - Además, existe otro peligro, a considerar más allá de las fronteras mexicanas: por lo regular, el éxito en el combate de los traficantes en un país implica su traslado a otros. El desborde de México también se explica, en parte, por los golpes propinados a los carteles colombianos.
Si se avanzara seriamente en combatir a los mexicanos, ¿cuál sería su nueva escala? Esta es una pregunta particularmente importante en Centroamérica y el Caribe.
En todo caso, el reagrupamiento de fuerzas políticas, gubernamentales, militares y civiles es, por lo menos, una buena señal. De inmediato, podrá incidir en un favorable cambio de expectativas sobre el futuro de la seguridad en México. Convertirlas en realidad es la gran tarea que sigue.