Pinceladas sobre Felo García

De vida artística plena, porte más bien distendido y cauto, pero suspicaz semblante, le gustaba adentrarse en sus vivencias pasadas, arrebolando así los recuerdos en el presente.

De palabras en tinta que al pronunciarlas engrandecían la imaginación con destellos, historias, pensamientos y risotadas que quedaban impregnadas en el libro de sus propias vivencias.

En su juvenil estancia en Londres, en los años cincuenta, don Felo gozaba al recordar los baños públicos, invitado como comensal en la mesa del vecino con un puntalito de chorizo, en pantaloneta de fútbol, desafiando la moda de ruedos largos que apenas dejaban asomar las rodillas futboleras de los del Hendon.

Era hombre de gran humildad y desenfado, características que le permitían sobrellevar, sin mayor queja, las inconveniencias y retos del momento.

Percibir el mundo con una sensibilidad tan pura como la de don Felo nos deja a muchos perplejos en nuestro cándido entendimiento del entorno. Su magia se palpa no solo en la arquitectura y el lienzo, sino también, aún más, en el alma de los que tuvimos la dicha de ser parte de su vida.

El legado de su vida artística y profesional hará mérito a su dedicación casi empecinada en el avance y mejoramiento arquitectónicos y de la plástica costarricense, amén de las propuestas escandalosamente novedosas en el escenario de la enseñanza universitaria.

Don Felo, ya muy entrado en años, solía expresar, con cierto abrumamiento, tener imágenes todavía revoloteando vivamente en su cabeza, que dejarían en blanco y vacío su próximo lienzo. La partida de don Felo deja una página en blanco, la siguiente en su historia, como muchas dibujadas, diseñadas, escritas, habladas y vividas.

“Uno grande se nos va”, dijo Patricia Carreras, otra grande de la cultura costarricense. El agradecimiento debe sobreponerse a tan lamentable pérdida y plasmarse en el arte de la eternidad del goce.

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La autora es literata francesa