En la Administración Pública, cuando se nombra un profesional para desempeñar un puesto en el que tiene que ver con el planeamiento de nuevos proyectos, este funcionario debe asumir que, en razón a su especialidad, su obligación es adelantarse a las necesidades del país en la propuesta de proyectos que resuelvan y faciliten el quehacer del resto de los ciudadanos.
Por ello, en razón de la especialidad que desempeña dicho “nuevo funcionario” nunca debe esperar que vengan otras personas para que le digan lo que debe hacer.
La responsabilidad asumida por estos funcionarios es muy grande, pues pasan a formar parte del grupo de “autoridades superiores de las instituciones gubernamentales”.
El deber de este tipo de funcionario, grupal o individual, es planificar los nuevos proyectos, y el mantenimiento y la mejora de los ya existentes.
Cuando esas obligaciones no son comprendidas, y peor si nunca fueron visualizadas, tiene lugar la aparición de problemas que nos atañen a todos los ciudadanos que nos vemos afectados por esa indolencia.
Pérdida de tiempo. Tal parece que la mayoría de los funcionarios nombrados en las instituciones públicas para resolver problemas creen que están allí para pasar el rato.
Veamos un ejemplo de esta desidia o negligencia. En los pasados años ochenta, el MOPT fue objeto de reestructuración, y como producto de ello se crearon unidades conocidas como consejos, a los que se les trasladaron las tareas del MOPT.
En este proceso se perdieron en el espacio muchas importantes funciones. Valga mencionar una que ha sido el talón de Aquiles del Conavi.
Antes de la reestructuración existía un departamento que tenía a cargo la confección de proyectos de puentes y el mantenimiento de los existentes. Con el cambio, se les olvidó incluirlos dentro de los deberes del Conavi, y así los puentes fueron olvidados y empezaron a deteriorarse, y nunca fueron objeto de trabajos de mejoras y mantenimiento.
El famoso “puente de la platina” ilustra sobremanera lo antes expuesto.
Falta planificación. Por lo descrito en el punto anterior, en el control de la problemática vial, al Conavi le ha ido muy mal, pero esto no es el final, demos otro ejemplo: teniendo presente que el propósito de todo sistema de control vehicular es aportar fluidez (ahorro de tiempo y combustibles, seguridad, etc.), no es entendible que en importantes puntos o intersecciones del casco metropolitano no solo nunca se hayan propuesto la instalación de semáforos.
Para muestra, un botón: a cada extremo de la pista Florencio del Castillo, que se inicia en Curridabat y finaliza al pie de Ochomogo, en Cartago, la entrada y salida de vehículos es un serio problema.
Se sufre a diario continuos atrasos por la espera de pequeños casi inexistentes momentos o espacios para poder insertarse al flujo vehicular para entrar o salir de dicha pista.
Y se preguntaran ustedes: ¿Existe algún proyecto para dotar a estas intersecciones de un eficiente sistema de semáforos?
Así como estos puntos o intersecciones complicadas existen muchos otros casos, que esperan que las altas autoridades de las dependencias gubernamentales se despierten y promuevan la asignación de recursos que permitan planificar la resolución de esos problemas.
Conavi es la institución que debe despertar y planificar, ayudar a Ingeniería de Tránsito para que cumpla con este mandato que le da el desempeño de la función pública.
Si no se comprende este deber, no queda otro recurso que agarrarse el cuello de la camisa y sacarse de “la cancha” como haría un futbolista que siente vergüenza de su mal desempeño.
El autor es ingeniero pensionado del MOPT.